Uno que transportaba gallina desde el Cibao, tenía un loro que lo entretenía con sus ocurrencias. Cierta vez el camionero le dio bola a una muchacha y tratando se abusar de ella, y ella que se negaba, el tipo le dijo: “Si no me das amores te apeo”. Tras la cachetada que le dio la muchacha, el loro se echó a reír, y el camionero lo tiró a compartimento de las gallinas. El loro no perdió tiempo en atracar a las gallinas diciéndoles: “Si no me das amores te apeo”. Al llegar a la Capital, había arrojado del camión docenas de gallinas.
Muchos funcionarios vienen desde la política sin haber pasado por la administración siquiera de un negocito familiar, y suelen caer en “la trampa de la discrecionalidad”; la cual consiste en hacer uso auto-permisivo de su autoridad y poder en detrimento de normas y procedimientos gerenciales, de tipo legal o ético. Con la creencia, ingenua o imprevisora, de que eso solamente lo hace él porque es el jefe. Pero toda acción discrecional tiende a ser repetida por los subalternos. Ciertamente, la corrupción tiene importantes causas estructurales, y también ocasionales, de oportunidad, en circunstancias transitorias. Pero gran parte de las acciones corruptas se origina en fallas administrativas, muy a menudo a causa de la incapacidad de jefes y subalternos. Uno de los males mayores es la falta de dedicación, funcionarios que no dedican el tiempo necesario para realizar las más elementales rutinas de control administrativo; no solo en cuanto a los gastos, sino a las actividades mismas, sobre las cuales rara vez llevan algún tipo de “score” sobre logros, faltas y errores, en base al cumplimiento de metas y objetivos. Cuando los titulares de los cargos “no están en eso”, los subalternos inventan lo que sea, “corren hasta por tercera”.
Se dan cuenta de que el jefe o no está interesado en dirigir la institución o no sabe de eso. En tanto, los grupos informales, esto es, los que actúan como sistemas de relaciones de “amiguitos”, “compañeritos” y “enllaves”, para favorecerse recíprocamente a espaldas de las reglas de trabajo, y de las normas y los objetivos institucionales; se dan banquete haciendo de las suyas. Hay en las organizaciones del Estado individuos que son verdaderos expertos en escabullirse, en buscar la salida irregular, pero que aparenta lícita, de esas brechas que las entidades mal organizadas abundan: subterfugios legales, atajos normativos francamente perniciosos contra la institucionalidad. Los jefes de más alto nivel suelen desconocer lo que los sociólogos de las organizaciones formales llaman “el manejo de la incertidumbre”, formas de salirse con las suyas que solamente las domina alguien con mucha experiencia y poder discrecional. A menudo, se trata de situaciones indefinidas desde el punto de vista técnico o normativo, a las que sociología organizacional llama “situaciones inestructuradas”; fenómenos que abundan en burocracias mal organizadas, y en países que aún no han asumido cabalmente el sistema institucional de la democracia moderna. De estos temas tienen gran experiencia los policías, los fiscales, y muchos otros funcionarios veteranos.