Así se presentó este individuo, en su primer día frente al grupo: “Yo soy el cabo Diablazo; el que llegue tarde o cometa una falta, será enviado a la ducha o lo encerraré en una celda”.
Así empezó nuestro entrenamiento para el servicio militar obligatorio bajo el gobierno tiránico de Trujillo. Y fue cierto durante unos días, el tipo se mostró rudo y aplicó castigos arbitrarios. Pero unas semanas más tardes ya sabíamos que la cosa no era “tan así”. Empezó a ser simpático con algunos riquitos y a burlarse de algunos muchachos humildes con alguna disparidad física, y a los pocos meses estaba dando licencias y permisos a dos manos.
Hay en la vida muchos entrenadores, “trainers”, gustan llamar ahora: Los amiguitos rudos, los que nos presentaban desafíos de variadas especies. Los “tígueres” del barrio, para intimidarte cuando ibas a batear, trataban de golpearte.
El Moreno era famoso, pues cuando “ponía el culo pa´home”, era muy probable que te diera un bolazo. Peor Francisco, el manager, que si veía que tú te acobardabas, venía él mismo a ofrecerte dos pescozones si te dejabas ponchar.
Los maestros y los compañeros de curso eran entrenadores cuyas reglas eran más claras y explícitas. Si no ponías atención, o te comportabas mal en clases, te acusaban ante tus padres, y con no poca frecuencia te daban unos reglazos. El bulín era a menudo un juego pesado, para librarte nunca debías mostrarte débil o darte por ofendido.
La vida entera es un entrenamiento. Cuando dejas tu pueblo y sales a la universidad, a la gran ciudad, las reglas pueden ser más rudas; pero lo que aprendiste en tu casa y en tu barrio, será la base de tu sistema de defensa frente a las nuevas adversidades y desafíos.
Desde el principio, se registraron como historia o como leyendas; el drama es el mismo: el individuo y el grupo se enfrentan a la naturaleza, a extraños y a nuevos desafíos que siempre trae la vida. En el plano individual e íntimo, del desarrollo emocional y espiritual, somos siempre desafiados por circunstancias para las cuales nunca estamos totalmente preparados.
No importa el entrenamiento del barrio, la universidad, incluso de la iglesia; el desafío estará frente a ti: en el trabajo, en casa, doquiera que estés. Hombres y mujeres, por instruidos que hayan sido, por mejor formación hogareña que hayan tenido, tienen que vivir situaciones de las cuales, aún en la solemnidad de los años viejos, querrían salir huyendo.
El diablo siempre regresa; al menor descuido te tira emocional o espiritualmente por el suelo. De hecho, ese es su oficio; similarmente, otros seres cercanos, te pueden herir cuando menos lo esperas: el diablo te está acechando. El está para probarte, y si entiendes el juego, tú siempre saldrás fortalecido.
También tiene el rol de destruirte si en definitiva no eres digno de la Gran Recompensa. Digamos, que sin que él necesariamente lo sepa o le agrade, el diablo preserva el Reino de que nadie indigno se presente siquiera a la Puerta.