Diógenes Céspedes:
prisionero de retórica poética

<STRONG>Diógenes Céspedes:</STRONG><BR>prisionero de retórica poética

POR  MIGUEL ANÍBAL PERDOMO
El estilo no es el hombre. Hoy se sabe que Buffon no quiso decir tal cosa, pero, a mi entender, todo discurso implica una retórica, una ideología y una biografía. Y para las últimas teorías literarias, cada narrativa supone un mito. La retórica de Diógenes Céspedes se basa en la poética de Henri Meschonnic, una teoría literaria  de carácter solipsista, pues, para ella, solo su propia percepción del texto es válida.

Las demás teorías sobran. Hace décadas el crítico fue reclutado por Meschonnic; desde entonces, esgrime la mencionada teoría como si se tratara de un Tercer Testamento y vive prisionero de su propia retórica.

A menudo, Céspedes comienza su discurso con una invocación a la Lingüística (la piedra filosofal en las teorías literarias de la década de los años setenta), un exordio paralelo a la obertura de la Ilíada  (“Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos…”). Sigue la enumeración de una serie de términos de la retórica tradicional. No obstante, Meschonnic se ha tomado la licencia poética de usarlos con otro sentido, invalidando la comunicación habitual. Las palabras devienen una jerga secreta para iniciados, lo cual es palmario cuando Céspedes confiesa: “Nadie que no asuma los conceptos de esta poética no puede usarlos impunemente”. Se diría que estamos a la entrada de un sanctasanctórum, de una tumba faraónica o en la Academia de Platón. Céspedes continúa narrando su propia iniciación: “Puesto que yo pasé primero por la poética aristotélica y todos sus derivados modernos . . . Porque antes de llegar a la poética de Meschonnic, pasé por esos caminos analíticos y los empleé». Hasta llegar a la epifanía, a la gran iluminación, como Pablo de Tarso camino a Damasco: Céspedes conoció la Verdad según el francés.

En los ensayos de Céspedes, las teorías de Meschonnic son axiomáticas, no requieren comprobación. El crítico se mueve por el cuadrilátero de su retórica como un peso completo, llevando consigo una serie de recursos que buscan pulverizar toda oposición. Por ejemplo, dije en el primer párrafo de mi reseña sobre su libro Al arma contra figuraciones, que la crítica es la función intelectual por excelencia. Pero él me pregunta qué es un intelectual, para contestarse con otra pregunta capciosa: “¿Son para ti intelectuales todos esos repetidores de las teorías literarias, culturales, históricas y políticas de su época?” Por supuesto, el intelectual auténtico, para Céspedes, es quien lleva en el macuto la Poética de Meschonnic. Como todo objeto se puede definir por su función, desde el comienzo expresé qué es el intelectual para mí. Así que en esta ocasión voy a responder con una tautología: intelectual es el que usa el intelecto. No hace falta revivir la polémica de los setenta en torno al tema. Bastará recordar a Antonio Gramsci, Jean-Paul Sartre, la teoría marxista de la literatura y la polémica entre Julio Cortázar y Oscar Collazos en Literatura en la revolución y revolución en la literatura.

Céspedes observa que a muchos escritores criollos no les agradaría mi observación primera sobre el intelectual, porque ellos privilegian la poesía a expensas de los otros géneros. Es bueno aclarar que este hábito proviene de una lectura errónea de Platón. Observa R. M. Lamb (Platón. Politicus. Philebus. Ion. Cambridge: Harvard, 1962) que cuando Aristóteles alaba al poeta en uno de sus diálogos, no se refiere al poeta lírico de hoy, habla del actor de las tragedias de su tiempo (403-05). En otro sentido, cuando Céspedes explica que el valor de la obra literaria consiste en  transformar la ideología, lo que hace es transferir el sentido de una palabra a otra. La palabra ritmo es sustituida por “ideología”. Si el “ritmo” (ideología) transforma la sociedad, la literatura se convierte en un ritual mágico. Meschonnic confunde el signo y su referente, la realidad, como en la siquis primitiva. Ni siquiera el realismo socialista soñó que la literatura tuviera un poder tal. Claro que estoy equivocado; el sentido habitual de una palabra, para el discurso Céspedes-Meschonnic, tiene otro significado. Entonces mi texto es un palimpsesto, un signo cabalístico y hueco. Hablo por hablar.

Céspedes añade que Meschonnic ha revolucionado la teoría literaria, comenzando por las ideas al respecto de los primitivos filósofos griegos, siguiendo con Platón y Aristóteles hasta llegar a las teorías actuales. Es decir, Meschonnic ha transformado más de dos mil quinientos años de teoría literaria. En este caso el teórico francés sería a la literatura lo que Aristóteles ha sido a la escolástica. Estamos en los umbrales de lo Absoluto, el sueño de los románticos, lo que en el fondo supone una nostalgia de los paraísos perdidos, la búsqueda de Dios. Meschonnic se convierte a contrapelo en el visionario, en un vate divino: el poeta romántico. Luego de tanto alarde racional, después de tanto cartesianismo, el mito implícito en toda narrativa lo traiciona y lo adorna con atributos irracionales, subjetivos. Su túnica nietzscheana, su delirio de grandeza, convierten al amado maestro de Céspedes en un apóstol de la paranoia, en un megalómano. Y nosotros, negritos-come-coco del Caribe, debemos sentirnos más que orgullosos de que el Gran Almirante de la Mar Teórica nos descubra y colonice de nuevo, para iluminar nuestra ignorancia, que nos rinde -pobres nativos- incapaces de abordar un texto literario sin la ayuda de la mano sabia de su retórica.

Céspedes acepta que posee una verdad parcial. Yo no poseo ninguna; no tengo más que la búsqueda de ella. Él es un socrático que identifica la verdad con lo bueno (valor). Yo me adhiero al escepticismo de Diógenes, su tocayo quien, con una linterna, buscaba un hombre honrado (por tanto, la “verdad”, a nivel moral) a plena luz del día. Volveremos sobre el tema.

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