El necesario acuerdo definitivo entre RD-Haití resulta no solo difícil, sino que recuerda al fallido proceso de “paz” entre israelíes y palestinos, en que Haití sigue la estrategia del Estado de Israel de apostar al desgaste del tiempo para obtener los resultados originalmente diseñados, y así imponerse a su rival, que en ambos casos, ha debido ser su socio.
No de otra manera podría interpretarse la correcta actitud del presidente Danilo Medina de suspender el diálogo con el conflictivo, calamitoso y cargante vecino, cónsono con la posición asumida por Haití en la Comunidad del Caribe (Caricom), al este condenar el dictamen 168-13 del Tribunal Constitucional en relación a quienes corresponde la ciudadanía dominicana, una potestad innegociable de un país soberano.
La conducta agresiva e injustificable del CARICOM, que desde 1975 ha desestimado la solicitud reiterada de RD a ingresar a ese segmento caribeño, y que por dignidad debimos renunciar a insistir, porque dicen en el Cibao que más adelante vive gente, se produce el 27 del pasado noviembre, cuando el 19 de noviembre último, en Caracas, Venezuela, el canciller haitiano Richard Casimir y el ministro de la Presidencia dominicano, Gustavo Montalvo, aprobaban un convenio de tres puntos para superar cualquier obstáculo surgido por el gallardo dictamen del TC que procura normalizar el desorden invasivo haitiano e identificar quiénes tienen derecho o no a la ciudadanía dominicana.
Esta actitud de conciliación dominicana que se interpretó en amplios círculos políticos y de opinión plural como una inflexión nuestra, para reducir tensiones de grupos de presión, ONG y sus conocidos patrocinadores norteamericanos, canadienses, franceses y la minúscula parcela del CARICOM, con la finalidad de normalizar las relaciones entre los dos Estados que comparten la original isla Española, sobre todo en su apelativo bursátil.