Pedro Henríquez Ureña planteó la autonomía de la UASD desde 1932
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En la página 221 de su libro “Historia de la UASD y de los Estudios Superiores” el destacado historiador dominicano Franklin Franco, refiriéndose a los inicios de la Era de Trujillo, señala que: “antes de su llegada formal al poder mediante el golpe militar de febrero de 1930 que derrotó al presidente Horacio Vásquez, el general Rafael Leónidas Trujillo había reunido a su alrededor, en calidad de colaboradores y asesores, a un nutrido grupo de intelectuales de cierto prestigio.
Algunos de ellos habían participado, meses antes, como propulsores en la creación del ambiente de descrédito y conspiración que facilitó la caída del viejo caudillo mocano”.
Ese grupo, al cual nos referimos en el párrafo anterior, actuó como cabeza pensante de la campaña electoral que llevó a Trujillo al poder y como orientadores estratégicos de su dictadura. Sus integrantes fueron los encargados, no solo de escribir los discursos leídos por Trujillo durante su largo mandato, también de trazar la orientación ideológica de su régimen.
Para los fines de una mejor comprensión de la política educativa puesta en práctica durante la llamada era de Trujillo, debemos delinear los principales paradigmas establecidos por los mismos ideólogos que sirvieron de armazón y guía a una de las más crueles dictaduras habida en Latinoamérica.
Debemos de describir un régimen como el de Trujillo dominado por la corrupción y por la sangrienta represión de los derechos y las libertades públicas.
El 31 de diciembre de 1931, el doctor Pedro Henríquez Ureña regresó al país e inmediatamente tomó posesión del cargo de Intendente General de Enseñanza. Una de las primeras disposiciones de su mandato en el orden administrativo fue la creación de una Facultad Libre de Filosofía y la elaboración de un Plan de Reforma de la Educación, proyecto este en que venía trabajando desde Argentina, país donde residía entonces.
Antes de cumplir dos meses en su cargo, Pedro Henríquez Ureña, en su carta de fecha 8 de febrero de 1932 dirigida al Secretario de la Presidencia, fijó su posición sobre la Autonomía de la Pontificia y Real Universidad de Santo Domingo, reclamo este que venían sosteniendo los estudiantes de la vieja casa de estudios: “Soy partidario, en principio, y de hace mucho tiempo, de la autonomía de las universidades, asunto sobre el cual hice versar mi tesis de abogado en la Facultad de Derecho de México.
Pero soy partidario de la autonomía cuando puede ser completa y efectiva. De lo contrario, creo preferible atenerse a la realidad, no declarar autónoma a una universidad que no lo es. La Universidad de Santo Domingo, para tener autonomía necesitaría tener fondos propios en forma de bienes raíces, acciones de empresas, etc., o por lo menos tener asignado en el Presupuesto Nacional el producto de un impuesto que no podría dedicarse a otros fines que los universitarios.
Faltando esto, la autonomía de la Universidad sería ficticia y, contando en el papel, estaría sin embargo expuesta a violaciones, y las sufriría con frecuencia”
A partir del Movimiento Renovador, nuestro sistema de instituciones de educación superior se ha venido adaptando mejor las necesidades de nuestra sociedad. Esto se ha logrado elevando la calidad del cuerpo docente y financiando la creación de nuevos programas de grado y de post grado e investigaciones relacionadas con estos. También, enmendando las omisiones del pasado.
Hoy, la Pontificia y Real Universidad Autónoma de Santo Domingo, al igual que otras, reúne las condiciones de tales.
La sociedad dominicana espera que sus universidades le formen la mano de obra calificada que demanda su mercado de trabajo.