Dicterios en la política

Dicterios en la política

PEDRO GIL ITURBIDES
Hace poco Bill Clinton visitó el estado de Carolina del Sur en un intento de fortalecer la propuesta de su esposa como candidata demócrata a la Presidencia. Conforme supimos con posterioridad al triunfo de Barak Obama, Clinton pronunció algunos discursos en los que resaltaba el origen racial de aquél. A su vez, Obama señaló que la contienda no debía basarse en la existencia de blancos, negros, amarillos o hispanos.

Lo escuchamos decir que Estados Unidos de Norteamérica requería un régimen que asegurase una serie de servicios básicos para todos.

Y entonces enumeró ese todos, comenzando por negros y blancos, nativos, y extranjeros que hacen vida dentro del territorio estadounidense. Pocas horas después escuché a un parcial del partido de gobierno, en nuestro país, denominar como perros realengos a dos de sus opositores. Me cuentan, pues no tuve ocasión de verlo en televisión, que el funcionario que hizo el pronunciamiento dedicó tiempo a explicar la calidad del perro realengo. Recordé entonces al candidato negro estadounidense.

La cuestión, como vemos, radica más en la educación o en el carácter que en los títulos de los políticos. También el enfoque ofrecido a tópicos determinados se fundamenta en la prolijidad o escasez de las ideas. Obama no tuvo la necesidad de lanzar expresiones peyorativas sobre el marido de Hillary. Después de todo, éste llevó una vida disoluta no solo mientras ocupó la Presidencia de Estados Unidos de Norteamérica, sino desde su juventud. De él se supo, mientras contendía por la Presidencia para su primer mandato, que había consumido una que otra hoja estupefaciente. También que rehuyó cumplir el servicio militar.

Obama pudo recordarle estas conductas al inefable Bill. En cambio, prefirió eludir el tema de la negritud y concentrarse en las cuestiones que animan hoy por hoy el electorado de su país. Les confieso, por segunda vez, que en la noche en que lo escuché discrepar del marido de Hillary, lo sumé a una breve lista de candidatos de otras tierras. Porque lo menos que pudo recordarle a Bill fue lo de Mónica. En cambio, se concentró en la necesidad de resolver problemas que afectan hoy día a amplios sectores de la vida de los estadounidenses.

Tal vez deba crearse una escuela política que enseñe a las actuales hornadas partidistas cómo se siembran y cosechan las ideas, y se crían los conceptos políticos. Ustedes me dirán que para lograr que muchos que se valen de frases procaces cambien sus expresiones, bastaría pasearlos por un barrio marginado. Éste, sin embargo, no es remedio para muchos políticos. Al recorrer estos sectores marchan con vehículos de aire acondicionado, por lo cual no perciben los niveles y la calidad de vida de tantos coterráneos que apenas sobreviven.

De manera que quizá el remedio radique en reconducir la formación con la que han llegado a los puestos que ocupan. Y para eso se requiere educación. La doméstica primera, que domeña el carácter, y, en cierta medida anima transformaciones del temperamento. Y la formal después, aquella que se logra no sólo en el aula, sino en los brazos de padres que anhelan conseguir que los hijos pertenezcan a una escala superior del pensamiento humano.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas