Diario de la guerrilla que «señaló un horizonte»

Diario de la guerrilla que «señaló un horizonte»

La dirección del 14 de Junio nunca identificó en el gobierno del profesor Juan Bosch vocación alguna de defender, en el terreno que fuere necesario, el gobierno legítimo que el pueblo se dio en las elecciones libres de diciembre de 1962. Fue esa agrupación la que “aceleró sus preparativos insurreccionales, cumpliendo con su vocación y con la palabra política empeñada por el líder de la organización, en su discurso del 14 de junio de 1962, ante decenas de militantes y simpatizantes”.

«En esta formación había trabajado el 1J4 desde sus orígenes hasta aquellos momentos cruciales de los “mítines de reafirmación cristiana” y de la conspiración abierta y descarada de los personeros de la oligarquía desplazada del gobierno (pero no del poder) en las elecciones” citadas.

Las consideraciones están contenidas en el libro La guerrilla que señaló un horizonte, a los 40 años de un sueño (Diario de la Guerrilla de Manaclas), escrito por cinco sobrevivientes de la acción: Marcelo Bermúdez, Napoleón Méndez (Polón), Germán Arias (Chanchano), Rafael Reyes (Pitifia) y Fidelio Despradel.

Se concibieron siete zonas guerrilleras potenciales y “cuando los planes golpistas contra el gobierno constitucional del profesor Bosch se hicieron inminentes, la dirección del 14 de junio apresuró su trabajo en estas regiones”. Los dirigentes catorcistas fueron abordados por Manolo, entre ellos el doctor Benjamín Ramos, quien pidió unos días al líder para pensarlo, responderle, someterse a exámenes físicos e iniciar algunas prácticas con las armas. “El capitán William García, de la Aviación Militar Dominicana, militante de la organización, fue quien empezó a entrenarlo,” refiere Fidelio Despradel, autor de la introducción.

El volumen es más que el recuento de las vivencias de Marcelo Bermúdez, Napoleón Méndez, Germán Arias, Rafael Reyes y Despradel. No se reduce solamente a la experiencia en Manaclas. Al haber sido Fidelio el segundo al mando, responsable de la operación, del comité Central, comandante del Frente Enrique Jiménez Moya, conoce a perfección detalles de las ocurrencias en otros frentes, los preparativos, las fechas de salidas pospuestas, las decisiones y pasos del jefe supremo, los desenlaces, las bajas, los cabezas de la estructura urbana, y los relata en la parte de la obra que le tocó escribir, añadidos a lo que sucedía en su columna desde el veintiocho de noviembre de 1963 cuando más de ciento sesenta hombres y una mujer se lanzaron a escalar “las escarpadas montañas de Quisqueya” en una insurrección armada contra el Triunvirato.

Los cinco detuvieron sus quehaceres cotidianos actuales para volver a aquellos tiempos y redactar lo que ya habían plasmado en sus diarios incautados. Los nombres son abundantes. La historia tiene el triste recuento de los terribles contratiempos, el hambre, el intenso frío, el cansancio, la inconsciencia de los desalmados militares que eliminaron salvaje, ferozmente a compañeros apresados. La única buena noticia fue la supervivencia de estos soldados del honor y del decoro, que hoy cuentan con admirable lucidez para reconstruir aquel pasado heroico. Manolo Tavárez Justo fue el Comandante General de todos los frentes. Nombró a Roberto Duvergé, Mario Fernández, Juan B. Mejía y Benjamín Ramos como máximos dirigentes en la ciudad.

[b]RUMBO A MANACLAS[/b]

A las cinco de la tarde Fidelio y José Frank Tapia salieron para Santiago y a las siete se reunieron con Manolo en la finca del padre de José Daniel Fernández (Danielito), en Puñal.. “¡Encuentro emotivo! Desde su reunión secreta con Manolo en la casa de Manuel García Saleta (Puchito)”, Fidelio no se había visto con el líder. Recostados de la cama se encontraban, también, Juan Miguel Román, Jaime Socías, Danielito y otros. Chanchano narra que en aquella vivienda “Jaime Socías, que era el armero de la guerrilla, terminó de graduar las miras de los rifles que integraban el armamento de Manaclas”.

En Santiago se juntaron los integrantes del Frente Enrique Jiménez Moya que se dirigiría a los tupidos bosques y empinadas lomas de Manaclas: Manolo Tavárez Justo, Fidelio Despradel, Juan Germán Arias (Chanchano), jefe de Operaciones; Emilio Cordero Michel, Domingo Sánchez Bisonó (El Guajiro), guía de la guerrilla, campesino; Federico José Cabrera, médico de la guerrilla; Jaime Ricardo Socías, Juan Ramón Martínez (Monchi), chofer, principal guardaespaldas de Manolo; Antonio Barreiro (Tony), José Daniel Fernández (Danielito), Rubén Díaz Moreno, Manuel de Jesús Fondeur (Piculín), Leonte Schott Michel, Fernando Ramírez Torres (Papito), Antonio Filión (Manchao), Caonabo Abel, carpintero, armero de la organización; Manuel Reyes Díaz (Reyito), Alfredo Peralta Michel, Francisco Bueno Zapata, Rubén Alfonso Marte (Fonsito), José Daniel Ariza, Napoleón Méndez (Polón), Joseito Crespo, Luis Peláez, Rafael Reyes (Pitifia), Marcelo Bermúdez y Virgilio Peralta (El Guajirito).

