Diferencias éticas

Diferencias éticas

PEDRO GIL ITURBIDES
Joaquín Balaguer y yo mantuvimos borrascosos amores políticos. Lo avizoré como persona de carne y hueso en mi pubertad, durante sus visitas al templo consagrado a la Virgen María de la Altagracia. Lo conocí en mi adolescencia, Vicepresidente de la República él, cuando aceptó hacerle un favor a la señora Genoveva Pérez, por cuyo hijo le hablase.

La excarcelación y deportación del Ing. José Miguel Leyba Pérez, supuso, a no dudarlo, la salvación de la vida para ese profesional, miembro de una de las células del movimiento insurreccional de 1960. Este movimiento alcanzaría a denominarse, después de los sucesos de 1961, 14 de Junio, en homenaje a los inmolados de las invasiones de 1959.

Cuando le renuncié a una posición ministerial en 1991, me encontraba justificadamente enojado. Mi carta sin embargo, no fue dada a conocer al público por respeto al prolongado trato que manteníamos. Aunque más que por él, por sus hermanas, que me tenían genuino afecto. Además, confieso, esperaba una rectificación pública del malentendido que me llevara a la renuncia, pues no aceptaba las reiteradas excusas que se me ofrecían en privado. Aquella no llegó, por lo cual mantuve mi renuncia, indeclinablemente sostenida durante las casi dos semanas que tardó en aceptarla.

Pero aún después de aquello, y más aún tras su muerte, he ponderado su figura. Me separó de él la lenidad sostenida ante quienes hicieron del dolo una forma del quehacer público. De ahí que no aceptase las varias ofertas que se me hiciera con posterioridad a la renuncia, para volver al tren administrativo. Transcurrido un tiempo, él asumió esta misma actitud ante mí, cuando, bajo otras administraciones se considerase la posibilidad de proponernos para alguna función del Estado.

Pero él no me había engañado. Como tampoco a ningún otro dominicano, pues proclamó sin remilgos la necesidad de alimentar a la boa, para que esta permitiera la obra de gobierno. A nosotros nos aseguró en 1972 que la política no era oficio que se encargaba a los ángeles  Pese a tal declaración hecha con cierta confidencialidad -pues hablábamos de casos concretos- para Balaguer existía una frontera ética referida a lo trascendente de la Nación.

Sobre todo mientras mantuvo visión física, era clara la diferencia entre la obra perniciosa de los que se aprovechan del quehacer oficial, y la depravación moral sustentada en el acto público. En sus últimos diez años de gestión gubernativa, empero, fue víctima de quienes, en derredor suyo, ocultaron verdades o solaparon mentiras. Yo conocí a otro Balaguer.

A principios de 1986, un representante y distribuidor de vehículos de motor establecido en Santiago de los Caballeros, hizo contacto con nosotros.

Deseaba conversar a propósito de las candidaturas a cargos congresionales de la Provincia. Nos llamaba, nos dijo, porque se le había informado que durante los meses finales del año anterior habíamos sido responsables de la animación partidista que desembocó en una asamblea municipal en diciembre.

Cuando nos vimos, nos dijo que entregaría treinta millones de pesos a la organización, a cambio de la candidatura a Senador. En ese momento, ese distribuidor de vehículos era reconocido por su filantropía y generosidad.

Había levantado un puente peatonal para unir las aceras norte y sur de la avenida de circunvalación a la altura del puente hermanos Patiño. Hacía donativos a grupos deportivos y culturales. Construía una urbanización en la hoy suburbana zona de Canabacoa, que en aquellos años mostraba su orgullosa ruralidad. En pocas palabras, su fama lo hacía un candidato idóneo y apetecible.

La inusual oferta sin embargo, despertó sospechas en Balaguer. Nos instruyó para que, retornando a Santiago de los Caballeros, indagásemos sobre el improvisado prohombre, de quien carecía de noticias sobre sus ancestros. Y eso hicimos, obteniendo informaciones poco favorables en relación con la conducta y el origen de la fortuna del pretenso candidato.

Cuando volvimos con las noticias, Balaguer no esperó a que concluyésemos nuestro relato. «No lo llame. No se deje localizar. Y comunique a la dirigencia reformista en Santiago que deben promover más intensamente las candidaturas. Hay que cerrar el paso a ese tipo de gente». Hablé con don Augusto Lora, Frank Muñoz, Pedro Bretón y Luisito Domínguez entre otros, sin dar explicaciones sobre los motivos.

Pero a quien no pude eludir fue al interesado. Me hallaba un día en las oficinas de don Guaroa Liranzo cuando me avisaron que el dichoso comerciante deseaba hablar con él. Creí llegado el momento de establecer la frontera ética trazada por el entonces candidato presidencial. Y en efecto, sin ambages, sin rodeos, le informé que no se presentarían candidaturas extrapartido, salvo las concertadas con organizaciones predeterminadas. Y que, de igual manera, se rechazaban donativos provenientes de fuentes no relacionadas con la organización.

Tardó en comprender el mensaje, pues ofertó varias sumas hasta duplicar la propuesta original, y de igual modo intentó otras escaramuzas. Pero al final comprendió que existía un valladar inexpugnable. Lo cuento a ustedes, ahora que se conocen de conductas políticas diferentes. Y lo digo, yo que llegué a decirle por escrito a Balaguer, por mi renuncia de 1991, que él se complacía en relacionarse con gente infradotada en lo tocante al concepto de honestidad.

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