Diplomacia de bolsillo

Diplomacia de bolsillo

J.M. RODRIGUEZ HERRERA
Los orígenes del moderno servicio diplomático han de buscarse en la Italia renacentista, atomizada en multitud de ciudades-estados rivales. En esa época representaron a Florencia hombres tan famosos como Dante, Petrarca y Maquiavelo. El verdadero desarrollo del sistema tuvo lugar, sin embargo, en Venecia, que durante el siglo XIII formuló reglas de conducta para sus embajadores con la aparición del Estado moderno en el siglo XV. Las misiones o delegaciones diplomáticas temporales enviadas por el Papado a las ciudades-estados italianas se transformaron en representaciones estables y fueron extendidas a países más importantes.

Entre los modernos Estados europeos marcó la pauta España, que ya en 1847 envió embajada a Inglaterra. Su ejemplo fue seguido pronto por otros Estados y se multiplicaron las embajadas, bien que éstas tuvieron carácter temporal en muchos casos. En el siglo XVI se generalizó la embajada permanente, aunque la continuidad se rompiera a menudo a causa de la tirantez de las relaciones internacionales. En España, por el Real Decreto-Ley de 1928 y Reglamento de 1929, se fusionaron los agentes diplomáticos y consulares en un solo cuerpo, en atención a que “gran número de asuntos en que se ven obligados a intervenir los agentes diplomáticos tienen su razón en el conocimiento de las relaciones comerciales” y a que “la representación consular con la diplomática debe constituir en cada país extranjero, un todo”.

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