Dios mío, Dios mío…

Dios mío, Dios mío…

Después del descubrimiento de la Isla Hispaniola la Corona Española desplegó grandes esfuerzos para colonizarla, enviando un gran número de familias para asentarse en la ciudad de Santo Domingo y en otras localidades de la Isla. Las construcciones de piedra, en Santo Domingo, fueron las primeras en el nuevo mundo. Estamos orgullosos del primer hospital, primera catedral, etc.

A partir de 1553 España trasladó todo su interés a La Habana. Desde entonces La Española fue una finca abandonada. En 1856 arribó el pirata Sir Francis Drake y saqueó lo poco que quedaba. Para 1605-1606 el gobernador Osorio se obsesionó con la represión del contrabando en la Costa Norte y ordenó concentrar a todos los colonos alrededor de Santo Domingo; así fundaron a Bayaguana y Monte Plata.

Al quedar desierta la costa Noroeste poco a poco fue ocupada por los franceses. En 1681 había unos 8,000 franceses.

Muchas de las familias españolas en la isla siguieron inmigrando a Cuba, Puerto Rico, Venezuela y México. En la parte Norte había casi igual número de franceses que españoles en el resto de la isla.

Para 1700 Santo Domingo español estaba totalmente abandonado. Tanto así que para 1795, mediante el tratado de Basilea, la Corona Española cedió Santo Domingo español a Francia, Metrópoli, que no pudo hacer nada por su colonia por las guerras en Europa que ocupaban su atención.

Comenzó el nuevo siglo muy mal; y a partir del 1805 comenzaron las invasiones haitianas. Para 1822 una pequeñísima población española se rindió y nos dominaron los haitianos hasta 1844, fecha de la Independencia de nuestro país.

Las esperanzas de la independencia en 1844 fue efímera y las aspiraciones de los políticos y militares no permitieron una vida en paz y trabajo. Así pasamos a ser gobernados por hombres fuertes y/o aventureros.

Se alternaron Santana y Buenaventura Báez con otros de menor nombradía hasta que caímos nuevamente en manos de la corona Española, anexión que también fue efímera. Solo las revueltas intestinas perduraron, hasta la era de Lilís, el gobernante más fuerte del siglo diecinueve.

También Lilís cayó abatido, y con su muerte comenzaron de nuevo las guerras partidaristas, había guerras civiles y desórdenes constantemente. En 1914, Santiago fue sitiada por 60 días y solo depusieron el cerco cuando les pagaron un rescate.

A consecuencia del desorden político y falta de autoridad caímos en la ocupación americana del 1916-1924. Queramos o no admitirlo en general fueron años de tranquilidad, paz, trabajo y prosperidad, que vale la pena que alguien los analice. Las carreteras unieron el Cibao y el Sur hasta entonces el nuestro era un país dividido.

Lamentablemente la «democracia» que nos dejaron los norteamericanos también fue efímera. Horacio Vásquez, viejo y enfermo, insistió en la «reelección» y caímos en la Dictadura de Trujillo 1930-1961.

Ahora tenemos 40 años de «democracia» que el pueblo dominicano no ha podido asimilar y analizar.

Dice el doctor Emmanuel Ramos Messina en uno de sus artículos (pág. 36 La Isla Política, 1999).

«Antes, en la selva, el hombre tenía que luchar contra fieras; ahora tiene que luchar contra el Estado. Los hombres inventaron el Estado y este se robó el invento. La historia de los tiempos modernos es la lucha para ver si es posible civilizar y humanizar al Estado.

Al hombre le interesa la libertad y la verdad; al Estado le interesa el control.

Cuando un hombre conquista el poder, el a su vez, se comporta como invasor, como un extraterrestre. La función vital del ciudadano es defenderse de ese conquistador. Ese es el círculo vicioso de la historia, y el círculo vicioso del bochorno universal.

Pero hay algo más doloroso, que es un secreto de Estado, y es que el ciudadano, como institución, ha fracasado.

Por eso, hay que callarlo… porque si se sabe, será público el descrédito de la Democracia.

Al hombre le han permitido ser comerciante, poeta, volatinero, filósofo, héroe, inventor y hasta astronauta, pero no le han permitido ser ciudadano; y cuando lo intenta, de lo desconocido cae un rayo y lo fulmina. La ciencia, a pena de muerte, no está autorizada a crear el pararrayo pro-ciudadano. El Estado solo tolera al hombre como peón, como «yes man», carne de cañón o contribuyente. Le da el título de ciudadano, el diploma, pero vacío. Se burla dándole constituciones solemnes, rimbombantes, floridas, con encajes, con marcos de oro y fachadas de lujo, pero huecas… solo le da la cesta, la caja para meter el engaño en el ataúd».

Después de más de 500 años de «civilización» europea, solo tenemos que repetir las palabras legendarias del Señor:

«¿Dios mío, Dios mío, por qué nos has abandonado?»

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