Diario de guerra de una dominicana en Irak

Diario de guerra de una dominicana en Irak

POR FÁTIMA ÁLVAREZ
Las imágenes sobre Irak, al inicio de la guerra, estaban más vinculadas en la memoria a Babilonia o Mesopotamia, que a territorios minados por un liderazgo colonizador.Bagdad, su capital, fue cuna de los sueños literarios de las Mil y Una Noche y no pocas jóvenes imaginaron ser la bella Scherezade.

Haileen Castillo, tal vez, fue una de ellas. A pesar de esto, su primera juventud no transcurrió entre países arábigos, ni noches de ensueños.

De padre chino y madre dominicana, Haileen, como muchas otras, fue criada con la figura materna como eje. A los 17 años partió a Estados Unidos con la finalidad de ganar unos dólares en vacaciones, pero su destino cambió y se radicó definitivamente en territorio norteamericano.

Las expectativas del sueño americano no resultaron tan fáciles de cumplir, por lo que a los 21 años se alistó en el ejército (Army) con el propósito de experimentar la vida “más allá del Bronx”.

“Fue un impulso. Quise ver qué podían ofrecer. Yo vivía en el Bronx, que no es lo mejor de los Estados Unidos, y quería ver qué había para mí en otros lugares. Las oportunidades eran muchas, buenas y bonitas, ¿por qué no?”

Su trabajo en el ejército se convirtió en una rutina de ocho a cinco. Pero el 2003 cambió su vida. Casada ya y con dos hijos, uno de ellos recién nacido, Haileen Castillo partió a un entrenamiento de un año en la ciudad de Balad, “bien cerca de Bagdad”, dejando a su bebé a cargo de su madre; mientras el mayor quedaba al cuidado de su esposo.

“Mi mamá fue muy importante en esto. Aunque no estuvo de acuerdo, estuvo dispuesta a ayudarme. Ella me dio la oportunidad de hacer mi trabajo, de seguir adelante y me dio el apoyo moral que yo necesitaba en esos momentos”.

Su compañía estaba a cargo de los convoyes que proveían alimentos y armas a sitios más lejanos, y en Balad funcionaban más comAo lugar de almacenamiento.

Preocupada porque su pequeño tuviera una nutrición adecuada, Haileen extraía su leche y la refrigeraba. Durante los permisos la llevaba a casa y allí hacía otro tanto con la finalidad de que, a su partida, dejara suficiente leche almacenada.

Ella no ve esto como un mérito especial: “eso es parte de ser una mamá que trabaja”.

Para Haileen, Irak dejó de ser el lugar de sus sueños para convertirse en una triste realidad. “La situación de la mujer allí no es buena. La tratan como segunda clase y su trabajo en el campo es rudo, además de que están envueltas en esos trapos negros que les cubren todo, menos los ojos. Como mujer no desearía haber nacido allá. A pesar de eso, ¡hay tanta historia! y pese a que la cultura se quedó estancada, ¡estábamos tan cerca de Babilonia!”, dice Haileen asomando en la cara esa expresión infantil que le acompaña.

Con la inocencia del que cree en lo que hace, Haileen ve en Irak posibilidades de mejorar, de recuperarse y de que el petróleo sea su mejor aliado. Para ella, su trabajo en Irak no representó una actitud beligerante frente a los iraquíes. “Cuando una se alista en el Army, una está dispuesta a hacer lo que le manden. No tienes que estar de acuerdo, sólo tienes que cumplir tu trabajo; hay una misión que tienes que cumplir y simplemente lo haces. Nosotros tenemos que mantenernos neutrales, no podemos hablar mal del gobierno porque trabajamos para él”.

Entiende que su posición, y la del resto de los soldados norteamericanos, era la de prestar ayuda a un pueblo en desgracia. “Ellos necesitan ayuda y nosotros estábamos allí prestándosela. Va a tomar tiempo, porque mientras nosotros estamos entrenándolos con nuestros soldados, ellos están poniendo campesinos a ser soldados”.

Pasado el año de entrenamiento, Haileen duró un año más en Irak, pero sin la posibilidad de volver periódicamente. “Perdí un año de la vida de mis hijos. Es difícil de recuperar, pero ellos se han adaptado”.

Confiesa que su relación con su esposo se deterioró un tanto tras un año sin regresar a casa. “Ha sido difícil, porque me concentré en lo que estaba haciendo en Irak, dejando todo: esposo e hijos. Uno pierde mucho. ¡Los niños en los primeros años hacen tantas cosas diferentes!, y una extraña no estar ahí, pero tengo que seguir adelante”.

La soldado sabe que corría riesgos. En Irak no hay línea de fuego definida, sino que todos corren riesgos con los cohetes y morteros que caen constantemente. Allí no vale ser mujer, niño o anciano para correr la misma suerte. “El riesgo es el mismo para todos”.

Haileen no se planteó el no regresar, pero tomó sus previsiones: “Puse al bebé en buenas manos, pues mi mamá es muy responsable. Ella hizo un buen trabajo conmigo y lo ha hecho con mi hijo. Además, Douglas, mi esposo, quiere mucho a sus bebés y el más grande y él se entienden muy bien”.

El dolor humano estaba presente en cada segundo que transcurría en Irak. La fibra sensible se vivía, pero había que acallarla, demasiado sensibilidad no era buena. “En mi compañía murió un muchacho, 27 años. Fue difícil. Uno piensa que pudo pasarle a uno. Aunque sólo se habla de los muertos, los heridos no tienen el mismo reconocimiento y hay muchos que no volverán a ser lo que eran. Uno trata de sobrevivir y hacer que ese año pase rápido. Esto cambia definitivamente algo dentro”.

VOLVER A COMENZAR

Los hijos de Haileen tuvieron que separarse durante todo un año, perdiendo durante ese tiempo toda las vivencias que se dan entre hermanos. “Perdieron el no compartir más, pero hay una diferencia de edad marcada, por lo que ya no compartían los juegos, y los intereses eran diferentes. Ahora voy a tener que trabajar en otro ‘problemita’: uno habla inglés y otro español, dice mientras deja escapar esa tímida sonrisa que le acompañó durante la entrevista. “Va a dar un poco de trabajo, pero veremos cómo lo logramos”.

Para Haileen, su esfuerzo no representa más que el de cualquier otra madre. “En esta sociedad soy simplemente una mamá que trabaja: una ‘working mom’, una persona buena que hace lo correcto y cumple su deber. “Soy una buena ciudadana”.

Haileen está planteándose qué hará con su vida en el mediano plazo. Sabe que si se queda en el Army existe la posibilidad de que surjan otros conflictos en Afganistán o Corea y la manden allí, perdiendo otro tiempo valioso en la vida de sus hijos. “No quiero estar lejos de los niños otra vez”.

El sueño de Haileen está cada vez más lejano de Irak, sus bombas, y hasta del propio Estados Unidos. “Aquí está mamá, el sol, el Caribe…!” Atrás quedaron las bombas, las noches de insomnio y el dónde está mamá de los niños. De frente le espera un hermoso futuro a una mujer que supo equilibrar lo más que pudo su papel de madre y soldado.

 

 

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