UBI RIVAS
Diego de Ocampo es la eminencia número uno de la cordillera Septentrional, con una elevación sobre el nivel del mar de 1,200 metros, que como el dios Jano, mira hacia el valle del Cibao y hacia la planicie que conecta al océano Atlántico.
El pico fue designado así en honor a un negro de la colonia que se tornó cimarrón y que luego devino en formalizar la paz con los esclavistas a cambio de denunciar a los suyos.
En 1966 fue la única vez que escalé Diego de Ocampo, y en la ocasión presencié en su eminencia miles de matas de aguacate y muy escasos ranchos cuyos moradores cuidaban celosamente la eminencia porque le sacaban provecho a sus frutos.
Fue el más completo hombre de ciencias que ha producido el país en todos los tiempos, el doctor José de Jesús Jiménez Almonte, botánico, médico clínico, ajedrecista y políglota, quien consiguió con el presidente Joaquín Balaguer y el ayuntamiento de Santiago de los Caballeros, en noviembre de 1961, que Diego de Ocampo fuere declarado un vedado forestal.
Escalando su cima probablemente con el doctor Eugenio de Jesús Marcano, con el doctor Santiago Bueno o con el doctor William Federico Lithgow (Fricó), el doctor Jiménez Almonte se maravilló de la exuberancia de sus contornos, donde florecen un centenar de helechos, muestra de su referencia de bosque húmedo, 60 especies endémicas vegetales, como el Pino Macho, Aguacatillo y Cigua y centenares de aves endémicas como el Aura Tiñosa, Guaraguao, Barrancolí, Perico, Cotorra y mamíferos como la hutía o Selenodón Paradoxus, único en el mundo en nuestra isla.
Resulté notablemente impresionado al leer un reportaje al efecto publicado por La Información del 22 de marzo último, en que la Sociedad Ecológica del Cibao (SOECI), patrocinaba un encuentro con comunicadores al efecto de ampliar el propósito de preservar y acrecentar el patrimonio forestal de Diego de Ocampo, donde también se originan fuentes hídricas bellísimas que hacen posible la realidad de los arroyos Aloncito, Quinigüa, Bajabonico y Arrenquillo. Esas fuentes de agua es imperioso conservarlas y propiciar su acrecentamiento protegiendo su entorno, reforestándola e impidiendo los desmontes de intrusos, desaprensivos, antisociales y pésimos dominicanos.
Ignoro si la inefable Secretaría de Medio Ambiente, que precisamente siempre se conduce a medias con el ambiente, tiene destacado allí un puesto de vigilancia o si las FFAA tienen entre sus destacamentos uno allí, pero si en uno como en otro caso es negativo, debe variarse a positivo ya.
Diego de Ocampo, con la iniciativa de Soeci, debe ser un ejemplo pionero para que en otras eminencias se proceda idéntico, La Pelona, Pico Yaque, Pico Duarte, Alto Bandera, y otras eminencias más de bosques de coníferas en la cordillera Central y Damajagua y similares en la Septentrional, como en Quita Espuela, gestión laudable de la familia Moreno Martínez, auténtico paraíso forestal nacional.
Las iniciativas privadas han demostrado superar a las oficiales, como el logro del padre Luis Quinn en Los Martínez, una labor laudable de auto-gestión comunitaria que es la admiración de todos, propios y extraños.
SOECI ha puesto la banderilla al toro de la desaprensión, la abulia y perversidad de muchos anti-dominicanos, gestando la formación de grupos de comunicadores para integrarlos a la concientización diseminada de nuestros recursos forestales, el principal patrimonio de una sociedad, recordando siempre que la eximia civilización maya que interpretó como pocas además de la Inca en nuestro continente el movimiento de los astros, pereció porque no se percató del valor de conservar esos recursos.