¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué nos sucede?

¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué nos sucede?

¿Qué ha pasado con la justicia? Nunca será perfecta, porque, como humanos, somos imperfectos y no podemos lograr impecabilidades, pero…

En estos días me cayó en las manos un extracto de la filósofa y escritora rusa Alissa Zinovievna Rosenbaum (1905-1982) quien, nacionalizada norteamericana, usaba el seudónimo de Ayn Rand. Decía (1950): “Cuando advierta que para producir necesita autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor de equivocarse, que su sociedad está condenada”.

Yo no diría “condenada”, sino en grave peligro de condena a una fatídica inexistencia.
Creo que es nuestro caso.

Estamos viviendo situaciones detestables. La impunidad rampante y rugiente, casi increíble, que cubre los hechos delictivos de la OISOE, de Félix Bautista y demás abundantes yerbas pestilentes, blindadas por una “justicia” desvergonzada, porque los escasos personajes en cuya integridad uno depositaba cierta confianza debido a la altitud de sus funciones y a una trayectoria accional dirigida al valiente respeto a las leyes también nos han decepcionado. Como el hecho de que el procurador general de la República, Francisco Domínguez Brito, de quien esperábamos una actitud más firme, acorde con su posición, diga que no confía en la justicia. ¡Qué renuncie si no puede ser, como debe, el garante de su justa aplicación! ¿Por qué no puede?

Otra decepción: el “No ha lugar” en el caso de Félix Bautista. ¿Habrá más lugar que el exhibicionismo de riquezas súbitas y de tramposerías a ojos vistas? No estamos hablando de casos como el de Liu Yiqian, el chino que erigió una monumental fortuna partiendo de sus ahorros como taxista desde 1984, cuando invirtió sus reservas en la Bolsa de Valores y ganó astronómicas fortunas, ocupando hoy el puesto 163 entre los hombres más ricos de China con 1,272 millones de dólares, de los cuales acaba de gastarse 170 millones en una pintura de Modigliani (“Desnudo acostado”) que se exhibe en Shanghai, donde vive.

Pero en China tienen “los juegos pesados” y hay que demostrar el origen de las fortunas, especialmente las extraordinarias. Ciertamente, el maquillaje es una gran invención (ya lo sabía Cleopatra) y la política siempre lleva mucho maquillaje (Trujillo lo sublimó y lo limitó a su rostro sonrosado y terso, no a sus acciones). Quiero ofrecerles, hoy sábado, en el recuerdo de don Pedro Troncoso Sánchez, quien me insistía en que publicara en sábado para leerme con tranquilidad, un fragmento del poema que el más brillante de los hermanos Argensola, Bartolomé Leonardo (siglos 15 y 16) dedicó a una mujer que se maquillaba muy bien y estaba hermosa.

“Pero tras eso confesaros quiero/que es tanta la beldad de su mentira,/ que en vano a competir con ella aspira/belleza igual de rostro verdadero/. Mas ¿qué mucho que yo perdido ande/ por un engaño tal, pues que sabemos que ese cielo azul que todos vemos,/ ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande/ que no sea verdad tanta belleza!

A buen entendedor, pocas palabras bastan.

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