Dijo Zapata: “Esa silla
tiene maleficios”

Dijo Zapata: “Esa silla<BR>tiene maleficios”

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Para sacar a los franceses de México, el benemérito don Benito Juárez, tuvo un general, valiente a carta cabal y que resultó un héroe de altos quilates como patriota y como guerrero. Ese hombre fue don Porfirio Díaz. Don Porfirio llegó a la Presidencia de México y se encariñó tanto con el cargo que decidió quedarse fijo en la poltrona palaciega. Pasaron los días y los meses y cuando llevaba 36 años, la nación azteca tuvo que ir a la guerra para sacarlo del poder.

Ocurrió la gran revolución de 1910 que costó casi un millón de vidas. Fue la gran revolución de don Francisco (Panchito) Madero. Para sacar a don Porfirio del mando espurio, surgieron colosales guerreros populares, tales como: Pancho Villa, Emiliano Zapata, Abraham González, Álvaro Obregón, y otros que lograron echar por los suelos la tiranía de don Porfirio.

El héroe de la lucha contra los franceses habrá convertido en un ex-héroe. Y peor todavía, don Porfirio se había convertido en un desertor de la humanidad. Porque eso son los tiranos: Desertores del género humano. Cuando un hombre se aferra al mando, el poder lo disloca. Entonces el déspota se acostumbra a mandar… y el pueblo aprende a obedecer. El pueblo se hace sumiso y se convierte en un dócil jumento. Se convierte en burro de carga. Por culpa de don Porfirio la gran revolución mexicana resultó un suceso formidable y sangriento.

Todo ocurrió por la ambición de don Porfirio que decía: “Sufragio efectivo no. Reelección”. La ambición mandonista de don Porfirio se convirtió en una peligrosa ilegalidad tiránica. El apoyo de este gran mandonista, principalmente residía en las armas de su poderoso ejército. Pero la revolución tuvo la División del Norte de Pancho Villa y el Ejército Suriano” de Emiliano Zapata. Pancho Villa y Emiliano Zapata le rompieron la columna vertebral a las fuerzas opresoras de Porfirio Díaz. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Sencillamente se acabó la tiranía. El que se hace déspota en su propio nombre tiene su sentencia. Y el pueblo se va a la lucha y donde pone la mano rompe un yugo y donde pone la planta hunde un imperio. Echando el pensamiento hacia atrás, imaginariamente podemos ver la marcha de los revolucionarios hacia la capital mexicana, después de la huida de don Porfirio.

Hacia la vieja Tenochtitlán avanzan las tropas de villa, las de Zapata, las de Obregón y las de González.

Vamos a decir algo de Zapata el llamado Capulelque de Anenecuilco, que era el más gallardo jinete de México y que moriría asesinado traidoramente en la puerta de la hacienda de Chinameca.

Llegando a Xochimilco cerca de la capital, se detuvieron los revolucionarios de Villa y de Zapata.

En abierta camaradería Zapata habló y dijo: “Cuando lleguemos a la Plaza de El Zócalo que es donde se levanta la casa de la opresión, o sea el palacio de gobierno. Yo voy a entrar al palacio y me voy a apoderar de la silla que llaman silla presidencial. No para sentarme en ella, sino para quemarla porque esa silla tiene maleficios… y los hombres buenos que se sientan en ella se dañan”.

Parece que el Capulelque de Anenecuilco Emiliano Zapata tenía razón. Y hasta aquí y en “Bananolandia”, esa poltrona tiene maleficios y encierra diabluras.

Aquí entre nosotros, esa silla de lancinantes alfileres dañó a Báez, embrujó a Lilís, satanizó a Trujillo y hasta a Balaguer lo puso, que cuando no encontraba de quien burlarse… Se burlaba de él mismo.

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