Me han contado que un poeta noruego no se cansaba de repetir a su mujer: “Dios está en la chimenea”. En aquel país nórdico, tener un hogar y el abrigo del fuego es lo mismo que estar cerca de Dios. Al lado de la chimenea, junto a los suyos, ese poeta experimentaba un “confort” físico y espiritual. En la ciudad de Tallín, capital de Estonia, vi, en el merendero de una plaza, a un hombre joven con bastón; miraba un rayo de luz que pasaba a través de un salero y se proyectaba en el piso, justo frente a su pierna derecha. El hombre, a pesar de su cojera, sonreía amablemente; y saludaba en su lengua.

El guía, un sujeto fornido con un gorro color ladrillo, nos tradujo: “dice que Dios está en ese rayo que atraviesa el salero”. -¿Qué le ha pasado en la pierna?- Tuvo un accidente en la montaña, pero fue rescatado; se ha restablecido dando paseos en este mirador privilegiado, precisamente, en la época en que el sol brilla durante muchas horas. “Tiene razón; es un convaleciente salvado de un alud de nieve”, terminó de explicarnos el guía. El calor, la luz, era para estos hombres el “asiento” de la divinidad. Ambos residían en países con inviernos rigurosos y prolongados.

Poco después, en España, vi en la TV la noticia de un hombre que había salido a cazar y quedó atrapado en un camino rural; una repentina tormenta de nieve lo dejó incomunicado al pie de una loma. Estuvo a punto de morir helado; pero un perro lo cubrió con su cuerpo y se mantuvo encima de él durante más de veinte horas. Declaró a los reporteros: “el perro me ha salvado la vida; Dios actuaba a través del perro”.

-“Yo respiraba con el mismo ritmo de él; cuando amainaba el viento el perro me miraba a los ojos, como si dijera, “yo sé en lo que estoy”. El olor de este perro milagroso significa para mí la salvación providencial”. He oído, pues, en lugares distintos, tres opiniones acerca de Dios y su acción en las vidas de las personas. Dios está en la chimenea, en el salero, en el perro.