El año 2008 será recordado por el desplome económico en Estados Unidos y otras naciones desarrolladas.

En términos gastronómicos, lo que ha sucedido es una gran indigestión, producto del exceso de consumo con crédito indebido. Esto ha derivado en una fuerte diarrea.

Como resultado de la evacuación acelerada, se ha evaporado una gran cantidad de riqueza, ya sea por la depreciación de las viviendas, las caídas en las bolsas de valores, o los diversos fraudes financieros.

Todo esto, unido a la pérdida de empleos, reduce el consumo, y por eso se desploman los precios de  productos naturales esenciales como el petróleo.

Una de las críticas fundamentales que se hace al capitalismo es el énfasis en el consumo. Diversos pensadores, sobre todo de orientación marxista o religiosa, han martillado el sistema capitalista por el desparpajo consumista, el individualismo y el hedonismo que promueve.

Pero sin consumo no hay posibilidad de ampliar la producción, generar puestos de trabajo, y producir el bienestar material que se ha convertido en un deseo casi universal.

Hoy día, sin embargo, los consumidores se someten a una reducción de gastos. Unos porque perdieron sus trabajos, otros porque perdieron en sus inversiones financieras, otros porque se desplomaron los precios de sus viviendas, y otros porque temen perder sus empleos.

En esencia, el estómago de los consumidores está resentido, produce cólicos, y atemoriza gastar.

Esto crea un círculo vicioso descendente en la economía. Ya no es tan fácil obtener crédito, por lo tanto, el consumo con pago diferido se dificulta. Ya no es posible confiar en que los puestos de trabajo se mantendrán, y eso genera gran incertidumbre en la fuerza laboral. Ya no es posible creer que las viviendas seguirán subiendo de valor indefinidamente.

La incertidumbre económica conduce a la precaución consumista, pero el capitalismo necesita combinar prudencia y riesgo para funcionar adecuadamente; con un poco más de riesgo que prudencia.

Después de la diarrea es normal el miedo al consumo; no por falta de deseos volitivos, sino por temor a las consecuencias.

Ante este panorama, el vilipendiado Estado, tiene que reaparecer como salvador. Necesita crear certezas para que vuelva la confianza, invertir para crear puestos de trabajos, y garantizar que a pesar de los problemas el sistema capitalista seguirá funcionado.

Reaparece así el ogro filantrópico, no como ogro, sino como filántropo del capital, de los capitalistas, de la clase media y de los trabajadores.

¿Pero podrá ese vilipendiado Estado asumir tantas funciones?

Los neoliberales han quedado lánguidos, no tienen argumentos críticos porque la crisis explotó en sus manos. El objetivo en estos momentos es salvar el capital con el supuesto propósito de salvar el sistema.

El argumento radica en que para retornar a la prosperidad, hay que ayudar a restablecer el capital privado porque sin él no hay progreso.

La gente común, por su parte, espera recibir también beneficios del salvamento; no en el futuro lejano cuando se restablezca el capital privado como quisieran los neoliberales, sino ahora, cuando la diarrea económica produce fuertes cólicos.

En Estados Unidos, epicentro de la crisis, se debate este asunto. Al ser la economía más privatizada, muchos prefieren exaltar las virtudes del capital privado, y una masiva intervención del Estado en la economía sólo puede encontrar apoyo ante una catástrofe como la actual. 

¿Pero podrá el Estados salvar el capital? Y si no, ¿qué pasará?

La situación económica diarreica que enfrenta el mundo al concluir el año 2008 puede conducir a la deshidratación si no hay atención adecuada, o a la reconstitución de la flora intestinal mediante una correcta intervención del Estado curandero.

Hay costos y beneficios para distintos grupos en las estrategias de recuperación que se adopten en el 2009, y la versión del pensamiento económico que predomine en la rehabilitación del sistema, definirá las características económicas y políticas de las primeras décadas del siglo 21.