Diagnóstico y tratamiento

Diagnóstico y tratamiento

El 2019 marcará los cien años de la partida de un gigante de la medicina, William Osler. Tal parece que fue ayer, pues sus enseñanzas mantienen la frescura de la vigencia y una fragancia de futuro. Canadiense de nacimiento, era considerado hijo de Inglaterra y de los Estados Unidos.

Para muchos ha sido el médico más influyente del siglo XX. Consumado internista trabajó como patólogo en el Hospital General de Montreal. Abogó por las necropsias realizando él mismo más de un millar tratando de identificar los aciertos y errores diagnósticos en sus casos.

Como maestro enunciaba que la enseñanza de la carrera de medicina comenzaba con el enfermo, seguía con el enfermo y terminaba también con el enfermo.

Veía la práctica hipocrática a manera de arte basado en la ciencia. Resaltaba que poseíamos dos oídos y una boca solamente, lo cual implicaba escuchar más, con atención y esmero, limitándonos luego a formular preguntas muy puntuales. Jamás tendremos con qué saldar la deuda simbólica al inmortal Osler. Una forma de hacer algún abono a la cuenta pudiera ser siguiendo sus sabias enseñanzas. Cuando atendemos las quejas de un enfermo no podemos mostrar prisa, ni desesperación, a no ser que se trate de una situación de emergencia, pero aún en esos casos debemos mostrar serenidad e interés en el relato sintomático. Recordemos que un alto porcentaje de las quejas de un paciente son de naturaleza emocional. Al historial clínico le sigue el examen físico. Esa secuencia debe ser respetada al máximo tal como manda el protocolo.

Luego de haber completado el chequeo corporal ordenaremos los estudios de laboratorio e imágenes que amerita la situación. Oídos, ojos, manos, cortesía y una gran dosis de sensibilidad humana, acompañadas de la suficiente competencia científica, constituyen unos ingredientes básicos que ayudan a arribar a un diagnóstico correcto.

Una vez hayamos determinado la enfermedad u origen del malestar, estaremos en condiciones de formular el adecuado esquema de tratamiento.

Es penoso observar el alto número de profesionales de la salud que llenan un recetario sin tener una idea cabal de la raíz del padecimiento. Asusta saber que nuestras estadísticas evidencian que aún en las mejores clínicas los errores diagnósticos de causa básica de muerte rondan por encima del 35% y que a nivel hospitalario la falla diagnóstica supera el 50%. Obviamente que la ausencia de una certeza diagnostica implica dar palos a ciega y el administrar los medicamentos equivocados, permitiendo de ese modo la evolución del proceso morboso hacia la defunción.

Las guías de manejo diagnóstico acompañadas de los protocolos de tratamiento específico de las enfermedades representan una herramienta fundamental para una mejor calidad de los servicios de salud. Resucitemos a Hipócrates, a Galeno y a Osler para que con sus experiencias, nos ayuden en el globalizado siglo XXI, a garantizarle a la humanidad una vida sana y prolongada.

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