Discurso del Presidente en la ONU

Discurso del Presidente en la ONU

PEDRO PADILLA TONOS
El Presidente Leonel Fernández, en su reciente intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas, reclamó de los países ricos una colaboración que los vea empeñados con los países pobres en el establecimiento de un orden económico internacional que propicie un marco de cooperación y de convivencia más justa y equitativa entre las naciones.

El mandatario hizo especial énfasis en los altos precios del petróleo y de algunos alimentos básicos, para destacar que ello tiende al agravamiento de la situación económica, que se hace sentir con gran impacto para ciertos países, como el nuestro, aumentando la pobreza, ya que la República Dominicana es un país importador de todos sus requerimientos de hidrocarburos.

Compartimos esas expresiones del Presidente Fernández, sobretodo si tomamos en cuenta que los esfuerzos realizados hasta ahora por la comunidad internacional para compensar los mayores gastos en divisas por concepto de la compra de petróleo, distan aún mucho de ser suficientes para contrarrestar los negativos efectos de esa situación, por lo que nuestras perspectivas económicas no dejan de ser preocupantes.

Entendemos no obstante que ese pertinente reclamo del Presidente Fernández hubiese tenido mayor receptividad y credibilidad, si él no se hubiese olvidado de que debemos de aplicar a nivel nacional aquellos principios que reclamamos a nivel internacional. Un Presidente que reclama de la comunidad internacional el establecimiento de relaciones más justas, tiene la obligación de establecer y mantener en su país una sociedad justa.

En otras palabras, eso significa que nuestro Presidente, si desea tener la suficiente autoridad moral en su reclamo frente a los países ricos, debe promover no solo mediante la retórica sino mediante la acción, el mejoramiento de la calidad de la vida humana a nivel nacional, lo que solo puede lograrse mediante un desarrollo integral en todos los niveles de las actividades humanas: el político, el económico, el social, el cultural.

Este mejoramiento no debe ser meramente cuantitativo en términos nacionales. No debe reflejarse solamente en las tasas de crecimiento que tanto repite nuestro Banco Central, sino que debe constituir un cambio cualitativo que se manifieste en el desarrollo humano. El progreso que ese mejoramiento significa debe reflejarse en la vida del pueblo y no simplemente en la búsqueda de la perpetuación del régimen. A la larga, las sociedades más estables son las más justas. La aparente estabilidad que surge de la coacción, de la mentira y del engaño, como es el caso de impuestos injustos, de cifras manipuladas, de operaciones ocultas y disfrazadas y de la corrupción, siempre es pasajera.

Pero más aún, este mejoramiento de la calidad de vida debe impregnar toda la sociedad y alcanzar a todo el pueblo y no limitarse solamente a la bonanza de los favorecidos del gobierno de turno, ya que la prosperidad nacional no equivale a la eliminación de la pobreza si un status de privilegio para unos pocos no cede su lugar a una sociedad igualitaria.

El discurso del Presidente Fernández ante las Naciones Unidas hubiese sido por tanto más convincente, sea en nuestro pueblo que en el resto de las naciones, si hubiese exhibido un plan de austeridad destinado a enfrentar, aunque fuere en parte, el impacto de los precios del petróleo y a terminar con el despilfarro público.

Hubiese tenido la suficiente transparencia para reclamar a los demás países, si no tuviésemos uno de los índices de corrupción más altos del mundo.

Hubiese sido más serio de no haber cargado consigo el pesado fardo de los altísimos sueldos de sus principales funcionarios, más elevados que los de los Jefes de Estado y de Gobierno de los países más ricos del mundo, presentes en la Asamblea de la ONU.

Hubiese sido más coherente si la numerosa delegación oficial que le acompañaba no estuviese integrada por la casi mitad de su gobierno.

Hubiese sido más firme de haber podido señalar que su gobierno trabaja en base a prioridades y urgencias encaminadas a resolver las vitales necesidades de los dominicanos y no actúa para realizar obras amparadas en sueños y caprichos.

Los dominicanos nos hubiésemos sentido orgullosos de la participación del Presidente Fernández en la ONU y de su reclamo por un mundo más justo para todos, si hubiese podido exhibir una conducta de gobierno realista, ético, eficiente y transparente, que le permitiera exclamar, a toda voz, que él reclamaba y predicaba fuera de casa los principios con los cuales vivimos en casa. Que la colaboración internacional que correctamente exigía no era para suplantar la responsabilidad primordial de su gobierno para mejorar los destinos de nuestro país, sino para hacer notar que el progreso económico y social de los pueblos requiere de la responsabilidad de toda la comunidad internacional.

Con toda seguridad hubiese podido destacar que la interdependencia de que tanto se habla hoy no es la interdependencia que deseamos, que queremos una interdependencia con justicia, al tiempo de asegurar que no había ido a la ONU en procura de una colosal obra de beneficiencia de parte de los países ricos y poderosos, sino a reclamar solidaridad y colaboración, ya que el dominicano no aspira a imitar el modelo de vida y consumo de los países desarrollados, pero que sí aspira a vivir dignamente y que junto a todos los seres humanos del mundo, desea alimentarse, vestirse, curarse y educarse como debe corresponder a todo ser humano.

Ojalá hubiese podido nuestro Presidente, mostrar los esfuerzos de su gobierno a favor de su pueblo y exhortar a todos los países, débiles y poderosos, grandes y pequeños, ricos y pobres, a unirse en una cruzada para mejorar la vida del hombre que trabaja, del que llora, del que canta, del que sufre, del hombre común, que es el ser humano que vive sobre el planeta tierra que a todos nos pertenece y que todos debemos salvaguardar.

De haber tenido nuestro presidente la verdad para decir y mostrar todas esa cosas ante las Naciones Unidas, nosotros seríamos los primeros en aplaudirlo y sentirnos orgullosos de ser dominicanos. Pero no podemos, ya que al igual que la mayoría de nuestros conciudadanos, estamos decepcionados.

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