Diciembre 2020

Diciembre 2020

El calendario gregoriano establecido en 1582 por el Papa Gregorio XIII mediante la bula Inter Gravissimas, registra a diciembre como el duodécimo y último mes del año. Esos 31 postreros días de 2020 serán recordados con una gran cinta negra sobre el pecho de la humanidad debido a la gran pandemia que nos azota a causa del coronavirus.

La covid-19 ha obligado a la gente a cambiar ancestrales costumbres, a fin de mitigar el contagio y propagación de esta peligrosa enfermedad.

Mucha pesadumbre, cargada de preocupación, sentimos quienes promovemos y respaldamos las medidas sanitarias pertinentes, al ver como a doce meses de iniciarse el siniestro biológico, aún persiste un desfase entre el alto nivel de contagiosidad y el bajo grado de consciencia por parte de amplios sectores poblacionales.

Otro alto registro de casos de personas afectadas por el virus, así de los fallecimientos, vuelve a repetirse con similar o mayor intensidad en Europa, América del Norte y en parte de América del Sur, especialmente en Brasil.

El comportamiento incongruente y el desacuerdo con las directrices trazadas por la Organización Mundial de la Salud por parte de algunos de sus miembros hacen un servicio flaco a los esfuerzos por contener y erradicar la mutante viral. Pareciera como si se hubiese decretado una orden de ¡Sálvese quien pueda! Cada cual por su lado anda interpretando a su modo y conveniencia esta catástrofe terrenal.

A sabiendas de lo mucho que pesan las tradiciones en los pueblos, habremos de esperar un repunte mayor de la casuística viral durante las acostumbradas fiestas decembrinas de navidad y de año nuevo.

Se ejerce mucha presión sobre los gobiernos para que se relajen las racionales medidas preventivas establecidas como son el distanciamiento social, el uso de obligatorio de las mascarillas y la higienización continua de manos para reducir las probabilidades de contagio directo.

En el caso específico de República Dominicana duele ver a mucha gente en amplios sectores populares urbanos sin mascarillas, o con las mismas colocadas continuamente a nivel de la barbilla, con la boca y la nariz despojadas de las mismas, lo cual equivale a un cero efecto preventivo de contagio.

Vemos a multitudes que se mueven por las calles y aglomeran a la espera de transporte cual si viviéramos en tiempos normales.

Tras una larga y angustiosa espera alcanzamos a mirar una creciente llama de luz a la salida del túnel en tinieblas.

Ella consiste del anuncio de prometedoras vacunas contra el mal. ¡Ironías de la vida! Resulta y viene a suceder, como acostumbraba iniciar su conversatorio un antiguo amigo, que, gracias a los efectos no deseados de las redes sociales, crece el número de personas que se oponen al uso preventivo de las vacunas, aduciendo mil razones de dudosa sostenibilidad científica, por lo cual habrá que invertir tiempo y recursos tratando de convencer a esos individuos sobre la falacia de erradas interpretaciones.

Ahora el camino hacia la normalización sanitaria luce largo y cargado de neblina. Los efectos negativos a nuestra economía se sentirán con mayor intensidad, haciendo crecer los índices de pobreza.

¡Volvió Juanita! Así nos canta nuestra vernácula intérprete Milly Quezada cada diciembre. Ahora no podrá entonar: “Vamos a celebrar con una fiestecita/ Alegre está el barrio, todo es alegría/ Porque llega Juana de la lejanía”. La crisis sanitaria lo impide. En cambio, está permitido entretenerse suscribiéndote a Netflix, o gratuitamente con otros espectáculos circenses.

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