DIMENSIÓN AMERICANA DE PEDRO HENRIQUEZ UREÑA

DIMENSIÓN AMERICANA DE PEDRO HENRIQUEZ UREÑA

Diomedes Núñez Polanco

El pasado 11 de mayo, se cumplieron 74 años del fallecimiento de Pedro Henríquez Ureña, en Buenos Aires. Hoy lo recordamos:

El gran humanista asumió en la primera mitad del siglo XX la importante misión de ayudar a formar una conciencia e identidad latinoamericanas; ya a finales del siglo XIX Eugenio María de Hostos había sido inspirador, en el mismo ámbito. Pedro fue un propulsor de un espíritu de compromiso ético y en la Revolución Mexicana, una suerte de guía espiritual.

Su grandeza ha permitido externar elogios sobre su persona, como los de José Rodríguez Feo: maestro de los más grandes de América; Jorge Luis Borges lo considera maestro de América. Ya sus amigos del Ateneo lo llamaban nuestro Sócrates; Alfonso Reyes lo compara con Andrés Bello y lo califica de semejante a Sócrates; dice de él: enseñaba a oír, a ver, a pensar, y suscitaba una verdadera reforma de la cultura. (Citado por el presidente mexicano Ernesto Zedillo, ante el Pleno de la Asamblea Nacional de la República Dominicana, el 16 de abril de 1999).

El destacado historiador mexicano Enrique Krauze, se refiere a Henríquez Ureña en estos términos:

…Su tierra prometida no estaba en territorio alguno, sino en los libros: era la cultura y la lengua de España y América. De esa patria espiritual lo fue casi todo: inventor y profeta, descubridor y conquistador, historiador y cronista, misionero y maestro. (Enrique Krauze, Pedro Henríquez Ureña, Ediciones Conaculta, México, 2000, contraportada).

Así como fueron diversos los países donde Pedro desarrolló su trascendente obra, su magnitud intelectual incluyó múltiples áreas del conocimiento: su curiosidad era inagotable y universal, se interesó incluso por temas como el habla de las clases populares, sus creencias y por la literatura infantil. Cultivó una especie de humanismo innovador que lo situó en la ruta que lo conduce hacia la identidad latinoamericana. Su gran activismo como gestor cultural, lo señala como un intelectual múltiple: crítico, ensayista, historiador, filólogo, lingüista, filósofo, poeta, cuentista, periodista…

Maravillado con los griegos, Henríquez Ureña se inclinó por un concepto de universalidad que le llevó a una especie de enciclopedismo. De ellos tomó un concepto que le serviría para vislumbrar el destino y la realidad dominicanos: la utopía; luego, su efectivo concepto de magna patria.

Pedro fue uno de los grandes americanistas; sobre América escribió mucho con visión política, ideológica y ética. Muestra de ello es su clásica obra La Utopía de América. Vió la americanidad como la proyección de una condición que nos hace distintos a los demás pueblos del mundo.

En México, además de profesor, se desempeñó como oficial mayor de la universidad, dirigió el Departamento de Intercambio Universitario y promovió la Editorial México Moderno y la Escuela de Verano. Como funcionario de la academia mexicana representó al gobierno en delegaciones oficiales que viajaron a Brasil y Argentina.  Fue también Director General de Enseñanza Pública, en Puebla, durante la administración de Vicente Lombardo Toledano.

En Argentina fue profesor de las universidades de La Plata, Buenos Aires y La Popular; laboró en los institutos del Profesorado y en el de Filología y Literatura Hispánicas de Buenos Aires. Participó activamente en la construcción del universo cultural argentino de las décadas 1930 y 1940. Fue asiduo colaborador del periódico La Nación y las revistas de Filología Española y Sur.

En Estados Unidos fue a ofrecer el curso 1940-1941 en la prestigiosa Cátedra Charles Eliot Norton en la Universidad de Harvard, en la cual solo han participado cinco hispanoparlantes: Pedro Henríquez Ureña, Jorge Luis Borges, Jorge Guillén, Octavio Paz y Daniel Barenboim.  En tres ocasiones fue profesor de la Universidad de Minnesota, y llegó a ser el primer hispano en doctorarse en Filosofía. Laboró en el periódico Las Novedades, de Nueva York. Enseñó en los cursos de verano en las universidades de California y Chicago.  Como periodista, representó los periódicos cubanos El Fígaro y El Heraldo de Cuba.

En su natal República Dominicana fungió como Superintendente General de Enseñanza y como representante de la Liga Nacional de Estudiantes, celebrada en México en 1921. En nombre de la intelectualidad dominicana participó en el homenaje a Juana de Ibarbourou, en Montevideo, Uruguay, en 1929. Fue designado Doctor Honoris Causa en Leyes por la Universidad de Puerto Rico en 1932.

En el Centro de Estudios Históricos de Madrid, se vincula con Menéndez Pidal, Américo Castro y Tomás Navarro Tomás, entre otros importantes intelectuales. Escribió numerosos ensayos sobre diversos tópicos de la literatura española e hispanoamericana.

 

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