América Latina pasó seis años de desaceleración – menor crecimiento – (2009–2014) y otros dos de recesión (2015–2016), ahora nos pronostican el inicio de una mejoría; ¿Cuánto?, es difícil decirlo sin riesgo, tanto porque a medida que transcurre el año los organismos globales que más saben van haciendo ajustes, así como porque entre uno y otro se registran diferencias de vaticinios. Para el Banco Mundial la región crecerá, promedio, 1.5% en 2017 y 2.5 en 2018, pero para el FMI será apenas 1.1% y 2.0% respectivamente. Esencialmente esas proyecciones se basan en expectativas de crecimiento en Argentina y Brasil que, aunque débiles, están aún por ver. En 2016 de 32 países (sin EE.UU., Canadá ni Cuba) 29 registraron déficits fiscales por sus altos niveles de gastos y la deuda bruta media fue 50% del PIB.
De acuerdo con el Banco Mundial – BM – el proceso de transformación en que se encontraba la región desde el 2000 contribuyó a reducir la pobreza -¡qué raro, en la época del nefasto “populismo”! – y al crecimiento de la clase media; ambas tendencias ahora paralizadas e, incluso, con crecimiento de pobreza en Brasil y Ecuador. Comoquiera, el organismo advierte que con esas tasas de crecimiento esperadas es imposible reducir la pobreza. Para avanzar el continente debe “generar una agenda de reformas importante. Mejorar los climas de negocios, invertir de forma eficiente en infraestructura y atraer recursos del sector privado”, además de mejorar la “productividad y hacer un buen manejo macro-económico: ahorrar más en los buenos momentos para gastar en los malos”. Es lo que en economía se denomina “políticas contra cíclicas” que se sustenta en la estrategia de ahorrar en “vacas gordas” para poder gastar en “vacas flacas”. Técnicamente es una receta incuestionable y en lógica es muy inteligente. El punto es cómo ahorrar en sociedades con una enorme deuda social acumulada, con una buena parte de la sociedad casi muriendo de hambre.
El capitalismo funciona a través de un proceso cíclico (crecimiento-crisis-crecimiento-crisis), así ha sido por más de 200 años y nada hace pensar que en el corto plazo eso pueda cambiar. Es cierto que nuestras economías padecen de problemas estructurales por causales internas pero también, muy especialmente, por la dependencia de un orden internacional que siempre termina estrangulándonos. Pretender desde los organismos globales pasar por alto esa realidad sin reconocer que tienen que actuar también en la reforma estructural del sistema mundial es un poco, más bien bastante, mirar para otro lado. No se puede ignorar que las políticas que se avizoran en la principal economía mundial impactaran la economía mundial y, por ende, la regional.
Sí resulta muy acertado el llamado a avanzar en la integración regional, que tantos tropiezos siempre enfrenta, aunque logra avanzar a saltos. Antes del 2000 muchas naciones de la región sostenían, como promedio, acuerdos comerciales preferenciales con otras cuatro.