Dibujos de María Aybar en la Quinta Dominica

Dibujos de María Aybar en la Quinta Dominica

En la Quinta Dominica (calle Padre Billini 202, Ciudad Colonial) será inaugurada el 12 de este mes de marzo, a las siete de la noche, la reveladora exposición de dibujos al carboncillo intitulada Génesis, cuya autora es la reputada artista del pincel María Aybar.

En torno a la misma, su presentador, el pintor, crítico e historiador del arte Danilo de los Santos (Danicel), sostiene que “A toda libertad se expresa la artista mujer en sus manejos de formas, líneas, rayados y sombras, pero sin pérdida del concepto de la luz, manifestándose en zonas del blanco casi intocable. Compases, cuerpos, fluencias, movimientos, sonidos y vuelos, nos permiten sentir el color en el no color; si es que le quitamos al dibujo la pureza de la línea y al papel su contextualidad no menos pura. En fin, que esta otra aparición de María Aybar, dibujante, ofrece la constancia y reitera la autonomía de una manifestación de arte, primordial en sí mismo: el dibujo.”.

Para no desatender, irreverente, los prestigios de la urbanidad, me ceñiré a comentar sólo tres de los copiosos encantos con que los dibujos de tan señalada hija de las Musas nos seducen.

El que para comenzar abordaré salta a la vista: vigor de una fantasía desbordante. En efecto, habría que padecer de incurable miopía espiritual para no experimentar hondo regocijo impregnado de asombro ante la barroca exuberancia de unas escenas traídas a la hoja de papel por modo fragmentario que entreverando formas vegetales, animales y humanas, consiguen sin falta deslumbrarnos en razón de que la autora se propuso y logró infundir vida a un orbe plástico autónomo, coherente, autosuficiente y rebosante de energía, cuya insólita apariencia transporta al contemplador al territorio de lo sagrado, a oníricos dominios ancestrales.

La reciedumbre de la imaginación, la portentosa capacidad de evocar y espolear la sensibilidad por vía del discurso visual de índole metafórica, impulsa a la artista a descomedirse, a desparramarse en figuras que surgiendo unas de otras, trasmutándose unas en otras terminan por colmar los espacios en blanco para materializarse en un cuerpo único que ocupando por entero el escenario del papel acredítase mas contundente y provocador que los ya de por sí impactantes retazos de imágenes de la naturaleza a partir de los cuales aquél se configura.

Si de apariencias delusivas no me pago, la propensión de la dibujante a atestar con variopintos perfiles y siluetas el blanco de la hoja, ese terror al vacío no sólo patentiza cierta tendencia estilística barroca propia de un temperamento fornido y ardoroso, sino que responde también, aunque ni la misma autora haya tal vez reparado en el asunto, a que, inmersa en el mundo del mito cosmogónico de ascendencia helénica, adoptó ella de manera espontánea el enfoque de los griegos, para quienes “no hay un espacio vacío de tipo cartesiano o newtoniano, sino un lleno absoluto de seres que se tocan unos a otros”.

Dichos seres se rozan y entrelazan influyendo éste en aquél y aquél en el de acullá por vía transitiva mediante la imitación… Es exactamente lo que se desprende de los dibujos de Aybar: formas miméticas que representan segmentos de la realidad familiar, se juntan en un intercambio que todo lo abarrota porque en el universo mítico de procedencia helénica el vacío no cabe, no hay huecos ni grietas por donde la nada se filtre en la obra perfecta del Demiurgo.

Una segunda virtud de los dibujos que me he impuesto escoliar es su prodigioso dinamismo. No se me reconvendrá de caer en la sirte de fáciles hipérboles porque afirme que los diseños al carboncillo intitulados GÉNESIS, si por algo destacan es por el ligero fluir de una  línea de sensuales curvas, por la frenética danza de las imágenes que trae a la mente la locura divina de las coribantes de Dionisos, por el juego de los planos contrapuestos de luz y sombra y last but not least, por el predominio del ritmo, del movimiento que es en el ámbito de la expresión plástica la más convincente y poderosa representación de la vitalidad y el palpitar del cosmos.

La tercera cualidad a la que a punto ya de dar remate a estas reflexiones me referiré es el sesgo lúdico del discurso iconográfico de la artista. Entiendo, en efecto, que en muy alto grado la fascinación que los trabajos de María Aybar suscitan en el contemplador es deudora de cierto ademán humorístico, de un enfoque risueño que en veces colinda con la burla, estrategia que, por descontado, no es fantasiosa especulación relacionar con el temperamento travieso y jovial de su autora.

Semejante espíritu lúdico contribuye en no escasa medida a que la dibujante plantee el tema cosmogónico (uno de los más tremendos y complejos que cabe considerar) desde la óptica tierna, fresca, inocente del niño, para quien el asombro ante lo que le rodea es su natural estado. De ahí que, por lo que hace a estética virtud, la nota descollante de las obras a cuyo somero examen me he consagrado sea la gracia, categoría fundamental de lo bello privativa de los dioses que el genio de la antigua Grecia legara a la civilización occidental.

Con GÉNESIS María Aybar confirma su elevada alcurnia creadora y da testimonio de una incansable búsqueda interior que, a diferencia de tantos artistas dominicanos y extranjeros que repiten un mismo concepto convirtiéndose en artesanos de su propia obra, la lleva a sondear siempre nuevas regiones de la sensibilidad con el fin de expresar lo eterno y permanente de la condición humana mediante propuestas plásticas diversas que invariablemente producen la impresión de que no hallamos ante una artista no sólo de enorme originalidad y mano privilegiada, sino nueva, diferente, desconocida, una artista a la que en cada individual nos toca descubrir.

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