Diógenes Valdez, incansable trabajador de la literatura

Diógenes Valdez, incansable trabajador de la literatura

POR UBALDO GUZMÁN MOLINA
La obra del Premio Nacional de Literatura 2005, Diógenes Valdez, se mueve entre la realidad y la fantasía, especialmente en sus primeros cuentos, donde las vivencias y la imaginación se entrecruzan. Contrario a otros escritores, su interés por la literatura no empezó en la niñez ni en el bachillerato, sino cuando estudiaba Ingeniería Industrial en Uruguay, debido a una fuerte depresión.

Un venezolano, compañero de pensión, le comunicó que su situación se debía a que no tenía amigos. Cuando le preguntó dónde estaban sus amigos, el venezolano fue a la biblioteca y trajo una obra y le dijo: “Estos son mis mejores amigos”. Y le entregó “Chinchina busca el tiempo”, del poeta Manuel del Cabral. Luego de su lectura, Valdez quedó contagiado del virus de la literatura.

Eso ocurrió en 1962. A partir de ese año no ha dejado de leer y escribir, aunque la obtención del segundo premio en un concurso del Movimiento Cultural Universitario, con su cuento “Anipolus”, lo obligó a dedicar más tiempo a la creación literaria.

En Montevideo, Valdez escribió su primer cuento, que aparece como epílogo de la novela “Los tiempos revocables”, ganadora del Premio Siboney de 1983. Está ambientada en Santo Domingo y Montevideo. Se nota influencia de los escritores William Faulkner y Virginia Wolf.

Alabado por el fenecido Manuel Rueda, tacaño al elogio, quien destacó hace 30 años el talento y la perseverancia de Valdez, ha sido elogiado, además, por León David, Héctor Amarante, Enriquillo Sánchez, cuando todavía no era un escritor consagrado.Valdez ha obtenido diversos galardones literarios: seguno premio de cuentos del Movimiento Cultural Universitario 1970);, segundo premio en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro (1981); segundo premio y mención de honor en cuento de Casa de Teatro (1982) y mención de honor en el concurso de cuentos Virgilio Díaz Grullón, del Banco Central (2001).

Valdez ha compartido su labor creativa con tareas burocráticas en el Estado, donde laboró durante 37 años. Su último cargo fue director de la Biblioteca República Dominicana. Ha colaborado en suplementos y revistas culturales, como la desaparecida Isla Abierta, de HOY.

“Yo no creo que la inspiración exista, existe la vocación y el deseo de trabajar literatura. Si se quiere, una de las condiciones que yo tengo como escritor es que soy una persona muy observadora”, señaló Valdez, quien no ha vivido un momento de tranquilidad luego que la Fundación Corripio y la secretaría de Cultura lo galardonaron con el Premio Nacional de Literatura 2005.

Valdez toma sus temas de la realidad a través de la observación de las personas y de determinadas situaciones. En cambio, los cuentos “son como relámpagos que le llegan a uno”. “A veces es una frase curiosa que uno escucha en la calle, a veces una situación que uno observa”, añade.

EL PROCESO DE CREACIÓN

Toda obra de arte, a su juicio, surge de una idea, “una especie de estallido en el cerebro” que produce una reacción en cadena.

Y agrega: “Esa idea, por lo general, nunca abandona al literato y solamente cuando el escritor se dispone a escribir y pone el punto final es que uno se limpia de manera definitiva de esa idea, que muchos prefieren llamar, y yo creo que es apropiado, tema”.

Los teóricos recomiendan un esquema para escribir una novela, pero señala que en ocasiones lo ha hecho y en otras no, especialmente cuando son temas que ha tenido por mucho tiempo en la mente y salen perfectamente elaborados y casi en secuencia lógica. A menudo elabora un esquena, pero lo ha abandonado en el proceso de la creación, guiado por sus demonios internos.

A diferencia de otros escritores, Valdez no hace ningún rito en el acto de escribir. “Lo único es que nunca abandono el proceso de escritura. Y es posible que en medio de una conversación se me ocurra un párrafo o la solución de una novela. Saco un papel y anoto eso”, dice.

A media noche, de repente, puede encontrar la solución para un problema literario y se levanta de la cama y lo escribe, facilitando continuar con el proceso creativo al día siguiente.

A pesar de la máquina de escribir y la computadora, Valdez escribe a mano, porque siente un contacto más directo entre el tema y el escritor. Lo ha intentado con la computadora, pero no plasma las ideas con igual intensidad.

“Yo vivo mis temas, yo vivo mis tramas, yo sufro con mis personajes, a los personajes que yo quiero que el lector odie yo empiezo a odiarlos. Para mí el proceso de escribir tiene mucho de pasional. Yo me apasiono en favor o en contra de los personajes”, sostiene.

No escribe cuentos y novelas simultáneamente. Cuando escribe un relato, Valdez no se detiene de la página en blanco hasta que coloca el punto final, no importa su extensión. En cambio, el proceso de escribir una novela dura meses.

