Señoras, Señores:
Por nueva vez, nos encontramos esta noche para hacer entrega del Premio Nacional de Literatura, el reconocimiento supremo de las letras dominicanas.
La trayectoria de toda una vida consagrada al ejercicio del pensamiento, de la creación literaria, del análisis y la investigación cultural, se honra con esta presea, que ejemplariza ante el país, una conducta y una vocación destinadas al oficio intelectual.
Esta noche, nos congratulamos en instalar en el lugar de los inmortales de nuestra historia literaria, a una mujer de extraordinaria visión historiográfica que, al mismo tiempo, ha desarrollado una intensa labor de servicio a la cultura dominicana desde distintas vertientes, una de las cuales la producción de relevantes investigaciones en torno a nuestra historia colonial- ha servido fundamentalmente de base para que el jurado actuante en este galardón, que me honro en presidir, le haya otorgado este codiciado reconocimiento.
María Ugarte se hace merecedora de la más alta distinción de nuestra literatura, como resultado de una vida dedicada al examen y divulgación de importantes momentos de la historia colonial, centrada en sus monumentos principales, en sus iglesias y ermitas, pero también en los aspectos humanos y sociales que son tan indispensables para comprender y asimilar la realidad histórica y el espíritu de una época.
En torno a su obra se cobijan las vicisitudes, agobios, dilemas, dogmas, aficiones, cuitas, censuras, fricciones, apetencias, dramas, aberraciones, pasiones, corruptelas, andanzas, mediocridades, jactancias, usuras y veleidades de una época que, como la de la colonia, fue acopio, como en toda génesis fundacional, de las más sublimes realizaciones y de las más insólitas barbaridades.
Esta ilustre y esforzada investigadora, se dedicó con pasión al estudio de la impronta epocal de la colonia, y el resultado ha sido una obra intensa y de extraordinario valor historiográfico y literario, para conocer y descubrir aspectos que no habían sido debidamente evaluados y a los que su pluma de maestra de la escritura y el buen decir añadieron un sello personal que la distingue, sin dudas, entre todos los escritores que han estudiado este importante periodo histórico.
Bertrand Russell, señalaba en una de sus obras que un escritor debía tener algo que decir, decirlo bien y luego de cumplidas estas dos necesarias condiciones, contar con la buena suerte de que la temática tratada le interesase al lector y al público especializado a quien se dirigía.
En el caso particular de María Ugarte, estas tres condiciones se cumplen a cabalidad en sus obras Monumentos Coloniales, La catedral de Santo Domingo, Primada de América, Iglesias, capillas y ermitas coloniales, y Estampas coloniales, para sólo mencionar estas cuatro joyas de los estudios del periodo colonial que ella ha abordado con resultados de asombrosa perspicacia y de fundamental contribución a nuestras letras.
La primera de las cualidades mencionadas por el insigne filósofo británico, se determina en María Ugarte por el profundo conocimiento que posee la autora de nuestra historia colonial, campo en el que es una verdadera experta, y cuyas investigaciones en este terreno la colocan en un alto sitial dentro de la historiografía dominicana.
Se cumple también, admirablemente, en ella la segunda condición indicada, por la corrección y belleza de su estilo, que demuestra claramente sus dotes de escritora de primer orden, a la que debemos añadir el hecho singular de que esos conocimientos y ese estilo escritural se han puesto siempre al servicio de la educación de todos los dominicanos, ya que cualquier lector, y no sólo el especializado, se puede acercar a su obra y beber, sin complicaciones, en esa fuente valiosa de cultura que emana de su capacidad investigadora y de su estilo literario.
Y, en tercer término, satisface a plenitud la condición de que su temática interese al lector, puesto que el eco favorable que desde siempre han encontrado los escritos de María Ugarte en una legión fiel y consecuente de lectores, constituye un testimonio genuino del interés que despiertan sus trabajos, leídos y asimilados con irresistible y constante agrado.
Esa labor en las letras de María Ugarte se ha extendido igualmente a otros espacios como el de la crítica de arte y el de la crítica literaria, ejercicios que la consagran, sin duda alguna, como una de las más importantes contribuyentes a la divulgación de momentos señeros de la historia cultural dominicana, en tanto gracias a su ejercicio crítico se han podido examinar a profundidad, con la consiguiente divulgación de sus creaciones, las obras de descollantes figuras de nuestras artes plásticas y de nuestra creación literaria.
Esa labor crítica, en parte recogida en distintos volúmenes, pero todavía en camino de ser recopilada en su totalidad, le confiere a su hoja de vida literaria un sello singular, ya que gracias a ese ejercicio del criterio, como lo llamaba Martí, ella pudo resaltar valores nuevos del arte y las letras.
