Diálogo, diálogo

Diálogo, diálogo

La controversia en torno a la contribución del empresariado al desarrollo nacional ha tomado características de dime y diretes, de ataque y defensa, arriesgando la esencia de la discusión. Quiérase o no, este es un país que optó por el sistema capitalista; por consiguiente, intentar convencer a los dueños del capital que les urge modernizarse y mostrar generosidad es impostergable. Este rifirrafe con los empresarios debe convertirse en un diálogo productivo y trascendente.

Sin embargo, ha sido perenne el desamor entre ciudadanos y clase empresarial. El origen del disgusto, del distanciamiento mutuo, es múltiple: mezcla de prejuicios, realidades históricas y desencantos crónicos. Considerar la génesis multifactorial de esta animadversión, tener en cuenta desaciertos pasados y presentes, prejuicios doctrinales y resentimientos, es indispensable.

Un porcentaje considerable de nuestros intelectuales – ignorando el fracaso del comunismo – mantiene ideales de izquierda y, por consiguiente, un sistemático y doctrinario ataque a cualquier símbolo capitalista que se les cruce en el camino. De ahí que una señora soleándose en una piscina de Casa de Campo quede convertida, “ipso facto”, en una insensible explotadora de la clase trabajadora. De igual manera que a un señor que intente explicar la excesiva avaricia de nuestros millonarios se le transforme, sin pensárselo dos veces, en un “maldito comunista”. Discusión cerrada.

Si los descendientes de las cuatro o cinco grandes fortunas dominicanas insisten en desconocer la insensibilidad social en que ejercieron sus antepasados, lo poco que aportaron a este país, asistirán a la mesa redonda sobre sus actuaciones con un punto ciego en el retrovisor; un flanco débil de difícil defensa. De no aceptar reflexivos las razones de la malquerencia, que no todas son arbitrarias ni descabelladas, el debate seguirá siendo uno de tirar y esquivar golpes, vocinglero e improductivo.

Si los que piden cuentas al capital no se presentan al cónclave dispuestos a ver las buenas intenciones de los que acumulan riquezas, sus esfuerzos por modernizarse, su voluntad de cambio – aunque todavía sean escasos – perderán la oportunidad de inducir las transformaciones necesarias en este capitalismo renco y entumecido. La regañina no cabe, no lleva a ninguna parte, concluye en verborreas e intercambio de golpes bajos. Las estadísticas y los hechos concretos son más eficientes y rotundos. Deben esforzarse en creer en esos jóvenes empresarios, pues intentan reivindicar su clase y sus ancestros. Sólo en tándem encontraran salidas comunes.

¿Acaso no se entendieron izquierdistas, monárquicos y derechistas, en países donde los unos fueron escuchados por los otros? Negociaron con inteligencia pensando en el bien común, y llegaron orgullosos a colocarse entre los diez o quince países más avanzados del planeta. Producen y comparten riquezas.

Han ido mejorando las imperfecciones del sistema, y hoy, ellos, que fueron una vez tan atrasados como nosotros, están en la cúspide del desarrollo. Su población, educada y satisfecha, apoya a los emprendedores, no los combate. Las dirigen políticos eficientes y honrados; de esos que por aquí todavía intentamos diseñar. Déjense de morderse la cola. Intenten dialogar.

Publicaciones Relacionadas