Desde que apareció en la antigua Grecia el concepto de democracia, específicamente en Atenas en el siglo V antes de nuestra era, se popularizó en todo occidente la acepción etimológica de la palabra. En ese sentido, se interpretó durante muchos siglos que bastaba con que el “Dḗmos” pueblo eligiera sus autoridades ejerciendo su “krátos” poder soberano, para que se viviera bajo un sistema de gobierno meramente democrático o de corte liberal como se conoció en principio. Por esa razón, democracia se define como poder del pueblo. Sin embargo, es precisamente esa definición la que crea hoy el gran problema y la que ha generado históricamente innumerables conflictos.
El Imaginario Social de la Democracia
Desde que el politólogo y profesor estadounidense Samuel Huntington, popularizó su famosa “Tercera Ola de la democratización” la que comenzó con Revolución de los Claveles en Portugal, Europa del Sur, Grecia, España y que prosiguió desde los años 80 en América Latina hasta llegar a la denominada cuarta ola, como se ha bautizado a la Primavera Árabe. Desde entonces, se creyó en casi todo el mundo que, con el desmonte gradual de los gobiernos dictatoriales, posteriormente la caída de la Unión Soviética y con ello; el advenimiento de elecciones libres y directas y la llamada era de la información, estábamos de manera inequívoca en presencia del imperio de la democracia pura, como manifestó el geopolitólogo polaco y ex asesor de seguridad nacional de los EE.UU. Zbigniew Brzezinski.
Empero, increíblemente todavía al día de hoy en pleno siglo XXI, la gran mayoría de las personas ignoran que la democracia es un concepto abstracto. Por consiguiente, carece de piernas y manos. Ósea, que no es otra cosa que una forma de gobierno teórica en constante proceso diario de evolución. En consecuencia, para que la misma pueda alcanzar su finalidad los Estados se ven obligados a operacionalizar sus objetivos a través de la creación de singulares instituciones más allá de los llamados tres poderes. Verbigracia, Tribunal Constitucional, Tribunal Superior Electoral, Tribunal Superior Administrativo, Cámara de Cuentas, Junta Central Electoral, Defensor del Pueblo y muchas otras más, no menos importantes.
La Democracia en que vivimos
Desde esa perspectiva, cuando se analizan los acontecimientos que han gravitado en Latinoamérica, en gran parte del mundo y con mayor acentuación; en República Dominicana en la era de la llamada democracia participativa, habría que argüir que, indudablemente en la praxis no ha llegado a concretizarse. Toda vez, que se puede aseverar como plantea el politólogo y filósofo argentino Hugo Mansilla, que después de largos años de transición a la democracia en tierras de América Latina, “el proceso de democratización ha generado notables edificios institucionales, legales y electorales que coexisten en curiosa simbiosis; con estatutos normativos, costumbres ancestrales, prácticas políticas cotidianas premodernas, particularistas y hasta irracionales”
De igual forma, junto con el colapso del modelo de representatividad gracias al abuso y degradación de los representantes, el factor de mayor importancia es, que República Dominicana después de Duarte jamás ha tenido un teórico real de la democracia, en virtud de que, todos los demás que pudieran ser considerados en mayor o menor medida como teóricos de la democracia; han sido dirigentes principales de la partidocracia. Motivo por el cual, en la toma de sus decisiones ha reinado la realpolitik de Bismarck y se han tirado al zafacón los postulados de, Giovanni Sartori, Dahl, Tocqueville, Habermas y de Lijphart. Acción entendible desde el punto de vista político toda vez, que es imposible que puedan convivir bajo un mismo techo; los promotores de Rousseau y los de Nicolás Maquiavelo.
La Democracia Dominicana
Los dominicanos compraron la idea anómala de que, porque ya no está Trujillo ni Balaguer o porque cualquiera puede expresar libremente su pensamiento vivimos en una real democracia. ¡Nada más descabellado! No puede existir democracia en un país donde quienes están llamados a operacionalizarla la profanan. El Congreso no fiscaliza el uso de los recursos que aprueba, la Cámara de Cuentas no judicializa el mal manejo de los recursos, la JCE no aplica su propia ley, los tribunales siguen supeditados al ejecutivo y los partidos carecen de transparencia y alternabilidad.
En conclusión, la democracia de República Dominicana se reduce, a los 10 minutos que se dura para votar ya un ejercicio de la prensa que en vez de ser los líderes de la opinión pública;muchos prefieren ser los dueños de la opinión publicada.