Diómedes Mercedes – El nuevo poder y nuestras circunstancias

Diómedes Mercedes – El nuevo poder y nuestras circunstancias

Luego del 16 de mayo, recojamos de ese proceso lo más valioso y de menor bulto sin entretenernos, para continuar triunfantes. Dejemos a los merodeadores el terreno en el que libramos una lucha política crucial, donde de forma cívica, transcendiendo al PLD y la propia candidatura presidencial, reivindicamos como nación la buena fama a la que tenemos derecho, al derrotar pacíficamente al autoritarismo despótico secular y retrógrado y su mal gobierno vergonzoso, amenazante hasta el momento mismo en el que un ultimátum televisivo, (contragolpe mediático) de la comunidad internacional» hizo capitular al sujeto que representó el símbolo de los conjurados contra la mayoritaria expresión de la voluntad nacional, evitando lo que debió seguir como una inevitable reacción. Hagámoslo así, porque el tiempo es corto para lo tanto que hay que reparar y construir en medio de otras adversidades retadoras.

Sorteado así el inmediato futuro, lo primero en recoger y elevar como conquista y tesoro de nuestro patrimonio político es la conciencia de que bajo la consigna «E» pa’ fuera que van!» se fraguó y tuvo parto el renacer de la unidad social y del poder que representamos juntos bajo el liderazgo de un ideal necesario, compartido mayoritariamente; expresado por miles de afluentes no necesariamente peledeístas que vieron en esta organización y no en otros el cauce hacia el cual desembocar como poder respetable.

Este precedente advierte al nuevo gobierno y a los futuros, y es la base con la que los nuevos dirigentes sociales, democráticos y revolucionarios emergentes, tenemos que ilustrarnos acompañando a la nación, para crear su nueva izquierda como levadura del proceso democrático multisectorial, multilateral y multinacional en el que acabamos de entrar. Y en consecuencia quizás la primera tarea sea revisar los paradigmas ideológicos y metodológicos para poder ser en él eficientemente creativos a fin de que el poder repartido de nuestra nación, unificado en proyectos, instituciones y acciones, garanticen sus triunfos y escuden su cuerpo de los infecciosos intereses que en estas circunstancias sólo quedan amarrados en el Congreso Nacional y otras instituciones públicas, pero teniendo raíces en todo el pasado de la república. Están amarrados allí, pero muerden; por sus arraigamientos históricos, económicos y políticos actuales, reaccionarios y conservadores que poco a poco fueron haciendo del PRD sus representantes.

El espacio en un solo artículo no es suficiente para sintetizar lo que a continuación deseo y dos artículos sobre el tema tienen el inconveniente de que el lector entre la programación de uno y la salida del otro puede perder la unidad de las ideas a expresar; opto por esquematizarlas, partiendo de estas interrogantes: )de quién o de quienes dependen las prácticas y metas de los futuros gobiernos? )cómo deben ser y qué deben hacer? En mi opinión dependerán de la actitud responsable o no de la ciudadanía, tanto en el ejercicio de sus derechos como de los deberes de ley y de conciencia; pero más de la lucidez con el que los nuevos dirigentes emergentes decidan guiar la oposición a la maquinaria de los partidos y de la burocracia con la que se apropian estos del poder del Estado, que es de la nación.

Las circunstancias económicas y geopolíticas actuales son graves y excluyen todo manejo del Estado en forma populista, demagógica, venal, o servil al poder financiero o político internacional como ha sido recurrentemente. Nunca como hoy la condición del Estado ha exigido de una visión estratégica en sus jefes. A lo largo de todo la historia mundial esta ha estado determinada en lo mínimo y en lo macro por el poder, y la fuente de este sólo es una: el poder económico de sus sujetos en la relación de competencia si son equivalentes o vasallaje o subordinación si económicamente y políticamente son débiles. Para los fuertes es estrategia conveniente evitar o controlar el poder económico de los débiles. Y para estos toda autonomía pasa primero por la conquista local del relativo poder económico; nuestro talón de Aquiles desde la caída de Trujillo hasta el agotamiento económico, ruina empresarial y comercial, y el descontento social interno de la nación bajo la política del peor Jefe de Estado, el desprogramado y rebucero Hipólito Mejía.

Su gobierno dejará quebrado al país, con la moneda desvalorizada a más de 50 pesos por dólar, con deudas enormes malversadas o aplicadas a inversiones improductivas o extemporáneas, con quiebras bancarias que pagamos con impuestos indirectos que aumentan todo menos los salarios llevándonos a niveles no competitivos, haciendo que se imponga la importación de productos desde los Estados Unidos a través de los cuales también tenemos que contribuir con el sistema fiscal de aquel país hacia el que se han fugado nuestros capitales, haciéndonos más dependientes estratégicamente de una nación potencia regresiva en medio de las arenas de su arrogancia militar, cuando debemos pensar en renegociar favorablemente nuestras relaciones con este país a la vez que pensar en alianzas alternativas para extraer ganancias a medio plazo del comercio mundial integrado, para lo que aún no estamos aptos y para hacerlo debemos estimular el fortalecimiento de nuestras empresas de valía con apoyos financieros para crear o poseer un base comercial y productiva floreciente igual que favorecer empresas industriales de gran escala para lo que se necesita un política de recuperación y acumulación económica que impone la aplicación de impuestos directos al sector más acomodado y la austerización del Estado como institución que induzca a las primeros a una limitación de su escandaloso dispendio y nos lleve al ahorro público y privado, para acumular el capital necesario, propio, para la inversión en nuestro desarrollo agro-industrial, tecnológico, educativo, que se refleje en bienestar social dentro de 10 o 12 años, evitando en la posible la fuga de capital y de nuestros conocimientos.

En un mundo de potencias en decadencia y revolución, una alta moral es imprescindible para sostenernos en pie ante las manifestaciones de corrupción múltiples, responsabilidad del propio sistema que las supura por todos nuestros poros. El Estado tiene que cambiar junto al modelo sus hábitos venales y clientelares que reproducen día a día esa corrupción que envilece y descompone presente y porvenir.

Aún cuando todavía no actuamos en consecuencia por causa del tiempo de extravío político que se nos ha impuesto, todos sabemos de la relación existente entre vigor o debilidad financiera y la capacidad de ejercer o no ejercer una política de poder, como se hacen necesarias para sobreponernos a nuestras circunstancias sociales internas, geopolíticas adversas, y liberarnos de las cadenas del endeudamiento internacional que estratégicamente nos liquida igual de una u otra manera.

El Estado como instrumento principal de nuestra ciudadanía y propiedad suya, no del partido que asuma el poder, es el que con su rectitud y gobierno económico, debe pautar al sector privado para lo mismo, para que en unidad con los otros sectores, en un pacto real, no necesariamente protocolar, lleguemos juntos como un cuerpo social integrado en armonía absoluta al destino que si no los proponemos podemos construirnos.

Eso no dependerá ni de Leonel, ni del PLD, ni de San Agripino, ni de ningún otro poder establecido, sino del nuevo poder que ejercimos el 16 de mayo. Ese poder debe ser objetivo común mantenerlo e incrementarlo. Ese poder es nuestra garantía y la mejor ganancia de las elecciones presidenciales pasadas.

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