Dios mío, ¿para qué?

Dios mío, ¿para qué?

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
Hace algunos días casi me caigo de espaldas al leer que el Gobierno comprará al Brasil aviones de guerra y un «jet» ejecutivo. De inmediato recordé plenamente que nuestro país, durante la dictadura de Trujillo, tenía la cuarta fuerza aérea de toda América Latina, con Brasil, Argentina y México delante de nosotros.

Recuerdo vívidamente, primero en el desaparecido aeropuerto «General Andrews», ubicado en el mismo inicio de la avenida San Martín, los cazas P-47, calificados como el mejor aeroplano de su especie de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la existencia de los Spitfair ingleses y del Cero japonés.

Al terminar la guerra Estados Unidos vendió a diferentes países sus P-47. Y la República Dominicana compró varias escuadrillas de esos aparatos.

Asimismo recuerdo al Mustang P-51, el avión de caza sustituto del P-47 y que fue utilizado por el general Doolitle si escribo mal las palabras foráneas), en los primeros bombardeos al Japón, como escoltas de los bombarderos B-25. También teníamos unidades del Mustang P-51.

Pero, además, teníamos dos tipos de aviones a reacción: el Vampiro y el Viuda Negra. O sea, teníamos una fuerza aérea temible y siempre en magnífico estado de conservación, dado el mantenimiento continuo que se le daba.

Ahora la pregunta: ¿Para qué tener una fuerza aérea de ese calibre, si no estábamos en guerra con nadie y ni siquiera se vislumbraba conflicto alguno? Pero ahí estaba, quizás para servir como eficiente disuasivo para algún país con «ansias de expansión».

Pero héte aquí que, desaparecida la tiranía, empezó nuestra potentísima fuerza aérea a deteriorarse, primero lentamente y después a toda velocidad, hasta el extremo de que los aviones prácticamente se pudrieron o simplemente «desaparecieron», dejando como muestra solo algunos de ellos.

Y ahora resulta que el Gobierno pretende comprar nuevos aviones militares (no aviones nuevos, que conste), más un «jet» ejecutivo. La compra de este «jet» la comprendo, aunque la rechazo rotundamente. Y la comprendo por la simple razón de que tenemos un Presidente de la República que viaja constantemente al extranjero, por cualquier motivo. Y esto es tan cierto, que el brillante caricaturista y humorista Harold Priego publicó hace unos días una caricatura en la que proponía al Presidente de la República «gobernar desde el aire», o algo por el estilo.

Si se hace la compra de esos aviones habremos, no malgastado el dinero del erario, sino algo peor, lo habremos lanzado a la cuneta o al vertedero de Duquesa.

A poco más de diez meses de haber escalado el poder, derrotando al peor gobierno que hemos tenido en el país en sus 161 años de existencia precaria, este Gobierno todavía «no ha puesto los pies en el suelo». La corrupción no ha sido contenida y mucho menos castigada: tenemos el kilovatio de energía eléctrica más caro de toda América y una deuda de US$700.0 millones de dólares por la compra que hizo Hipólito Mejía de dos empresas quebradas: el agua que llega a veces a nuestras casas está a bastante distancia de ser potable, en el más estricto sentido del vocablo; y hay muchas cosas más que han llevado mi decepción por los políticos al más alto nivel.

Las compras de grado a grado me desaniman: la «yipetocracia» primero me hace reír, pero después siguen abatiendo mi ánimo. Pero si el gobierno se atreve a comprar aviones militares y un «jet» ejecutivo, acabaría con mi paciencia.

Pero le tengo al gobierno una propuesta que, además de ser sumamente práctica y positiva, gustaría también a los «asesores» del Presidente de la República. ¿Por qué, en lugar de adquirir aeroplanos que no necesitamos, no compramos veinte guardacostas que cuiden celosamente nuestros mares territoriales e impidan los viajes ilegales de dominicanos hacia Nueva York, vía Puerto Rico donde, por cierto, hoy hay 25,000 dominicanos presos, la mayoría por narcotráfico?

Den por seguro que esos guardacostas harían una magnífica labor, por lo que serían una excelente inversión.

Pero, ¿aviones militares y «jet» ejecutivo»? No, por favor, señor Presidente.-

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