DISCURSO
“El Poder del Narco”

DISCURSO<BR>“El Poder del Narco”

Tengo que comenzar con un par de confesiones esta noche.  La primera, que el único Rafael Núñez que yo conocía hasta el día de hoy era al presidente colombiano de finales del siglo antepasado contra cuyo régimen conservador y teocrático nació El Espectador, el periódico del cual hoy, 123 años después, soy su director.

La segunda, que desconocía también la historia de Figueroa Agosto, tan ensimismados como hemos estado los colombianos con nuestras omnipresentes mafias del narcotráfico que se reproducen como conejos. Y ello a pesar de ser un enlace importante en Centroamérica del Cartel de Cali a través de los Santacruz.

Todo esto solamente para decir que cuando abrí las páginas de “Figueroa Agosto: El Poder del Narco”, debo reconocerlo, lo hice más por obligación que por gusto y, sigo en mi confesión, con algo de aburrición. No esperaba sorpresa alguna, y sigo en mi confesión, pues creía que me iba a enfrentar a una pequeña historia del narcotráfico que no se iba a poder comparar nunca con las grandes historias del narco que nos ha tocado vivir en carne propia en Colombia.

Sin embargo, con el paso de las páginas, les quiero decir que me fui encontrando con una narración cautivante, entre periodística y sumarial, que me terminó envolviendo. De modo que, de manera muy breve porque aquello de mis precarias habilidades para el discurso oral sí que es cierto, quiero en esta presentación del libro de Rafael Núñez destacar un par de elementos particulares que captaron mi atención tras la lectura.

La primera es lo que llamaría la historia que se repite. Los hechos que cuenta este libro, en efecto, parecen calcados de muchas historias de capos de la mafia y casi que me atrevería a decir que uno podría hacer un solo libro al que se le cambian los nombres de los personajes, de los lugares y dos o tres elementos más, y termina contando la historia de los narcos por el mundo. Estoy exagerando, por supuesto, pero es impresionante cómo la historia de Figueroa Agosto parece la de cualquier narco colombiano.

La misma historia de la captura casi por casualidad con que comienza el relato, la fuga de una cárcel de máxima seguridad como si nada, los cambios de identidad y de fisonomía, los entramados de sexo y alcohol, la fascinación de los artistas de moda con ser el centro de atención de sus fiestas, las traiciones, todo parece una historia repetida inexorablemente. Pero no es solamente lo episódico lo que se repite sino también, por supuesto, el entramado criminal, la infiltración o complicidad, o ambas, con las esferas políticas, militares, policiales y gubernamentales que se lucran y así hacen viable el floreciente negocio ilegal. 

Estaban en mi cabeza todas estas similitudes cuando llegué a la historia del coronel Amado González González. De inmediato, como una aparición, vino a mi mente nuestro coronel González, Danilo González, un coronel de la Policía élite colombiana en la lucha contra el narcotráfico que resultó ser uno de ellos cuando confiábamos en que era uno de los nuestros. Hasta un coronel González, pues, vienen a compartir nuestras historias paralelas.   Pero también hubo asuntos formales que me sorprendieron en la lectura de este libro. Ya hablé al comienzo apenas de paso de uno en particular: el estilo.

Valiente resulta, me parece a mí, haber escogido una narración de corte periodístico cuando hoy el éxito de la literatura narco –si es que tal clasificación existe— está marcado por el estilo testimonial y, peor aún, desde la voz de los bandidos. Y digo valiente, no solamente por un asunto de riesgo comercial frente a las ventas del libro, sino porque al asumir la narración con la distancia suficiente el resultado no es apologético del mundo narco –como sucede con todos estos libros tan exitosos que han salido últimamente— sino todo lo contrario, ofrece una mirada con distancia del fenómeno y al ganar en credibilidad se convierte en una pieza de denuncia.

Este es un debate candente, pero muy interesante, al menos en este país, frente a esta literatura que comienza a dar forma a la historia del narcotráfico. No sé qué tan enterado esté el público presente de la polémica que sobre este tema planteó doña Ana María Busquets de Cano, la viuda de Don Guillermo Cano Isaza, director de El Espectador asesinado por la mafia en diciembre de 1986. Ella, en una carta que tituló “Tristeza” y que envió a diferentes medios de comunicación, incluido El Espectador, se quejaba de la importancia que los medios habíamos dado al lanzamiento de un libro, que ni sé cómo se titula, escrito por la hermana de Pablo Escobar dizque para que se supiera la otra verdad del capo de capos, editado, para sumar a su indignación, por Semana Publicaciones, la casa editora de la principal revista de actualidad en el país.

Cuando recibí la carta y procedí a publicarla –pues también El Espectador había hecho una nota sobre el libro que, aunque crítica, de todos modos le daba visibilidad– pensaba en esa espiral de producciones literarias del narcotráfico desde el testimonio de los involucrados en el mismo crimen y en la falta que hacían visiones que tomaran distancia y no pasaran de largo por sobre la estela de muerte que este negocio va dejando en su camino, con víctimas indefensas. No estoy diciendo que no existan ese tipo de trabajos, lo que sucede es que por lo general son trabajos de corte académico, poco atractivos narrativamente hablando, y por lo tanto menos efectivos. 

Me venía preguntando por estos días, pues, cómo hacer para narrar los hechos con esa misma intensidad con que lo hacen los bandidos, pero bajo la mirada de las víctimas o, al menos, sin la mirada complaciente que, por más arrepentidos que puedan estar algunos de ellos, de todos modos dan los victimarios.

(Continuará)

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