Dimargo y su increíble drama de penurias, indolencia y estoicismo  

Dimargo y su increíble drama de penurias, indolencia y estoicismo  

Cuando un hombre está en su apogeo económico y, consecuentemente, en capacidad de dar favores y contribuir con su prestancia a impulsar a otros, las sonrisas, reconocimientos y muestras de aprobación se producen en demasía, aunque generalmente fementidas como suelen ser las cosas falsas y coyunturales.

Cuando por las cambiantes circunstancias de la vida la situación varía de la prosperidad a la bancarrota y el otrora adinerado cae en la inopia al perder todos sus recursos y  bienes materiales, la indiferencia social se torna en su más fiel e invariable acompañante.

Esta es la increíble historia que Diógenes Marino Gómez ha padecido con admirable estoicismo durante décadas, luego de haber sido un pujante empresario ligado al turismo, la hotelería, las agencias de viaje y a la aviación civil cuando esas áreas no tenían el desarrollo y la diversidad de operadores con que cuentan actualmente en el país.

En su ingenuidad y confianza en el ser humano, que no ha perdido a pesar de la colectiva indiferencia frente a su drama personal, él piensa o más bien sueña con la posibilidad de que alguien lo escuche y encamine hacia la meta que se ha propuesto de recuperar una serie de bienes que no se cansa en reclamar como su legítimo propietario.

Su batalla para restablecerse la ha librado incansablemente en diferentes frentes, incluida la Justicia. Aunque en una oportunidad logró ganancia de causa en sus reclamos, no contó con el apoyo y los medios necesarios para obtener la satisfacción económica a la que todavía aspira.

Desde hace tiempo no tiene quien le escriba y en medio de su desesperación, agravada por una indigencia extrema que lo llevó a pasar las noches en asientos de funerarias, él trata inútilmente de sensibilizar o llamar la atención ante su caso, través de mensajes coloreados que lleva a los medios de comunicación sin muchas esperanzas de que tengan algún eco.

Para publicar sus notas, que aparte de sus quejas y exigencias originales entremezcla con proyectos y propuestas sociales y políticas, hasta ahora sólo ha contado con el apoyo y comprensión del empresario Pepín Corripio, un gesto que dice agradecerá de por vida y que por el momento puede reciprocar únicamente con sincera amistad. A pesar de su frustración, mientras más canas cubren su cabeza y su paso se torna lento por la edad y por los golpes recibidos, ya que en una de sus acciones de reclamo lo tiraron al pavimento desde un vehículo en marcha, Gómez confía que la suerte volverá a acompañarlo antes de su muerte.

Su fortuna no la perdió en un casino de juego ni tampoco como resultado de malas prácticas administrativas, aunque su inclinación por la política partidarista pudo haber influido de algún modo. Aunque algunos piensan que no está del todo en sus cabales por la persistente obstinación en los temas que aborda y al verlo deambular por las calles, una breve conversación con él permite desmentir de inmediato tal errónea percepción.

Lo cierto es que ha sido la sufrida víctima de una conjunción de malas artes y del particularismo y las miserias humanas que agobian a la sociedad dominicana. Su gran mérito, el que debía ser apreciado y hasta emulado, es haber mantenido incólume su temple personal y en no desmayar ante el desquiciante influjo de las vicisitudes y de lo que él mismo ha definido como “protervia colectiva”.

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