¡Dios nos proteja!  (1 de 2)

¡Dios nos proteja!  (1 de 2)

EDUARDO ROZAS ARISTY
Aún cuando la República Dominicana ha vivido, a lo largo de su historia, situaciones extremadamente graves y difíciles, creo que la actual, por sus características, es, sin exagerar, la más difícil o la peor de todas. Decimos eso, por el conjunto de aspectos, factores o circunstancias que la envuelven o rodean:

– Deudas, externa e interna, que sobrepasan los ocho mil millones de dólares y cuyo servicio consume un alto porcentaje del PIB, lo que dificulta el crédito al país;

Como resultado de lo anterior, el crecimiento económico, a pesar de las cifras siempre optimistas del Banco Central, es mínimo, nulo o negativo;

– El desempeño o el manejo de la economía está siendo monitoreado o intervenido por el Fondo Monetario Internacional (FMI);

– La crisis en la producción de energía eléctrica se ha tornado insoluble permanente;

– Al desastre económico, derivado en gran parte de la incapacidad y la corrupción demostrada por una buena parte de las dirigencias de los tres partidos políticos mayoritarios, debemos sumarle la crisis política derivada de esa pérdida de credibilidad, de la inmensa mayoría de la población, en esas organizaciones y en sus dirigentes;

– La falta de credibilidad, en la dirigencia política criolla y en su “sistema”, ha traspasado las fronteras nacionales, reduciendo a un mínimo la confianza de la inversión extranjera vital para nuestro desarrollo;

– Se suceden no sólo las quiebras económicas, que han incrementado notablemente los niveles de pobreza, sino también las instituciones, como es el caso de la Policía Nacional (organismo dedicado a velar por el cumplimiento de las leyes y por el orden público) o la del Congreso Nacional convertido en “cámara de impunidad”.

A las crisis económica y política debemos adicionarle, como es obvio, otra de carácter social resultante de la inversión de valores, que no sólo produjo el hecho de que sectores incapaces y corruptos tomaran los controles de los partidos políticos mayoritarios del país, sino también, que los hábitos y costumbres de sectores sociales mayoritarios tradicionales de los sectores sociales, igualmente mayoritarios, de los dominicanos comienzan a modificarse sustancialmente.

Como resultado de esa inversión de valores, los gustos de muchos dominicanos, para la adquisición de bienes y servicios, se han convertido en similares a lo que de algunos sectores de los denominados países desarrollados, con la única diferencia de que nosotros no tenemos ni la capacidad, ni la posibilidad, ni la intención, de producir las riquezas que producen esos países.

Así, el culto a Dios ha sido sustituido o reemplazado por la adoración al dinero, sin importar que su procedencia sea de remesas del exterior, del hurto al Estado o a particulares y del narcotráfico a la delincuencia común. Lo importante es conseguir el dinero y ostentarlo para satisfacer los caprichos o deseos más extravagantes o aberrados.

Frente a ese panorama sombrío debemos agregar otros tres hechos o factores de origen externo o foráneo:

– Una inmigración haitiana, totalmente descontrolada, cuyo trabajo semi-esclavo, en la mayoría de los casos, deprime gravemente el valor real del salario de los trabajadores nativos pero que al mismo tiempo al competir deslealmente, con la mano de obra nacional, impide la búsqueda de novedosas opciones tecnológicas para el incremento de la productividad agrícola e industrial.

Hoy, la comunidad internacional presiona, fuertemente, para que a los miles de hijos de esos inmigrantes ilegales, nacidos en territorio dominicano, se les otorgue la ciudadanía o se les reconozco su condición de dominicanos con todas las obligaciones legales y económicas que eso impone al Estado.

La adhesión del país al “DR-CAFTA”, creado por los EUA para “recuperar” o “retornar” en dinero de las remesas mediante la introducción en estos países de mercancías baratas y de buena calidad, sin estar debidamente preparados para competir en ese “mercado abierto” o sin trabas arancelarias, derivará en una “reforma fiscal” (para sustituir los impuestos que se eliminarán en las aduanas) cuyo peso fundamental recaerá, inevitablemente, sobre el pueblo consumidor.

Y por último el tremendo aumento del precio del barril de petróleo en los mercados internacionales.

Más de 80,000 productos del mundo industrial se derivan del petróleo o de la sustancia sobre la que se ha basado la civilización actual. En la sociedad moderna, el transporte, la industria, la calefacción, la electricidad y la agricultura dependen del petróleo, pero la República Dominicana no produce, lamentablemente, una sola gota del oro negro:

Del 1900 a 1950 el precio del barril de petróleo pasó de 1.20 a 1.70 dólares/barril; y del 1950 al 1970, años de consumo frenético, se mantuvo estable a 1.80 dólares/barril. Ese precio, que las grandes compañías fijaban por su propia autoridad e imponían a los países productores, permitieron un prodigioso crecimiento industrial y del nivel de vida de los habitantes de los países desarrollados (dueños de las compañías), así como de los habitantes de los países desarrollados (dueños de las compañías), así como de los ilimitados beneficios de ésas.

A partir de los años setenta el petróleo superó al carbón como el combustible principal de la humanidad y hoy representa dos tercios del presupuesto energético mundial, pero sólo queda petróleo – si acaso – para los próximos quince o veinte años. Sin embargo, la “borrachera consumista” ha sido tal, que ni siquiera los constantes aumentos en el precio del barril han logrado disuadir el delirio de consumo y la multiplicación en el uso o aplicaciones de los hidrocarburos. En diez años (1970-1980) el barril de petróleo pasó de dos dólares a 32 y en la actualidad (2005) ronda los 65 dólares, esperándose que en un futuro no muy lejano alcance los 100 ó 110 dólares/barril, debido al fuerte incremento de la demanda ocasionado, en parte, por la irrupción de la China y la India como países industriales de gran consumo.

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