Discurso
Mateo agradece con humildad su premio

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Con humildad, alegría y con una inmensa responsabilidad, acepto la decisión del Jurado, constituido  por seis prestigiosas instituciones académicas, el Ministerio de Cultura  y la Fundación Corripio.

Agradezco las palabras del poeta y amigo Tony Raful, que recopiló, editó y auspició junto al poeta hermano Rafael Abreu Mejía, fallecido a destiempo, y el entrañable escritor Federico Jóvine, la primera edición de Aniversario del Dolor. Tony Raful al aceptar mi solicitud de hacer esta presentación, me permite contar con la colaboración de un escritor que ya ha adquirido dimensiones de perpetuidad.

Las palabras de José Rafael Lantigua, escritor y Ministro de Cultura, me llenan de satisfacción por los méritos acumulados durante toda su vida al servicio del libro y la lectura. Él ha forjado un espacio con iniciativas de respaldo a escritores, pintores y músicos sin precedentes en toda nuestra historia. La publicación de centenares de libros, la creación de múltiples talleres literarios, el florecimiento del sistema de escuelas libres en todo el país, la emblemática Feria Internacional del Libro, son solo una parte mínima de las acciones que lo coloca al frente de una acción cultural ejemplar.

Las palabras de Jacinto Gimbernard en representación de la Fundación Corripio, presidida por José Luís Corripio, tan admirado por nuestra familia y el país, hacen de este reconocimiento  un espacio singular, pues la Colección de Clásicos Dominicanos, el auspicio de este premio, ampliado ahora a disciplinas ligadas a la ciencia, la historia y la comunicación, son aportes imperecederos de la historia cultural.

Dedico esta distinción a mis padres, Egbert Morrison y Efigenia Fortunato, quienes insertaron en mi pecho el amor por la poesía, por el conocimiento y por la libertad.

A mis hijos e hijas, ejército de solidaridad que protege cada uno de mis pasos, llenando de luz cada asomo de incursión de las sombras.

A mis hermanos, a mis nietos y nietas, ahijados y ahijadas, tíos, sobrinos, primos, familiares en general, amigos y a cada uno de ustedes que esta noche ha decidido acompañarme en representación  de una comunidad nacional que me ha llenado de sustancia vital para continuar mi trabajo que considero un deber ineludible con mi pueblo.

A quienes me han acompañado sirviéndome de sostén en el trabajo cotidiano constituyéndose en sólidos cimientos donde he podido depositar mis inquietudes que consolidan como si fuera parte de su vida misma, y que son muchos, pero quizás podrían sintetizarse en Carmen Disla, Jenny Acosta, Santos Saturnino Batista, quienes suman muchos años de auténtico apoyo.

Al examinar a los poetas que me han antecedido con esta distinción,  considero que, además de un reconocimiento a mí poesía, a mis iniciativas en la vida cultural, este premio constituye un reto cuyas dimensiones parecen abrumantes.

Hace nueve años se concedió esta presea al poeta Víctor Villegas, ejemplo de ética y estética, quien es probablemente el más resaltante modelo de intelectual en el campo de las letras con que cuenta nuestro país, pues une a su gran poesía su extraordinaria capacidad de renovación escritural que lo ha llevado a ser considerado uno de los más jóvenes poetas dominicanos, pero que además ha tenido una vida abierta a la enseñanza y a la solidaridad sin ningún asomo de mezquindad. A él, en nombre de todos  los escritores, de antes y después, dedico este premio. 

En la decisión del jurado se destaca mis más de cuatro décadas dedicadas a la poesía y a la animación sociocultural que son sin duda mis dos pasiones y al final se trasluce también la defensa a la libertad.

Y es que la poesía es el estado natural del hombre. Por esto los poetas lo único que hacen es coincidir con ese estado natural que se halla oculto en los demás por una costra de calamidades sociales ajenas por completo a la naturaleza espiritual de la poesía”.

Pienso que la poesía juega un papel extraordinario. La he definido de diversas formas en cada etapa de mi vida. Ahora la veo como una necesidad espiritual. En un mundo como el nuestro creo que ésta tiene mucho que hacer. Es un espacio para el fortalecimiento del espíritu, y para la solidaridad, como lo ha sido siempre. Para mí, si algo existe de coherencia en la vida, solo puede encontrarse en los senderos de la poesía; sin ella, todo sería árido.

Desde niño oí a mi padre, quien era profesor de inglés, mencionar al poeta Longfellow, pero admito que no me interesé por saber si había alguna traducción al español, y fue muchos años después cuando lo encontré en una antología junto a Walt Whitman, orientando mi preferencia por el autor de Hojas de Hierba. Mi padre que estudió en Inglaterra citaba a los románticos ingleses y a John Milton, a quien admiraba tanto, que le puso su nombre a mi tercer hijo.

En realidad esos fueron mis comienzos en la poesía. Luego mi contacto con la obra poética de Amado Nervo, Rubén Darío, Pablo Neruda, Pedro Mir, Lorca y Miguel Hernández entre otros fue lo que me acercó con entusiasmo a  este género literario y también conocer personalmente al poeta haitiano Jacques Viau quien fue mi profesor de francés en el Liceo Dominicano. A él escuché recitar a Víctor Hugo en francés  y luego traducirlo al español. El profesor de literatura fue Rolando Burgos, quien recitaba la marcha triunfal de Rubén Darío y los nocturnos de José Asunción Silva, casi todos los días como ejemplos de buena poesía.

¿Cuándo comencé a escribir?  Bueno siguiendo la tradición de los jóvenes estudiantes, al llegar a la adolescencia comencé a escribirles poemas a las muchachas, mi timidez me llevaba a decirle las declaratorias de amor utilizando metáforas en las que mezclaba sus labios o sus piernas con frutas y árboles del patio de nuestra casa.

Las fui guardando y llegó un momento en que ideé un poema de amor que sólo tenía que cambiarle el nombre de la destinataria, y podía recitarlo a la primera muchacha que me impresionaba.

La  llegada a mi mundo, de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda”, produjo en mí tal impacto que por poco escribo 20 poemas a tu belleza y una canción a tu tristeza o 20 poemas a tu dulzura y una canción a mi amargura.

Esa pasión solo se detuvo al conocer al poeta Juan Sánchez Lamouth y decirme mientras me regalaba una antología de César Vallejo “Mateo, Neruda es un gran poeta, pero no es sólo Neruda”, procediendo a recomendarme comprar una traducción al español del poeta alemán Stefan George.

Sin amargo, mi definitiva entrada al mundo poético, asumido junto a la animación socio-cultural como un proyecto de vida, ocurrió al fundar el Grupo la Antorcha hace más de 40 años junto a Enrique Eusebio, Alexis Gómez, Rafael Abreu Mejía, Soledad Álvarez, Amarilis Rodríguez y la incorporación posterior de Fernando Vargas.

Mi segunda pasión: la animación sociocultural. Mi ingreso a la animación sociocultural fue en el mes de enero de 1965 cuando un grupo de jóvenes de la Cruz de Mendoza, Alma Rosa y Villa Faro, me eligió presidente de la Sociedad Cultural La Unidad. Nuestra institución se sumaba al amplio y pujante movimiento cultural y social que desarrollaban los clubes culturales barriales.

Si ayer luchamos por la libertad en momentos aciagos, ahora tratamos de contribuir desde el ámbito cultural a fortalecer el tejido nacional. (Extracto)

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