“Los tiempos revocables”, que estaba armada en su cerebro antes de vaciarla al papel, la escribió en cinco meses sin descanso.

“Cuando escribo novelas, yo no abandono el acto de escribir en ningún momento. Todo los días yo escribo algo, aunque sea una línea o un párrafo,para no perder el aliento poético”, plantea.

Valdez, trabajador infatigable, no separa mucho la frontera entre la realidad de la ficción y, de hecho, tiende a mezclarla, lo que le da más credibilidad a sus narraciones. Como el buen vino, Valdez deja que el libro se añeje un tiempo luego de terminarlo. Eso le permite que cuando regrese al texto lo vea como si fuera de otra persona y puede ser más justo y severo para enjuiciarlo.

En esta última etapa de su vida es realista, aunque en su cuentística es fantástico, incluso ha escrito relatos de ciencia ficción. “Todo puede suceder un día” trae varios relatos de ese tipo.

“La evolución ha sido como la de todo escritor: metódica, pausada, sin estridencia. Yo soy un escritor que no le gusta estar afiliado a capillas literarias, ni gruspúculos. Hago una labor en solitario”, sostuvo.

Un libro no tiene necesidad de que nadie lo defienda, porque este se defiende por sí mismo, si posee calidad. Sus obras no son puestas en circulación, ni pide prólogos, ni solicita a periodistas o escritores comentarios favorables.

“Una de las cosas que mejor impresión ha causado el Premio Nacional de Literatura es que se otorgó a un escritor que no está inmerso en la farándula literaria”, sostiene. Ahora muchas personas lo están descubriendo, porque no sabían que existía.

El galardón le tomó por sorpresa, porque esperaba el premio el año pasado, a pesar de que había un candidato con tantas condiciones como Andrés L. Mateo.

“Para mí este es el momento más importante de mi vida de escritor, porque es un galardón irrepetible y un reconocimiento a toda una vida de trabajo”, sostiene.

El compromiso del escritor es ser testigo de su época y reflejar los problemas de la sociedad, no los suyos, y mostrarle a la sociedad donde están sus fallas e injusticias.

La literatura no pretende ser un remedio para curar esos males, pero obliga a hacer conciencia de que es necesario mejorar algunos aspectos de la sociedad, plantea.

Nada lo priva del deseo de escribir, porque tan pronto se abraza una vocación, el escritor no debe desperdiciar su tiempo. Así ha sido su vida.

“Yo, muchas veces, dejo de ir a muchas actividades porque pesan en mí más el compromiso de escribir que el deseo de participar y estar un rato con algunos amigos dilectos”, dijo.

Una limitación del escritor en el país, dijo, se debe al precio de los libros y al número de lectores. Cree que el Estado debería, a través de sus diferentes embajadas, enviar libros de autores dominicanos a las bibliotecas y grupos estudiantiles.

La literatura dominicana, estima, es vigorosa y no tiene que envidiarle a la que se hace en Latinoamérica. A pesar de esa vitalidad, la literatura criolla es desconocida en la mayoría de los países de América Latina, porque se ha quedado confinada a esta media isla.

Valdez no ha podido dedicarse a tiempo completo a la literatura. “Las necesidades cotidianas me han obligado a dedicarle a la literatura el tiempo que le sobra después de lo que necesito para vivir”, dice.

Valdez, de 64 años, tiene muchos proyectos literarios en carpeta, porque no concibe la vida si no esta zambullido en el mundo de la realidad y la fantasía, armando historias. Espera que Dios le dé los años suficientes para cumplir con esos compromisos antes del viaje final.

LA OBRA DE VALDEZ

Valdez, nacido en San Cristóbal, ha publicado diez novelas, cinco libros de cuentos y dos ensayos. Los libros de cuentos: “El silencio del caracol”, “Todo puede suceder un día”, La pinacoteca de un burgués”, “Motivos para aborrecer a Picasso” y “Acta est fábula”, con los que obtuvo el Premio Nacional de Cuentos en 1978, 1982, 1992, 1998 y 2000.

En el campo de la novelística, Valdez ha publicado “La Teleraña”, “Lucinda Palmares”, “Los tiempos revocables”, “Tartufo y las orquídeas”, originalmente publicada con el nombre “Retrato de dinosarios de la era de Trujillo”.

También figuran las seis novelas basadas en el poema Yelidá, de Tomás Hernández Franco: “La noche de Jonsok”, “Huella sobre la arena mojada”, “El viento y la noche”, “Las flores del hielo”, “El hipocampo y el iceberg”, y “Raknarok”.

En abril publicará “El cisne enfermo”, ganadora con el Premio en Novela 2004 de la Universidad Central del Este (UCE).

Sus dos libros de ensayos, “El arte de escribir cuentos” y “Del imperio del caos al reino de la palabra”, han tenido buena acogida. Valdez tiene tres libros inéditos: uno de cuentos, otro de ensayos breves y una novela. Ha pensado escribir sus memorias, pero no ha encontrado nada interesante en su vida.

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