Hay más unión que diferencias entre dominicanos y haitianos
Cuando se habla de Haití, muchos preferimos seguir viendo una isla dividida en lugar de una compartida. Tantos siglos de diferencias raciales y culturales, potenciados por un trujillismo rancio o un balaguerismo subliminal que se resisten a morir en la burocracia de las oficinas o en la actitud de los agentes de tráfico, nos impiden analizar la inmigración con objetividad, y en lugar de aplicar la ley, como corresponde y tenemos derecho, metemos prejuicio, sentimentalismo, odio y oportunismo electoral.
Digámoslo como es y todos sabemos: somos xenófobos selectivos. Inés, la de Pamplona, siempre tendrá nuestro cariño aunque nos diga la verdad en plena cara mientras ría con esa risa entera que le achina los ojos; a Franco, el de Savona, siempre querremos darle un fuerte abrazo pese a que nos siga reclamando puntualidad en las cenas después de veinte años de pachanga y cumbancha entre nosotros; pero Tusen, el de Monte Plata, llamado cariñosamente dictadura por aquello de que nunca es más negra la noche que cuando va a amanecer, a ese hijo de inmigrantes venidos de Puerto Príncipe al que le hemos bautizado con el apellido genérico de Pití porque no sabemos pronunciar el suyo, o no nos hemos interesado en ello; a ese Tusen Pití, tan buena gente y meritorio como los otros, no queremos, en cambio, abrazarlo ni darle la mano.
Juan Carlos Mieses conoce ese abismo insondable entre estos dos pueblos, y quizás porque vivió mucho tiempo fuera de la isla, tomó la distancia necesaria para comprender mejor el fenómeno de la inmigración haitiana. De esa reflexión nació su primera novela: El día de todos.
JCM Aunque el tema de la novela es el problema de la inmigración haitiana hacia República Dominicana, la historia de fondo es el dolor humano, el sufrimiento de las mujeres que viven a cada lado de la frontera, una realidad que a veces no vemos, o que no queremos ver.
Juan Carlos señala que, como consecuencia del prejuicio que nos hacemos sobre este tema, tendemos a ver a los haitianos como inferiores porque son más pobres o porque tienen una religión diferente a la nuestra. Pero simplemente son personas iguales a nosotros, con los mismos sueños, con las mismas dificultades. Y creo que eso fue lo que yo quise mostrar en este trabajo, que más allá de las diferencias, hay más puntos que unen a dominicanos y haitianos.
Juan Carlos aclara, sin embargo, que en la novela no plantea una solución al problema de la inmigración haitiana, asunto que no es, necesariamente, tarea de una obra literaria. Pienso que el tiempo dará una solución, porque todos los problemas limítrofes al final la tienen. A veces una generación no la acepta, pero dos o tres generaciones después, se impone. La naturaleza se las arregla siempre para buscar soluciones.
La toma de la Basílica. La novela de Juan Carlos Mieses está montada sobre elementos de la cultura haitiana, lo que evidencia una ardua investigación de parte del autor sobre ese tema. Sorprende que, según Juan Carlos, hubo más estudio posterior que previo, porque él no quería poner freno a la espontaneidad creativa, es decir, escribió en base a supuestos y luego ajustó aquí y allá, sin perder de vista de que el propósito final no era histórico sino ficcional.
JCM Como decía Graham Greene, conocer el alma humana es más difícil que conocer un país, y como escribir es sobre todo un problema de reflexión, yo traté de mostrar al haitiano por dentro; hasta ahora las novelas que he leído lo muestran desde los ojos del otro, yo quise verlo desde la propia mirada del personaje.
Una escena espectacular, tal vez inspirada en el teatro que Juan Carlos también escribe, es la ocupación de la Basílica de Higüey por parte de los haitianos. Es un aspecto al mismo tiempo tan creativo y perturbador que parecería el punto de partida de la novela.
JCM No lo fue, pero sin dudas es un aspecto importante, porque yo necesitaba, desde el punto de vista técnico, crear las condiciones para que la última parte de la novela fuera verosímil, y para ello tenía que construir primero un ambiente exacerbado política, racial y religiosamente en el país. Por eso me pareció que la toma de la Basílica con una masacre en su interior podría ser el punto culminante para crear dicho ambiente, a lo cual añadí una migración marítima que le daba una dimensión internacional, por aquello de la tesis que sostienen algunas potencias de unir los dos países para solucionar el conflicto de la migración.
En medio de tanta sangre, de tanto odio, de tanta indiferencia, Juan Carlos coloca en lugar neutro de la frontera a dos personajes entrañables: la niña Titkarine y su abuela Memé, que miran lo que pasa sin intervenir, pero soñando, sin dudas, un mejor mañana para ambas naciones. Ellas son el símbolo, acaso, del punto de encuentro de estas dos culturas que a veces se rozan a través de la música o por la magia que busca el amor o el desamor.
LMG ¿Algún conjuro para estas dos sociedades amenazadas por la miseria, la corrupción y la violencia?
JCM Ser justos, como decía Duarte; aplicar el lema de la revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad; o simplemente, ser honestos.