Dígame ¿Cómo?

Dígame ¿Cómo?

Los liberales siempre han gobernado con poco conocimiento de su norte puesto que, las más veces, no son ni chicha ni limoná, actúan como si no supieran a quién sirven, por eso muchos de sus gobiernos son deslucidos, deslustrados, carecen de hitos que muestren que pasaron eficientemente por la administración del Estado.
En su afán por gobernar para todos, terminan encharcados en sus propias indecisiones y en su exceso de celo por actuar con corrección, por respetar todas las instancias del poder todas las reglas, aunque sus planes y proyectos se vean perjudicados por quienes sí saben para qué es el manejo del Estado: para su beneficio y el beneficio de su clase.
En medio de la crisis de buen gobierno que vivimos, desde que el afán por llenar los bolsillos de una minoría logró aposentarse en el poder, se dice, con la actitud más serena, con una sonrisa, con una fuerza de cara digna de ser empleada al servicio de la verdad, que el endeudamiento externo sin aumento de la producción de la productividad, de resultados bonancibles de las exportaciones contra las importaciones, puede y debe continuar para cubrir los déficits propios de la mala administración del Estado.
Ese déficit creciente no satisface la insaciable voracidad de la corrupción, del dispendio, del sueldo regalado, de la asistencia social sin control, repartida con ojos de tuerto que sólo permiten ver a los favorecedores y favorecidos de los corruptores quienes entregan las ayudas de manera discriminada, interesada, politizada.
Ahora resulta que algunos salen justificando que se aumente la deuda nacional, en dólares o en pesos, en el mercado nacional o en el mercado internacional, sin que se explique cuál va a ser el destino de esos fondos que estamos forzados a pagar mañana y después.
Repito, sin el aumento constante, indetenido, de la producción y productividad nacional, sin una política de industrialización de la producción nacional agropecuaria no tendremos capacidad de repago de una deuda que crece de manera indetenida e irresponsable.
Perdidos entre los intereses electoreros de los partidos nos dejamos llevar por el narigón de quienes sí saben lo que tienen entre manos, aunque sus acciones no beneficien al país
Cuán bueno es no ser economista, para no saber cómo justificar lo injustificable, cómo tener palabras adecuadas, que encajan en el discurso, aunque se trate de fuegos fatuos verbales, de juegos de ilusiones que se venden como si se tratara de quirománticos científicos, quienes, por arte de birlibirloque, nos presentan como buenas acciones que nos perjudican y con su lenguaje perfumado piensan que nos han convencido
Los préstamos sólo fluyen cuando hay seguridad de repago, es hora de preguntar; ¿cómo y con qué vamos a pagar esa deuda?

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