Dios y Lincoln

Dios y Lincoln

Cuéntase que en una ocasión Abraham Lincoln –en  plena campaña como candidato para un puesto en el Congreso—asistió  a un servicio religioso oficiado por el párroco Cartwight,  quien a su vez era el candidato contrario.

Advertido el predicador de que Lincoln no era hombre de profesada religiosidad, ya que hasta ese momento no se había adscrito a ninguna iglesia en particular, se dirigió a la asamblea increpándoles a fin de que se pusieran de pies todos aquellos que no deseaban ir al infierno.

Para la sorpresa de todos Lincoln se quedó sentado. Entonces el predicador le dijo en tono solemne: – “¿Me  permite, Mr. Lincoln que le pregunte dónde desea usted ir?”.

A seguidas el abogado de Illinois contestó: –“Vine aquí en calidad de respetuoso creyente. Ignoraba que mi hermano  Cartwight se proponía señalarme de esa forma. Creo que las cuestiones religiosas deben tratarse con la solemnidad debida. El hermano Cartwight me ha preguntado directamente adónde quiero ir. Quiero contestarle de la misma forma: deseo ir al Congreso”.

Con esta oportuna respuesta el candidato Lincoln gana profunda simpatía entre los parroquianos, y  nuevos votos.

El tema divino ha sido utilizado muchas veces por gobernantes que procuran una cómoda legitimidad, y más aún, usado para asociar la soberanía de un régimen con una fuente sacra a fin de justificar la permanencia de un mandato.

Ha sido también una máscara política que encubre un falso credo; a veces,  la pose de un taimado que empuña a su debido tiempo el puñal de la traición; o, una farsa de la que se desprenden no pocas manipulaciones.

Jesús advierte con sabiduría los límites entre lo político y lo divino: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Y en el interrogatorio de Pilatos que le increpa ¿Eres tú el rey de los judíos? El responde: “Mi Reino no es de este mundo.” Pero estremece al Procurador con esta afirmación: “Tu no tendrías ningún poder sobre mi, si no te hubiese sido dado de lo Alto”.

Lincoln no fue ungido rey como lo fue David por el profeta Samuel muchos  siglos antes. Pero, al igual que el pastorcito de Israel, hubo de matar con una honda otro Goliat que aunque no era filisteo, era aristocrático y productor de algodón en los Estados del Sur. El ogro de la esclavitud.

Tampoco fue coronado por Arzobispo alguno, ni por Pontífice; ni por sus propias manos en presencia de autoridades eclesiásticas, como el caso de Napoleón Bonaparte, que se colocó él mismo la corona de Emperador de los Franceses en presencia del Papa Pío VII.

Lincoln fue electo dieciseisavo Presidente de los Estados Unidos, mediante mandato conferido por el soberano popular que se expresa en votos. El poder del pueblo americano manifiesto en el dictamen de la mayoría.

Pero es tan inmenso su aporte en beneficio de la libertad de  todos los hombres, que con su comportamiento y ejecutorias como gobernante, elevó a los esclavos negros a la dignidad que corresponde a los hijos de Dios.

Parece entonces que estamos en presencia del “Joven Rey”, descrito en el poema en prosa de  Wilde, que después de tener tres sueños proféticos en la víspera de su coronación, se presentó con humildísimas vestiduras delante del obispo, y al negarse éste a coronarlo estimando poco digno su atuendo, inclinose  el Joven Rey en oración frente al altar de la Catedral, y ante el estupor de todos una luz celestial lo revistió como de oro. Exclamando el obispo: “Te ha coronado Uno más grande que yo”. 

Proviniendo Lincoln de una familia de antecedentes cuáqueros tenía una reciedumbre moral tal, que fue bautizado desde muy joven por el pueblo llano como “El honrado Abe”. Y las columnas de su formación autodidacta las podemos encontrar en sus lecturas de La Biblia y Shakespeare.

Dijo en una oportunidad que su moral era la de un anciano a quien había escuchado decir un día: “Si hago una buena obra, me siento bien, y si obro mal me encuentro mal. Esta es mi religión”.

Parece que no era un profeso creyente de la divinidad de Cristo. Pero consideraba todo el sistema del cristianismo como válido y que inclinaba el hombre al bien.

Tenía incluso serias dudas de fe, que le llevaron a expresar: “Probablemente, mi destino es ser un eterno curioso que atraviesa su vida sintiendo, razonando, interrogando y dudando como el apóstol Tomás”.

S.S. Juan Pablo II, expresa en Centesimus annus que: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica”. Lamentablemente, entre nosotros el ejercicio democrático tiene todavía mucho de pose, y esconde en algunos casos un maquiavelismo soterrado y peligroso; o, una parsimonia con lustre de religiosidad.

Por todo ello es preciso pedir a la Divina Providencia, que haga realidad para estos tiempos, y cada día más, el ideal democrático, haciendo nuestra la oración de Lincoln en la colina de Gettysburg: “… que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la faz de la tierra”.  

Publicaciones Relacionadas