Diamantes engarzados y Florita

Diamantes engarzados y Florita

Hace un par de años al presentar mi libro de cuentos “Siete Gotas de Arena” se me preguntó cuáles cuentos más me han impactado y me referí a “El collar de diamantes”. Se trata de un cuento del autor francés Guy de Maupassant, nacido cerca de París en 1850 y fallecido a los 43 años, loco por sífilis. A veces vale más repetir algo dicho que decir cosas nuevas de menos valor. Y aquí voy…

El asunto es que en “El collar de diamantes”, De Maupassant cuenta cómo una joven y bella mujer, casada con un contador, bien educada pero sin fortuna, se deslumbra con una invitación que recibe el marido para asistir a una espléndida fiesta a la que iría toda la mejor sociedad parisina. Con gran sacrificio compran la ropa para esa celebración, y ella pide prestado a una rica amiga de infancia un collar de brillantes, para engalanarse aun más. Pero tras la fiesta, pierde la joya.

Para reponerla, la pareja compra un collar casi idéntico, a un precio de treintiséis mil francos. Deben endeudarse, vender casi todas sus pertenencias, trabajar endemoniadamente durante diez años miserablemente interminables, padeciendo privaciones humillantes, hasta saldar todas las deudas, incluyendo intereses usurarios.

La pobre mujer, estragada por tan afanosa vida, esmerilada por la pobreza, pierde el brillo de su juventud y buena educación, al punto de parecer cualquier vecina vulgar. Pero algunas noches, se consolaba recordando cuán bella estuvo aquellas horas de fiesta, entre tanta gente linda, y cómo disfrutó llevar en su cuello aquel collar de diamantes. Justo después de pagar las ruinosas deudas que la pérdida del collar causó, se encontró en una calle con su amiga, quien no la reconocía. La dueña del collar, alarmada al ver cómo había envejecido su amiga de infancia, quiso saber la causa de su infortunio. “Ha sido tu culpa”, dijo ella. Y le contó, con una sonrisa de gozo simple y que no disimulaba el orgullo de haber recuperado su honor. La señora, conmovida, le contestó: “¡Oh, pobre amiga! Mis diamantes eran falsos. ¡Costaban apenas quinientos francos!”.

“Los quince de Florita” que recitaba Carbonell, en sus cuatro primeros versos  (“Conste que no es fantasía/ lo que les voy a contar: / los personajes son reales, / viven en cualquier lugar…”), tratan algo parecido. ¡Cuántas Floritas, cuántos collares en Santo Domingo hay hoy!

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