Si añadimos, fuera del contexto en el que se otorga este galardón, su contribución al surgimiento de la importante Generación del 48, como directora del suplemento cultural del diario El Caribe, donde ejerció por largos años su misión de divulgadora de los valores emergentes de nuestra literatura, debemos concluir en que estamos esta noche frente a una mujer de extraordinarios atributos culturales que la hace merecedora del respeto, la veneración y la gratitud de todo el país cultural dominicano.
El Premio Nacional de Literatura certifica la calidad de una trayectoria vital en el ejercicio del hecho literario como forjador de premisas, de estilos, de ideas, de conocimientos, de sueños con los que se ha construido siempre la propia historia humana en todas las épocas y en todas las latitudes. No hay dudas de que en María Ugarte se cumplen perfectamente estas premisas por las cuales recibe hoy la más alta distinción de las letras dominicanas.
Particularmente, me siento unido a esta trayectoria, aunque de forma sencilla y humilde. En 1998, cuando celebramos la primera edición de nuestra Feria Internacional del Libro, tuvimos la honra de publicar en dos volúmenes, la importante obra de María Ugarte, Estampas Coloniales, en la que estudia y divulga episodios novedosos de los hechos y personajes de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX.
Con la publicación de esa obra, rendíamos homenaje al diario El Caribe, que entonces celebraba medio siglo de existencia, a través del trabajo de una de sus más insignes colaboradoras en cuyas páginas vieron por vez primera la luz estas estampas de la vieja ciudad de los Colones. Este libro, en dos volúmenes, constituye hoy, ocho años después, una de las publicaciones más aportadoras y valiosas realizadas por Ediciones Ferilibro, unidad editorial de la Feria del Libro que nos honramos en haber fundado en 1997.
Esta obra, en especial, revela la capacidad investigativa de María Ugarte, pues la misma es el fruto del estudio del Archivo Real de Bayaguana al que ella puso especial atención, recogiendo para la posteridad abundantes informaciones y anécdotas del periodo colonial que no habían sido estudiados por nuestros historiadores. Esa labor data de 1943, cuando nuestra insigne escritora comenzó a divulgar sus hallazgos en los Cuadernos Dominicanos de Cultura.
Se manifiesta en dichos artículos su interés por los temas cotidianos, en lo que ella misma llama la vida consuetudinaria de los habitantes de Santo Domingo en los tiempos en que la isla dependía de la corona española, tema que, desde otras vertientes, sería retomado con vigorosos logros por otros autores años más tarde, en libros de incalculable valor para nuestra historiografía literaria.
En la Nota Preliminar de María Ugarte a la obra de referencia, ella señala: He pretendido ofrecer estos testimonios en una forma clara, sencilla y hasta amena. Pero en ningún momento he permitido a la imaginación agregar nada que desnaturalizara la verdad histórica. Son las Estampas, pues, el resultado de investigaciones no manipuladas ni tergiversadas. Nunca he caído en la tentación de hacer literatura con los hechos del pasado, aunque respeto a quienes lo hacen y obtienen a menudo brillantes y atractivos trabajos.
Esta declaración de principios sobre su quehacer historiográfico en torno a la vida durante la colonia, expresa claramente el valor de sus investigaciones y de la labor divulgadora a través de sus importantes escritos. Gracias a ese ejercicio, los lectores pudimos conocer aspectos de la vida cotidiana de personajes como frey Nicolás de Ovando o Alonso de Zuazo, justamente como señala la autora en la cara menos conocida de sus respectivas existencias.
Posterior a este esfuerzo editorial, me tocó la honra de seleccionar a María Ugarte, junto a la escritora y crítica de arte Jeannette Miller, para producir, para la Colección Cultural Codetel, hoy Verizon, la importante obra, en dos volúmenes, Arte Dominicano, 1844-2000, donde nuestra distinguida galardonada de esta noche produjo los ensayos La pintura mural, en el primer volumen, y Arte vitral, en el segundo.
Y hace apenas dos meses, el pasado 10 de diciembre, celebrando en su primer año el Día del Patrimonio Nacional, declarado por decreto del Presidente Leonel Fernández, nos tocó el honor de entregarle, a nombre de la Secretaría de Estado de Cultura, en un emotivo acto celebrado en el Convento de los Dominicos, el título de Patrimonio Cultural Viviente de la República Dominicana, conjuntamente con fray Vicente Rubio, quien fallecería semanas después en su nativa España.
