Diciembre y 24

Diciembre y 24

Diciembre y el trineo con la carga de recuerdos, efemérides, conmemoración. Diciembre, la magia y la sorpresa, la evocación. Momento para imaginar imposibles como imposible es un camello en la puerta de la casa, un niño Jesús gateando dejando regalos o un Santa Claus envejecido cargado de juguetes para compensar el buen comportamiento infantil.
Vasta y poderosa la ilusión, tenaz en la carencia, por eso la imaginación criolla se apropia de la Vieja Belén, consuelo para afligidos, esperanza de aquellos sin cartas respondidas, sin deseos satisfechos. Niñez entristecida cuando su buena conducta no es compensada y debe conformarse con el deslumbre de enfrente que muestra el despliegue de complacencias.
Primer acercamiento a la diferencia de clases que compromete la bonhomía de Santa, la indulgencia del Niño, el poder de los tres Reyes. Es diciembre y 24 tiempo para aposentarse un segundo en el territorio sin límites de la comarca infantil, el pasado que siempre aflora y se acoteja para eludir cualquier recuerdo perturbador.
Es la temporada para volver a la desmesura de la fantasía, a ese mundo sin límites cuando todo es apropiable e inmenso. Entonces el destello tímido de una pata de gallina encendida era un fuego de artificio descomunal y las velas romanas provocaban éxtasis con su detonación efímera. Es el sonido de matracas y aguinaldos, de acordeón y balsié. Es la tradición gastronómica, los rituales de época.
Regresar a la calle ancha de la quimera para ver el arbolito en el rincón de la casa con el titilar de bombillos tímidos, cubiertos con “pelo de ángel” para simular nieve. Volver a los escaparates provincianos y esa exhibición de novedades tras papeles de celofán. Vitrinas tan hermosas como cualquier exhibidor de la Quinta avenida o Saint Honoré. Es la madrugada con neblina, fe y sabor a jengibre, amaneceres rojos frente al océano con el enigma de horizonte y el misterio de un barco que apunta la proa desde la nada. Diciembre y aquella Navidad con Libertad, consigna cantada por la población que despertaba de una pesadilla y confundía lágrimas y alegría porque el nuevo mundo se anunciaba. Primer diciembre después del 30 de mayo del 1961 con la venganza manchado de sangre recónditos espacios y esa culminación cobarde de noviembre. La orgía siniestra celebrada por un Ramfis Trujillo Martínez enloquecido y esos secuaces siniestros que vivieron impunes, entre nosotros, hasta que decidieron morir. Diciembre y aquel inexplicable 20 del año 1962, con las urnas llenas de votos y un proceso electoral inobjetable. Inusitada la experiencia después de 31 años de conculcación de libertades, de ausencia de participación ciudadana. Una campaña inédita, unos discursos jamás escuchados y todavía con el asombro de mayo, el entusiasmo acudió al llamado, marcó la boleta, depositó y esperó el resultado. El 59% de 1,054, 944 de votos válidos emitidos favoreció al PRD y a su candidato Juan Emilio Bosch Gaviño. Epifanía vilipendiada siete meses después por las elites descontentas que decidieron que el apoyo masivo, registrado en las urnas fue “ocasional”. Conducta reiterada, propia de la arrogancia arrolladora con verdad de minoría que no resiste escrutinio. Molestó la campaña, la proclama, la actitud. En su discurso ante la Asamblea Nacional el presidente dijo: “Un gobernante democrático debe tener oídos abiertos para oír la verdad, ojos activos para ver lo mal hecho antes de que se realice, mente vigilante para que nada ponga en peligro la libertad de cada ciudadano, y un corazón libre de odios, dedicado día y noche al servicio del pueblo”.
Diciembre con una generación enlutada que fenece melancólica, con nostalgia culpable. Esa que desertó o no se atrevió a evitar el desafío de las escarpadas montañas de Quisqueya. Cómplice de la inmolación innecesaria que ha vivido rumiando epopeyas ajenas sin contradictores. Diciembre, sus muertes y sus días, y René del Risco Bermúdez, con la velocidad descrita, lírica premonitoria del hartazgo, el asco, la derrota. Es diciembre y 24, oportunidad para la Nochebuena, la navidad y un instante de paz.

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