Discurso
Al rescate de la obra de  Max Henríquez Ureña

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Hoy, es un día de fiesta para la cultura dominicana y cubana.  También lo es para nuestra región caribeña y latinoamericana.  La puesta en circulación de los 5 primeros tomos, de los 28 que componen la “Obra y Apuntes de Max Henríquez Ureña”, sobradamente justifican que estemos dominados por ese sentimiento especial de euforia festiva.

 Para rescatar la papelería de Max que reposaba, celosamente guardada, en los archivos del Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba, y ponerla al alcance de los diversos componentes de la sociedad dominicana y cubana, fue necesaria la conformación de un grupo multidisciplinario, integrado por profesores e investigadores, diagramadores, digitalizadores, informáticos, diseñadores, bibliotecarios, editores, y especialistas en conservación de documentos, quienes se integraron con pasión al trabajo, motivados y conscientes de que sería un aporte que trascendería la vida cotidiana para convertirse en un espacio señalado en la historia cultural de nuestros dos países.  No exagero en lo más mínimo, todo aquel que se acerque a la obra de Max lo apreciará de inmediato.

 Para un cubano hablar de los Henríquez y Carvajal, en particular de Francisco y Federico, o de los Henríquez Ureña, Francisco, Pedro, Max y Camila en el lugar de sus nacimientos no comporta un riesgo, ellos fueron, y lo son aún, factores imprescindibles de la nación y la historia cubanas.  No es posible declararse conocedor de la fructífera vida de José Martí sin mencionar su entrañable amistad con Federico Henríquez y Carvajal, tampoco es doble hacerlo de los últimos días del General en Jefe del Ejército libertador cubano Máximo Gómez Báez sin referirse a su médico de cabecera;  Francisco Henríquez y Carvajal.  Ya en la etapa de la conformación de la República, en medio de un sombrío panorama debido a la intervención norteamericana que amenazaba la independencia, por la que se había luchado durante 30 años, con y a pesar de ello, la cubana se robusteció y se afianzaron las bases sobre las que descansa la patria sustentada por el alma de la nación:  la cultura.  Encontramos tres pilares, esenciales en este proceso de defensa de lo propio y lo autóctono, en los aportes de Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña, en apretada e insoluble amalgama con los nacidos en suelo cubano y con los mismos derechos y deberes.  Por definición histórica todos ellos, como otros muchos, son cubanos-dominicanos o dominicanos-cubanos, como mejor guste, pero nunca separados.  En este sentido es elocuente  el siguiente fragmento de un discurso de Max, citado en el primer tomo de la colección:

“He  querido   comunicaros   mi  optimismo, he tratado de infundiros   mi   idealismo,   he   aspirado  sobre  todo    a intensificar en vosotros el sentimiento de la nacionalidad,  sin el cual no puede haber conciencia pública  ni   pueda haber ciudadanos.  Bien sabéis que no   nací   en   Cuba, pero que el ideal cubano está mezclado en las más dulces memorias de mi infancia, por hallarse vinculado  al  hogar de mis mayores,   y   que   desde   mi   más   tierna   edad recitaba versos de Martí y aprendí a amar   a  Cuba como una prolongación de la patria natural.  Es por eso   por   lo  que –aunque no haya olvidado un solo instante los deberes contraídos con la tierra en que nací –  he sabido pensar   en cubano, y   tengo   más  derecho  al dictado de cubano que algunos que por azar o por equivocación vieron la luz      en este suelo”.

 Una explicación a este comportamiento entre cubanos y dominicanos la encontramos en José Martí, citada también en la presentación de ese primer tomo:

[…]  Yo no sé si será porque el aire de los pueblos se nutre,  como del aroma de las flores, de las almas de los que     en ellos batallan y padecen y con amor de   padre vagan luego en la atmósfera, descendiendo  y   filtrándose en sus    hijos con los rayos del sol que   lo despiertan  al trabajo o  con  la  lluvia  benéfica  que se  lo remunera.    Y     así   se     habrá mezclado    en   sus    vidas   aires  de  las  almas  de Santo Domingo y de las de Cuba”.

 Camila, con su excepcional magisterio y alma de maestra de maestros, participará en la reforma educacional que se inicia en Cuba en la década de los 60 del pasado siglo.  Vivía cómodamente en los Estados Unidos disfrutando de su jubilación, pero al llamado de Cuba no vaciló en abandonar sus privilegios, regresó a su patria cubana para entregarle su sabiduría.  Bajo su égida se formaron generaciones de maestros e intelectuales de amplio pensamiento y basta cultura;  hoy día muchos de ellos se mantienen en la vanguardia de la educación y la cultura de Cuba.

 Max Henríquez Ureña llegó a Cuba en el 1903 con 17 años de edad a solicitud de su padre Francisco.  A pesar de su juventud ya ha recorrido un fecundo camino en su formación, y había dado muestras de la elevada dimensión futura que alcanzaría como intelectual. 

En la Universidad de La Habana culminó sus estudios universitarios con los títulos de Doctor en Filosofía y Letras y Doctor en Derecho. 

Desde ese entonces comenzó a desarrollar su destacada actuación intelectual en Cuba:   Participó en la Fundación de cuatro periódicos, escribió para varias revistas, creó una sociedad de conferencias donde disertaron destacados intelectuales nacionales y extranjeros, fundó dos escuelas de nivel superior, se presentó en conciertos de piano, escribió música, elaboró un manual para su enseñanza, escribió obra de teatro y tradujo otras para su puesta en escena en Cuba. 

De sus incursiones por la historia nos dejó una apreciable cantidad de documentos y narraciones, ejerció la profesión de maestro con virtuosismo en la práctica y la teoría, concibió numerosos ensayos sobre temas de la cultural. 

 En la lectura de estos tomos comprenderemos como era posible que Max pudiera desarrollar tan abarcadora producción intelectual y difundirla sistemáticamente.  Era poseedor de una meticulosa organización personal, reflejada en su papelería y en el uso de su tiempo de trabajo.  Incansable lector con sentido crítico, el resumen de sus consideraciones de lo que leía acompañaba cada libro.

 Con la puesta en circulación de los 28 tomos de Max concluimos una parte importante del rescate de su obra, esfuerzo que soñamos se pueda completar adicionándole la que se encuentra dispersa en periódicos y revistas de la República Dominicana y la que logremos localizar en México, Puerto Rico y en otros países, ofrecemos, con modestia, nuestra experiencia para el logro de ese empeño.

 Mucho hemos avanzado, pero ahora debemos proponernos que la obra de Max no se quede estática en las bibliotecas en espera de ser consultada por interesados ocasionales.  Si seguimos el ejemplo que nos da Max como promotor cultural comprenderemos que la espontaneidad es ajena a los deseos de lograr que la cultura sea el alma del pueblo. 

 Si logramos que estas ideas germinen estaremos compensando en alguna medida, el esfuerzo del Gobierno dominicano en trasladar la obra de creación de los dominicanos en Cuba, y alcanzar el objetivo del Presidente de fortalecer la cultura y la capacidad de pensar del pueblo dominicano en aras del engrandecimiento de la Patria.

Agradecimiento

Aporte a la cultura

Los tomos  fueron editados y presentados por José Rafael Lantigua, secretario de Cultura, y el doctor Luis Felipe Céspedes, Coordinador General del Departamento de Historia de la Universidad de La Habana, Cuba, y compilador de los libros.  Este texto que divulgamos  es un resumen del discurso del historiador cubano.

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