Se trata de un galardón que, a la fecha, sólo han recibido unos pocos, como reconocimiento a méritos indiscutibles, que consagran la gratitud de un país frente a quienes han construido una forja de vitales conocimientos para entender y valorar, en su más amplia dimensión, la trascendencia de nuestra cultura.
Estamos pues, señores, esta noche, frente a un Patrimonio Cultural Viviente de la República Dominicana, ganadora de lauros dentro y fuera del país por su obra de servicio a la cultura dominicana, que hoy recibe el premio consagratorio de nuestras letras.
Coincide este acontecimiento cultural, con dos singulares momentos en la vida de esta mujer excepcional. En primer lugar, se cumplen en este 2006, setenta años del inicio de la guerra civil en España, que a María Ugarte le toca cuando estaba en plena luna de miel en Covadonga, Asturias. A Santo Domingo llegaría, cuatro años después, para instalarse en Medina, provincia de San Cristóbal, una colonia agrícola donde la dictadura de Trujillo instaló a un grupo reducido de españoles que, en su mayoría, traían como único equipaje su sólido bagaje intelectual. Uno de esos españoles asentados en la colonia de Medina, Eduardo Capó Bonnafous, describe la vida de esos emigrantes en dicho lugar en la interesante novela Medina del Mar Caribe, publicada originalmente en México, en 1965, y cuya primera edición dominicana fue realizada por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, en 1986.
La guerra civil española trajo a María Ugarte a República Dominicana, junto a su hija Carmenchu. Pero, antes o después de ella, llegaron otros hijos de España que se establecieron en nuestro lar nativo y construyeron, paso a paso, una estela de servicio a la cultura dominicana que se ha manifestado con rotunda eficacia e invaluable trascendencia, en los anales de las letras, de las bellas artes, de la música, del teatro, de las artes plásticas, de la creación literaria, de la economía y del empresariado.
Por eso, señores, esta noche, a través de María Ugarte sentimos que honramos a toda esa legión de emigrantes españoles que abandonando forzosamente sus raíces, se instaló en nuestro suelo para levantar aquí la impronta de una contribución fundamental a la historia de nuestra cultura, que de ningún modo puede escribirse y sustentarse sin sus aportes y sin su valiosa presencia.
Mañana, María Ugarte, la recia mujer de bríos culturales intensos, arribará a sus 92 años de vida. Le llega este premio, sin habérselo propuesto así el jurado, en momento tan especial de su existencia, cuando su vigorosa capacidad investigativa y su apego firme a las letras sigue su trayectoria con firmeza invariable, motivo por el cual la celebración de esta noche ocurre por partida doble, por el galardón que recibe y por el cumpleaños que festeja, que nos obliga a todos a ponernos a los pies de tan prestante dama de nuestra cultura, verdadero regalo que la España en guerra de hace setenta años nos legó para que ella fuese, de manera definitiva, una dominicana de pura estirpe.
Al presentarle nuestros respetos en esta noche memorable, me permito extender mi felicitación más sincera a la Fundación Corripio, en la persona de su presidente, don José Luis Corripio, quien al organizar y administrar este lauro, ha demostrado con creces su empeño en mantener el mismo dentro del canon de idoneidad que el reconocimiento máximo de nuestras letras exige.
La Secretaría de Estado de Cultura en honor de María Ugarte, dedicará un ciclo especial dentro de la IX Feria Internacional del Libro, a celebrarse del 24 de abril al 7 de mayo próximo, al estudio y valoración de su obra, que estará a cargo de consagrados especialistas.
Del mismo modo, me permito sugerir a la Fundación Corripio, que nos respalde en el proyecto que hemos diseñado para otorgar anualmente un premio que lleve el nombre de María Ugarte, dedicado exclusivamente a los mejores cultores y difusores de la historia colonial, como un modo de honrar a esta ilustre dama y a los que, como ella, se han empeñado en estudiar, valorar y rescatar tan fundamental periodo histórico.
De esta manera, la Secretaría de Estado de Cultura junto a la Fundación Corripio, al tiempo de otorgar de forma conjunta el Premio Nacional de Literatura, honrarían igualmente a los hacedores de cultura que giran en torno a la temática colonial.
Doña María: Reciba hoy junto a este Premio Nacional de Literatura, que consagra la obra de toda su vida al servicio de la cultura y la literatura dominicanas, el homenaje de simpatía, admiración y gratitud de toda la comunidad cultural, con el firme propósito de que cada día, más dominicanos conozcan su obra y valoren sus grandes aportes al desarrollo de nuestras letras.
Lic. José Rafael Lantigua
Sala Eduardo Brito, Teatro Nacional
21 de febrero de 2006