Diarios de nostalgia

Diarios de nostalgia

CHIQUI VICIOSO
Pocas veces se tiene el privilegio de compartir un proceso donde se conjugan arte, belleza, sutileza e ideas, desde la anónima y silente butaca de un cine. Y pocas veces se tiene la posibilidad en esta media isla de ver cine hecho sin aparatosidades, juegos técnicos, artificios y aturdimientos. Un cine hecho para alienarnos de nosotros mismos, no para que en el borde del asiento, alma en la boca, vibremos al unísono con el corazón de dos jóvenes que, como Pablo Neruda, subieron a las alturas de la solidaridad para convertirse en hombres.

Pocas veces se logra penetrar en los confines más hermosos de nuestra América, como en la película Diarios de Motocicleta, sobre el primer viaje del Che a la región de que era oriundo y por donde transitamos por la vastedad de las pampas argentinas; la majestuosidad de los Andes chilenos, lo asombroso de Machu Pichu y la indetenible belleza del Amazonas. Y en cada región, cada país, cada paisaje, los rostros/testimonio de hombres, mujeres, niños y niñas con una misma historia, con un sufrimiento común, con una misma búsqueda.

Y en cada región, cada país, cada paisaje, cada experiencia, la transformación de la conciencia de un joven médico de la clase media argentina que se embarcó en la aventura de conocer la región de que era oriundo y terminó lo que fue una excursión en una revolución de sus objetivos de vida, de su ética personal, en un abrazo permanente con el universo. Belleza que va describiendo en un diario donde no falta el humor, la ingenuidad, el amor, las aventurillas propias de jóvenes que aun no saben lo que quieren o para donde van.

Sobrecogidos y dichosos, salimos del cine a llamar a todos los amigos y amigas, a todos los conocidos, y a enviarles e.mails para urgir a los y las jóvenes a que no se pierdan esta película; para pedirle a los padres y madres que le regalen esta experiencia a toda la familia; para sugerir al profesorado que dedique una de sus clases a ver Diarios de Motocicleta, sobre todo en estos tiempos de mercenarismo consumista y la resultante violencia de los desplazados de sus paraísos.

Así, daremos el salto de la nostalgia al abrazo, y la Navidad será algo más que un árbol maravilloso en el malecón, o los villancicos que por fin han sustituido el regaton en los pesebres, y que las familias de los barrios bajan a ver con sus niños, en uno de los pocos espacios públicos que aún nos les arrebatan.

Y así, recuperaremos la alegría de reconocer lo que era ser joven cuando aun existía la inocencia, una experiencia que hoy se diluye entre todas las trampas de la actual filmografía, para aturdir la conciencia y hacemos olvidar que ser jóvenes es pronunciar nuestro derecho a redescubrir el mundo y recrearlo a la imagen y semejanza del amor y sus proclamas.

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