Diciembre es Navidad

Diciembre es Navidad

En el universo cultural dominicano “diciembre es Navidad”. Para la construcción de esta percepción parece producirse un interesante proceso de confabulación entre factores diversos: la fecha, el clima caracterizado por el clásico “friito”, las vacaciones escolares a mediados de mes, el doble sueldo, para quienes tienen empleo; el reencuentro de las familias, que produce como resultante una situación socio-cultural caracterizada por el ambiente de alegría y fiesta, etc., y la ya larga tradición religiosa. Este ambiente festivo no es necesariamente contradictorio con el serio sentido religioso que celebran cristianos y cristianas para estas fechas y que el evangelista Lucas recoge hermosamente:

“Subió también José desde Galilea, de la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David…para registrarse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del parto y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue.
Había en la comarca unos pastores que dormían al aire libre…Se les presentó el ángel del Señor…: el ángel les dijo: No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre…” (Lc. 2, 4-13).

El niño del pesebre que no tuvo sitio en el albergue, como tantos niños nuestros que siguen sin tenerlo, es quien nos trae la salvación verdadera, la que viene de Dios. Es la impotencia la que nos salva porque es ella la que tiene la capacidad de develar las trampas que un poder de estirpe dudosa nos coloca permanentemente. Es que el poder mundano aleja y destruye mientras el servicio aproxima y construye fraternidad…desde el entusiasmotranquilo de la debilidad fortalecida. Es la debilidad la que nos ayuda a desnudar las pretensiones ocultas y generalmente malsanas de un poder centrado en sí mismo y no en los otros y otras más débiles. Es el niño envuelto en pañales el que nos “trae de regalo” la salvación. Pero es un regalo exigente. Viene de Dios.

Es de esto, entre otras cosas, de lo que se trata la Navidad. En ella Jesús de Nazareth, cuyo nacimiento conmemoramos, nos continúa retando a ser buenos, a esforzarnos por ser mejores en el camino de la vida. Una vida que incluye la dimensión de la fiesta que se fundamenta en una alegría sana y abierta pero seriamente tensionada por la búsqueda del bien. Un bien que tiene en su centro la preocupación por la calidad de la vida de todos y todas. En estos tiempos caracterizados por la incertidumbre, que impide una visión pretendidamente certera y que demanda del discernimiento, se hace imprescindible aprender a dejarnos interpelar por el niño de Nazareth cuyo nacimiento constituye la razón de las fiestas navideñas que cada año celebramos. Ojalá que todos y todas en estas fiestas podamos decir con honestidad: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres (y mujeres) en quienes él se complace”.

Es que, aunque no nos guste mucho porque nos mueva el piso, sigue siendo una afirmación cristiana central que el poder que salva viene de abajo. Es esto lo que celebramos en este tiempo de Navidad. Un Jesús de Nazareth que nace pobre en un pesebre y solo desde este lugar “entiende” la lógica del bien y se dispone a hacerlo. Así, ciertamente diciembre es Navidad.

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