Dialogo con Lauro Zavala
“Es difícil matar al dinosaurio”

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Lo de Lauro Zavala es la minificción. También la semiótica y el cine, pero si uno ‘guglea’ su nombre, la palabra minificción aparece tan asociada a él que se confunde con uno de sus apellidos. No es para menos: ha escrito decenas de artículos sobre este género, expone acerca del tema en foros y congresos, coordina los blogs El cuento en red y Ficción mínima, y ha editado varias antologías de minificciones, entre ellas, “Relatos vertiginosos”, muestra de trabajos de varios de los mejores minificcionalistas latinoamericanos, y “El dinosaurio anotado”, colección de variaciones y ensayos inspirados en la celebérrima minificción homónima de Augusto Monterroso, que dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

LMG ¿Sigue siendo “El dinosaurio” la minificción a vencer?

LZ  Los minificcionalistas queremos olvidarnos de ese texto, pero es inútil; si bien hay otras minificciones más breves, como la famosa frase de César: Veni, vidi, vici, que cita Oscar de la Borbolla en su “Minibiografía del minicuento”; o quizás más creativas, como la titulada “El fantasma” y cuyo ‘texto’ es una página en blanco; o tan contundentes como la palabra ¡Desgraciada! escrita en una lápida y que resume toda una historia de amor, celos, desengaños, rabia…; lo cierto es que “El dinosaurio” parece imbatible.

Cuando uno no puede contra la perfección o la originalidad, tiende a hacerle homenajes. Eso pasa, por ejemplo, con Dios o con Borges, y viene a ser una manera de congraciarnos con lo inalcanzable, de procurar la paz a través de la resignación.

En el caso de “El dinosaurio”, un texto de siete palabras al que su creador, según cuentan, se negó agregarle una “y” (para que comenzara “Y cuando despertó…), alegando que esa letra equivaldría a añadirle un capítulo de novela; muchos autores no han tenido más remedio que rendirle culto a través de variaciones, como esta de punzante ironía de José de la Colina titulada “La culta dama”, que dice: “Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado ‘El dinosaurio’. –Ah, es una delicia– me respondió-, ya estoy leyéndolo”. O esta otra de Hipólito Navarro que evidencia el hastío del propio dinosaurio por su omnipresencia: “El dinosaurio estaba ya hasta las narices”.

 O la de Pablo Urbanyi que busca, ante tanto colmillo y cola, matar al dinosaurio, por lo menos como protagonista de pesadillas: “Cuando despertó, suspiró aliviado: el dinosaurio ya no estaba allí”.

Pero “El dinosaurio” de Monterroso es sólo la estrella más visible de un género literario que según Lauro Zavala inició formalmente a principios del siglo veinte y no fue estudiado académicamente sino hasta finales de dicho siglo.

LZ  Hay consenso en pensar que el primer libro de minificción fue “Ensayos y poemas”, del mexicano Julio Torri, publicado en 1917. Es curioso que se llame así porque sus textos ni son ensayos ni son poemas, sino una hibridación genérica, irónica, lúdica, que fue muy original en su momento.

En cuanto al estudio de la minificción como género, se inició apenas en 1986 con la tesis doctoral de Dolores Koch El micro-relato en México: Julio Torri, Juan José Arreola y Augusto Monterroso.

Gracias a “El dinosaurio”, y tal vez a pesar de él, la minificción ha ido ganando terreno vertiginosamente, por una mezcla de factores que incluye la falta de tiempo para leer, el diálogo con el lector que exige este género, y el avance de la Internet. 

LZ  La minificción necesita una relectura, como las canciones; mientras en la tradición clásica la historia es anafórica, es decir, concluye con el final, en la minificción ocurre todo lo contrario, el final es catafórico, o sea, obliga al lector a continuar, a leer nuevamente, porque el texto no se agota con una sola mirada.

En su prólogo a la antología “Relatos vertiginosos”, Lauro Zavala explica que hay tres tipos de minificción: “los minicuentos, que tienen una estructura lógica y secuencial y concluyen con una sorpresa (minificciones clásicas); los micro-relatos, que tienen un sentido alegórico y un tono irónico (minificciones modernas); y las minificciones híbridas, que conservan rasgos clásicos y modernos, yuxtaponiendo elementos de minicuentos y micro-relatos (minificciones posmodernas)”.

LMG Habiendo leído a tantos minificcionalistas, a quién prefieres: ¿Monterroso, Arreola o Cortázar?

LZ  A Borges. Con su libro “Ficciones”, publicado en 1944, nace la literatura posmoderna, que tiene ironía, que mezcla elementos de la tradición clásica con elementos de las vanguardias. Además, es un referente para todos los minificcionalistas la antología que Borges hizo junto con Bioy Casares en 1955 llamada “Cuentos breves y extraordinarios”, que curiosamente no recoge minificciones, sino fragmentos de textos largos, lo cual constituye un mecanismo para crear minificción con el fragmento que se convierte en algo autónomo, que no tiene nostalgia de la totalidad a la que pertenece.

LMG ¿Y tu minificción favorita, exceptuando “El dinosaurio”?

LZ  Lo que pasa es que “El dinosaurio” es como el Ciudadano Kane de la minificción, si uno quisiera condensar toda lo que es la minificción en un solo texto tendría que recurrir a ese trabajo de Monterroso; pero ya lo he dicho, es difícil matar al dinosaurio, y cada vez que uno quiere cometer ‘dinocidio’, no hace más que fortalecerlo, como si nuestra imaginación siguiera siendo jurásica.

La frase

Luisa Valenzuela

No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el Gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros”.

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