Navidad convoca a los regresos, con notable fuerza de tradición, a una buena parte de la nación dominicana situada en ultramar por la emigración; una vuelta a los orígenes, afectos y vínculos familiares que incluye descendencias que heredan positivamente los rasgos culturales y los valores patrios de sus progenitores. Multiplicación de la dominicanidad llamada a enorgullecer a unos y otros bajo signos e intereses que las distancias no destruyen.
Con los que llegan desde puntos de partida situados a ambos lados del Atlántico, y flujo mayor de procedencia hemisférica norte, el Estado se esmera en facilidades aduanales que han crecido en reconocimiento a que han vivido allá sin dejar de ser de aquí. No traspasan fronteras emocionales para sus pausas navideñas en el accionar productivo que aporta una fuente de remesas y salvación financiera para su país, imprescindible al equilibrio de la relación peso-dólar para que no nos “lleve quien nos trajo” con las primas.
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De las adversidades que en el lar nativo han mantenido a la economía con pocas respuestas a las necesidades y ansias de metas superiores, dominicanos en éxodo pasaron a construir diásporas en varios confines. Crearon una nación alternativa al otro lado de los mares.
Ellos no podían quedarse aquí con una carga de sueños mayores… sin perder derechos a reclamar la creación de condiciones nacionales igualables a las que a muchos de ellos se obligó a buscarlas fuera.