Diplomacia desnuda

Diplomacia desnuda

COSETTE ALVAREZ
Imagínense ustedes que, en un solo hombre, se concentre un brechero provisto de binoculares para ver a sus vecinas bañándose, un jefe que vocifere sus impulsos casi incontenibles de practicar sexo anal con una subalterna, que instruya a otro subalterno, con toda naturalidad, para que le organice una orgía como si eso fuera parte de sus funciones, y se emburuje a las trompadas con un tercer subalterno por cualquier tímido comentario al respecto. ¿Se puede creer que tal degenerado haya estado alguna vez representando nuestro Estado ante otro? Pues sí. Tuvimos un embajador así. Por más que quieran pintarlo de enfermo mental, social o sexual, o de inadaptado, o usar cualquier otra palabra que inspire lástima hacia tan extraño ser, no hay ninguna que le quede mejor que degenerado. Eso es lo que es.

Todo lo anterior ocurrió en una sola de nuestras embajadas. Las vecinas acechadas, vivían en su propio país, de pleno derecho, invadidas en su más íntima privacidad por un maldito extranjero, por cierto dominicano, dotado de privilegios e inmunidades. A pesar de las quejas, a pesar de que uno de sus funcionarios de embajada consiguió ser trasladado, y por lo menos tres renunciaron a sus carreras diplomáticas porque no lo soportaban, el hombre no fue destituido en su momento, ni siquiera amonestado, y lo tenemos todavía, pues el Congreso no ha tenido tiempo de ratificar a su sustituto.

Porque una de las gracias del servicio exterior, que la hace más y más parecida al ejército, es que los diplomáticos que no son jefes de misión, de rango inferior al del embajador, no tienen derecho a escribir directamente al canciller. Deben dirigirse al embajador para que el embajador, si le parece, tramite el asunto, el que sea. Más de una vez les he contado a qué punto están los funcionarios de embajada en las manos del jefe de la misión. Eso, que no les he contado la manipulación del lenguaje en las evaluaciones anuales, que dañan los expedientes de manera irreversible.

Y como casi todos los párrafos del manual terminan diciendo «…o lo que decida el jefe de la misión, de acuerdo a su mejor criterio», se supone que los jefes de misión son personas de criterio: no se espera de ellos que se dirijan a la Cancillería para todo. Ya ven cuánto criterio y de qué calidad era el criterio del embajador de mi historia de hoy.

Lo peor de todo es que, aun en el caso de que todos los funcionarios de embajada pudieran comunicarse directamente a la Cancillería, son demasiadas las veces que no les hacen caso, por el mismo tema de los rangos. Y no es tan sencillo decidirse a pasar por encima a los superiores. Por eso, algunos prefieren abandonar la carrera, máxime después que conocen los resultados de quienes sí consiguieron ser trasladados, que con suerte son iguales, pero generalmente son peores (los resultados del traslado).

Si usted es un dominicano como los demás, con el negro detrás de la oreja, antes de ser asignado como funcionario de embajada, asegúrese de que el jefe de esa misión no sea una persona clasista ni racista, para que no se lo lleve el diablo.

Si de casualidad lo nombran consejero/a en un país donde no tenemos consulado acreditado, trate de que le especifiquen en el decreto «encargado de asuntos consulares», como lo indica el manual y por eso no habría que especificarlo, porque de lo contrario sólo le quedará el trabajo, la responsabilidad, y los honorarios consulares serán celosamente administrados y alegremente dilapidados por el jefe de la misión. Ni siquiera podrá usted «desempeñarse» mientras su dotación se atrasa dos y tres meses, porque el jefe de misión nunca le alcanza ese dinero (tienen que ahorrar el suyo) y le jura por lo que usted quiera que todo se le va en gastos administrativos. No digo que son todos así, porque no hay regla sin excepción, pero de que los hay, los hay.

Una más, y es la de una embajadora dominicana ante otro país, que al mismo tiempo era cónsul de un tercer país ante el nuestro. Según mi fuente, consiguió ese consulado ad honore, porque se hizo amiga de la esposa del embajador de ese país ante el nuestro.

Tampoco pretendo pintar a todos los funcionarios de embajadas, como mártires, víctimas. Para nada. Las historias no se terminan. Sé de uno que salió de viaje, y cuando entraron a limpiar su despacho, aparecieron fotos pornográficas de todas las magnitudes, incluyendo varias de él mismo mientras le practicaban sexo oral. Otro degenerado, y no era embajador. Y otra que llegaba al trabajo insistiendo en que todo el mundo viera las marcas dejadas en su piel por lo que había sido su noche anterior. ¿Recuerdan el cuento de la viejita con el cuerpo de bomberos («ese cuerpecito fue todo, todo mío»? Pues se le puede aplicar a ésta con el cuerpo diplomático. Es inolvidable su orgullo de ser considerada la mejor amante del servicio exterior. Cual competencia deportiva.

Hay cantidades de historias de negocios personales, de usurpación de funciones, de comercialización de los privilegios y de tráfico de inmunidades, por ejemplo pasar equipajes por fronteras, puertos y aeropuertos (que no puede ser revisado ni paga aduanas) a cambio de cualquier menudo. Se pueden escribir tomos y más tomos. Que si nos vamos a las trompadas, zancadillas, sabotajes, artimañas, chismes, intrigas, no terminamos hoy.

Si de verdad existe el espíritu, la voluntad, de limpiar nuestra imagen en el exterior, habría que empezar por una depuración  exhaustiva de los representantes del Estado ante otros gobiernos. Eso de estar mandando gente porque si, porque caravanearon o porque estudian o tienen familia o un interés cualquiera en el país receptor, aparte de que está réquete prohibido, no ha aportado nada a la balanza de importaciones y exportaciones, ni a las relaciones políticas y culturales, ni a nada. Sólo contribuye a desacreditarnos más.

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