DIMENSION AMERICANA DE PEDRO HENRIQUEZ UREÑA

DIMENSION AMERICANA DE PEDRO HENRIQUEZ UREÑA

Pedro Henríquez Ureña fue el resultado de la revolución cultural que vivió República Dominicana en la década de 1880, a raíz de la llegada en mayo de 1875 del Maestro Hostos, quien además de aportar el blindado arsenal ideológico del positivismo, fundó periódicos, propició tertulias, ofreció conferencias, y sobre todo creó las instituciones educativas y sociales llamadas a forjar conciencia ciudadana y democrática en la sociedad de la época, especialmente en los núcleos que tuvieron la misión de liderar los diversos ámbitos.

Durante su primera estancia en México, la sociedad se encontraba minada de conflictos sociales y políticos, huérfana de una plataforma organizada de ideas que encendiera la antorcha de una revolución a punto de estallar, después de 33 años de dictadura de Porfirio Díaz.

Así como la revolución francesa contó con enciclopedistas de la talla de Diderot, D’ Alambert, Rousseau, Voltaire y Montesquieu – creadores de las base teóricas e ideológicas que la convirtieron en la primera explosión universal en favor de los derechos del hombre – la Revolución mexicana tuvo sus propios “enciclopedistas”: los intelectuales del Ateneo de la Juventud, quienes insuflaron contenido y rebeldía a la primera revolución social, política y cultural del siglo XX y la más importante del México de esa centuria.

El Ateneo de la Juventud fue fundado por Antonio Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Rafael López, Alfonso Cravioto y Pedro Henríquez Ureña:

El Ateneo era la institución con que la juventud mexicana iba a verse representada durante el año, ya en la puerta del Centenario (de la independencia). (…) Aunque se representaba exclusivamente como un reducto de vida espiritual en un medio de prosperidad material y actitudes prácticas, es natural que sus miembros encontraran allí, además de un lugar de formación, intercambio y puesta en circulación de ideas, un instrumento de promoción e integración social.

Al reseñar la biografía de Henríquez Ureña escrita por Enrique Krauze, el Consejo Nacional de las Artes y las Letras de México (Conaculta) expresa:

“…fue el alma de una de las generaciones de mayor valía intelectual que ha dado México: el Ateneo de la Juventud, después Ateneo de México”.

Para Octavio Paz esos ateneístas inauguraban otro capítulo en la historia de las ideas en México.

Ese vuelo intelectual de águila, con apenas 25 años, brota de una escuela preparada con especial clarividencia para Pedro y sus hermanos, por su madre, la poeta, educadora y patriota, Salomé Ureña de Henríquez, obviamente con la participación de su padre Francisco Henríquez y Carvajal.

Al referirse a la fuente de su formación intelectual, el propio Pedro confesó:

Yo debo a Santo Domingo la sustancia de lo que soy: claro que aquellos eran otros tiempos, tan sorprendentes para quien compara con países extranjeros, que no creo que allá (Santo Domingo) se den cuenta. Para quien compara, digo, y descubre que en países extranjeros se sabrá cuantitativamente más, pero no cualitativamente mejor. Pero todavía se puede hacer mucho. (Carta a Flérida de Nolasco el 27 de abril de 1941. Obras Completas, t. IX, Santo Domingo, Editora UNPHU, 1980, pág.342).

No es casualidad que Hostos fue una de las figuras más referenciadas por Henríquez Ureña. Cuando se acordó realizar la primera actividad del Ateneo de la Juventud, en México, fue el distinguido filólogo dominicano quien propuso a Antonio Caso ofrecer una conferencia sobre su maestro: La filosofía moral de Eugenio María de Hostos.

Salomé advierte en su poema Mi Pedro cómo sería en el futuro el visionario de la magna patria:

Así es mi Pedro, generoso y bueno;

Todo lo grande le merece culto;

entre el ruido del mundo irá sereno,

que lleva de virtud germen oculto.

Cuando sacude su infantil cabeza

el pensamiento que le infunde brío,

estalla en bendiciones mi terneza

y digo al porvenir: ¡Te lo confío!

Palabras que se constituyeron en presagio: si bien escritas para el niño Pedro, ellas expresan la virtud que adornaría al gran hombre y que lo haría parte de la tríada fecunda formada por Hostos, Bosch y él mismo, como habitantes de mundos entrecruzados por la constelación de sus ideas. Tres verdaderos peregrinos que en sus largos exilios cargaron la desesperanza y el miedo de muchos para convertirlos en aspiraciones colectivas y fe en el porvenir: ya la misión de La peregrinación de Bayoán, del maestro puertorriqueño, había sido calificada: señalaba la aparición de la conciencia en el siglo XIX.

Con sobrada razón, Hostos figura entre los cinco forjadores de la nacionalidad dominicana.

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