Existen dos teorías extremistas sobre la naturaleza y sus virtudes; una plantea que todo lo proveniente de ella es provechoso y la otra, que es enemiga inmisericorde de los humanos, especialmente cuando se manifiesta con desastres como tormentas, terremotos, epidemias y agresiones de especies salvajes contra la humanidad.
Creo en el equilibrio dialéctico que explica muchas leyes del universo, pero reivindico el predominio del hombre sobre todas las especies y su progresivo control de las fuerzas de la naturaleza. Por eso no veo como sensato aceptar que todo lo natural es bueno, especialmente en medicina, sin antes someterlo al escrutinio de investigaciones controladas y experiencias científicas reproducibles.
Se ha dicho que la avena disuelta en agua podría ser una alternativa para reducir los niveles de colesterol en la sangre de los que no toleramos las estatinas, recetadas por los médicos.
Decidí verificar por mí mismo la utilidad de la avena y, previa medición de mis niveles de colesterol total y fraccionado, la utilicé por un período razonable, comprobando que, efectivamente, mis niveles de colesterol bajaron a niveles normales, pero, ¡vaya desconcierto! el colesterol bueno estaba peligrosamente reducido, indicando que, ciertamente la avena baja todo, incluyendo lo que debe quedar alto y es aquí, donde el hombre, utilizando sus conocimientos científicos, debe modelar a la naturaleza para que baje lo que debe bajar y suba lo que debe subir, fabricando estatinas con menos efectos secundarios y orientadas a equilibrar las dos fracciones de colesterol, mientras alguien consiga que la avena disminuya solamente el colesterol malo, ya que la naturaleza no va a los tribunales a responder cuando nos intoxica o nos mata.