En Mateo 5, 1 – 12, Jesús llama dichosos a los pobres en el espíritu. Jesús no sacralizó la pobreza. Es cierto que, con frecuencia, no tenía donde reclinar la cabeza, pero tenía amigos acomodados. Valoró el negociar con los recursos recibidos.
La pobreza de espíritu no se refiere a la pusilanimidad, a la gente incapaz de emprender nada, ni de enfrentarse a nadie. Jesús apreció la valentía de Juan el Bautista, que no era como esas cañas del desierto que se van doblando según sople el viento.
Al proclamar “dichosos los pobres en el espíritu”, Jesús se refiere a la gente humilde, que busca la justicia, los que se conducen con moderación, sin esa arrogancia propia de los ricos. Jesús se refiere a la gente honesta, que vive sin mentiras (ver Sofonías 2,3; 3,12-13).
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Muchos pobres son personas sin dinero, ni relaciones, ni educación formal. Son gente que no tiene dónde apoyarse y muchas veces esperan la salvación solo de Dios.
Esos pobres, a quienes la sociedad empuja a sus márgenes, son también pobres en el espíritu, porque vuelven su corazón hacia Dios, sabiendo que “el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente” (Salmo 145).
Algo sabe Jesús que les llama “dichosos”. Son felices, porque en Jesús ven ya la realización de un mundo diferente a ése que les ha negado todos sus derechos. Son dichosos, porque lo que Dios quiere hacer empieza por ellos. Así lo reconoció Pablo, cuando escribió: Dios “ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta” (1ª Corintios 1,26-31). Más sorprendente que los milagros es llamar dichosos a los pobres en el espíritu.
¿Quiere medir si su comunidad sigue a Jesús? Pregúntese, ¿la vida de mi comunidad hace dichosos a los pobres en el espíritu?