Las amenazas y las acciones que atentan contra nuestros valores y nuestras normas constitucionales y culturales no dependen de los haitianos que ya están aquí, ya que aún con su excesiva presencia, los problemas en torno a ellos son civilizadamente manejables si consideramos que mayormente son culturalmente cristiano-occidentales, creyentes y gran parte de ellos son practicantes de la fe de cristo.
Sus hijos nacidos o crecidos aquí hablan español y ahora, según sabemos, pueden leerlo y escribirlo. O sea que cada vez son más parecidos a nosotros.
El motivo principal de su presencia aquí mayormente es para trabajar y ganarse la vida honesta y ordenadamente. Por lo que, si hay peligro, riesgo o temor razonable a que exista un plan o atentado contra nuestro territorio, nuestra nación, cultura y creencias debemos pensar primero que los que podrían resultar más problemáticos, están entre determinados segmentos o grupos entre aquellos que permanecen allá, que tienen proyectos adversos y atrevidos contra nuestra dominicanidad, que mayormente pertenecen a bandas de traficantes, bandoleros y colectivos políticamente insensatos, grupos de poder de grandes potencias, que patrocinan organizaciones y asociaciones pertenecientes a sectores minoritarios, con agendas atrevidas y aviesas acerca de la solución de los problemas de gobernabilidad, sobrepoblación y pobreza comunes.
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Y notorios los indicios en cuanto a que nuestro país enfrenta una nueva versión de la envidiada Viña de Naboth, sobre lo cual quiso advertirnos el probo estadounidense Summer Welles el siglo pasado, sobre los planes encubiertos y a menudo abiertos contra nuestra soberanía y con vista a ocupar y apoderarse de nuestro patrio lar, envidiado y codiciado por países poderosos.
No en vano hemos tenido que luchar y derrotar a ingleses, franceses, españoles y haitianos. Y, en varias ocasiones, resistir y hacernos respetar por los norteamericanos.
Posiblemente, dicho con cautela intelectiva y emocional, el ataque no es solamente territorial, sino también, y acaso principalmente, ideológico y cultural.
Pero lo que los patrocinadores de una solución dominicana a los problemas haitianos deberán saber es que, en vez de solución, aquí ocurriría un desastre geopolítico, sociocultural, territorial y espiritual.
El “target” de esa trama lo es fundamentalmente el ideario que conforma nuestro ser nacional: Dios, patria y libertad; una tríada ideacional inconmovible e imbatible; con base cultural, patriótica y espiritual, un experimento probablemente del mismo Dios con el propósito de demostrar al resto de la humanidad que un híbrido étnico con identidad nacional, tipo Israel, basada en la mezcla de razas y culturas, con el Creador como fundamento, en un territorio absolutamente hermoso y fértil, a pesar de ser asediado, resulta imbatible.
Es indudable que nos une un sentido de pertenencia, de orgullo, de identidad y de propósitos inconmovibles.
Estamos ante una gran amenaza, especialmente porque parecen coincidir intereses poderosos con grandes urgencias de nuestros vecinos y graves crisis regionales y conflictos entre grandes potencias.
En resumen, el peligro es de un enemigo poderoso que quiere destruir nuestro experimento socio espiritual de Dios. Y cualquier otro que se le asemeje, aquí y en cualquier lugar del planeta.