Para el transporte contaron con una camioneta propiedad del INDRI, gestionada por Manuel Lulo y manejada por su hermano Rubén, un carro Chevrolet y un Peugeot. “Nos juntamos con el vehículo donde viajaba Manolo y emprendimos el camino hacia nuestro destino siguiendo el camino viejo que conducía a La Vega, para luego abordar la autopista Duarte, que para la época se encontraba en construcción”, apuntan.

De esta forma, añaden, “iniciamos definitivamente el camino hacia la sección de El Rubio, municipio de San José de las Matas, en el corazón de la Cordillera Central… Desde que nos acercamos a Pedregal, después de más de una hora de camino, la neblina se convirtió en aliada de aquel furtivo grupo de soñadores que marchaba a encontrarse con su destino”. Antes de llegar a Pedregal, donde sabíamos que había un puesto de Policía, Manolo dio instrucciones al Guajiro para que subiera al poste del tendido eléctrico y cortara los cables de teléfono. Queríamos evitar que dieran la voz de alarma. Manolo ordenó que todos los guerrilleros portaran sus armas y granadas de mano y estuvieran prestos por si las circunstancias nos obligaban a combatir”.

[b]UN CENTENAR DE TIROS[/b]

A las doce de la noche se desmontaron frente a Loma Larga, en Los Limones, y al día siguiente bajaron el voluminoso y pesado cargamento. Cambiaron sus ropas de civiles por uniformes confeccionados por Cristina Lora, recibieron un arma larga casi con un centenar de tiros para cada uno, cuchillos, machetes, mochilas, hamacas, plásticos, hilos, sogas, indumentaria de invierno, frazadas, sardinas, chocolate, leche condensada, libros, cachuchas. Descargaron radios, binoculares, brújulas, equipos de zapatería, hachas, utensilios de cocina. A la una y media de la madrugada comenzaron a ascender en silencio mientras El Guajiro señalaba la ruta.

“La mayoría nos cansamos rápidamente. El excesivo peso que llevábamos en las mochilas, incluyendo el rifle y cien tiros, y la falta de entrenamiento, hacia sumamente difícil aquella primera jornada en nuestra nueva morada”, manifiestan.

El libro se lee con rapidez y dolor solidario frente a los obstáculos y tragedias. Conmueve el bombardeo desde los aviones lanzando bombas, cohetes, ametralladoras, cañones y ellos con la lengua reseca y el corazón encogido mordiendo un palo para evitar que la onda expansiva de las explosiones les rompiera el tímpano. Rafael Reyes con fiebre alta y una lesión en el tobillo avanzando sin quejarse. Algunos velando para raspar las cáscaras de batata pegadas al caldero porque fue imposible cargar con los restos salados de una vaca y un puerco cimarrón. Trochas abiertas para dejar señales a los compañeros en busca de alimentos. La aflicción con que cuentan el despiadado fin que la guardia dio a Francisco Bueno Zapata, fusilado al pie de un árbol después de hecho prisionero, contagia tanto como la horrible eliminación del Guajiro, apuñaleado mortalmente por el alcalde pedáneo, o el fiero final de Manolo y los que le acompañaron en su entrega acogiéndose a las garantías no cumplidas de que sus vidas serían respetadas.

Fidelio, Chanchano, Marcelo, tomaron otro rumbo. A doscientos metros de la carretera San José de las Matas-Santiago los sorprendió una patrulla. Los conminaron a tenderse en el suelo boca abajo. Los amarraron y empujaron por el camino hacia el cruce de Jánico. Los ataron a un árbol hasta entregárselos en Santiago al entonces coronel Valdez Hilario. El detalle de las torturas y muerte a Manolo, quien estaba decidido a no entregarse, es amplio. Rafael Reyes, Joseito Crespo, Napoleón Méndez, José Daniel Ariza y Luis Peláez decidieron quedarse y cuentan las formas en que pudieron salvarse.

La obra concluye con una carta al mayor general retirado Elby Viñas Román, a quien, entre otras cosas expresan: “Usted era a la sazón secretario de las Fuerzas Armadas y fue usted, sólo usted, el que tenía la jerarquía para tramitar una orden de esta dimensión política e histórica”. Y se preguntan: “¿Pretende usted decir que no fue a usted a quien le impartieron las órdenes? ¡Muy bien! Entonces, general Viñas Román ¿Quién estaba por encima de usted en la jerarquía militar de entonces? Usted no puede responder con el silencio ante este emplazamiento. Lo que nos interesa es la verdad histórica y que la responsabilidad en esta acción contra la vida de nuestra nación recaiga sobre los verdaderos culpables, los que decidieron que “Manolo no podía salir vivo de las montañas”.

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