Discursos en la municipalidad

Discursos en la municipalidad

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Dihigo colgó el sombrero en la percha del saloncito y acto seguido ocupó su puesto en la mesa de honor. Las veinte personas reunidas guardaron silencio cuando Dihigo hizo con la mano el ademán de que iba a pronunciar un discurso. – “Tengo el gusto de presentar a ustedes al doctor Ladislao Ubrique, de nacionalidad húngara, quien trabaja en La Habana en la Unidad Científica de Investigación Social.

Nos visita en compañía de su colaboradora cubana Lidia Portuondo. Él viene a Bayamo a continuar sus investigaciones acerca del pasado de los cubanos.

Para ello, como no podía menos, llega primero a la ciudad -monumento- nacional de Bayamo, cuna de la libertad de nuestro país. Esas investigaciones sobre la sociedad cubana y los antiguos regímenes políticos llevarán al doctor Ubrique a Santiago, con el fin de completar la documentación referente a la provincia de Oriente. Cumplo el honroso encargo de introducir al doctor Ubrique en este Centro Municipal deBayamo; y espero que todos los aquí presentes colaboren con él en todas las formas posibles; sea explicando nuestras antiguas tradiciones u ofreciendo datos históricos, referencias personales o viejos papeles sobre la ciudad de Bayamo. El doctor Ubrique estará unos pocos días entre nosotros, antes de seguir su recorrido hasta la Sierra Maestra. Como ustedes podrán colegir, el doctor Ubrique pisará las huellas de los grandes próceres cubanos al tocar con su pie estas tierras heroicas: Bayamo, Santiago de Cuba, la Sierra Maestra. Él, con toda seguridad, querrá difundir en el extranjero las glorias de nuestro pueblo”.

Dihigo tomó un vaso de papel encerado que habían colocado en la mesa, bebió un sorbo de agua y continuó: “Estamos aquí para celebrar esta visita con un brindis de los munícipes del Cabildo de Bayamo. El doctor Ubrique estudia todo cuanto atañe a la música cubana y a las creencias religiosas de los pobladores humildes de esta Antilla Mayor. Para complacer los deseos de él, de su acompañante y de esta persona que les habla, los hemos invitado a escuchar mañana la retreta tradicional en el parque central de Bayamo. Esa música nuestra la ofreceremos en homenaje a los visitantes. Felizmente el doctor Ubrique habla la lengua castellana con tanta fluidez como nosotros los cubanos. Su padre, un español que emigró a Hungría durante la guerra civil, en el año 1938, se encargó de que su hijo aprendiera el idioma de los antepasados peninsulares. Esa grata circunstancia nos permite entendernos con él a plenitud. ¡Bienvenidos a Bayamo! ¡Todos levanten el vaso!”

Ladislao bajó la cabeza en señal de agradecimiento al señor Dihigo; alzó el vaso de cerveza y murmuró algo ininteligible. – Ladislao, debes hablar y dar las gracias por las palabras del señor Dihigo, aclaró Lidia en voz baja. Al terminar los aplausos, Ladislao separó la silla de la mesa, se puso en pie y miró a toda la concurrencia; después, volteó la cabeza hacia el extremo de la mesa donde estaba Dihigo. “Es un deber de elemental cortesía dar las gracias a quienes nos ayudan generosamente. Sin yo conocerle aun, el señor Dihigo se presentó un día en las oficinas de la Unidad de Investigación para darme a conocer valiosos informes históricos concernientes a la época del dictador Gerardo Machado. He sido afortunado.

En la Unidad Científica de Investigación he tenido la colaboración, activa y sin reservas, de otros cubanos amables, cordiales, amantes de su pasado y orgullosos de su presente.

El señor Dihigo me ha facilitado datos e indicaciones que me han permitido localizar documentos importantísimos. Espero, en los próximos días, revisar un legajo que permanece depositado en una notaría de Santiago. Gracias a ello podremos reconstruir, con precisión y detalles, las vidas de hombres y mujeres que sufrieron bajo la atroz tiranía del general Machado”.

“El señor Dihigo representa para mi la revelación inesperada del inagotable espíritu de servicio que caracteriza a los cubanos de su generación. No es de extrañar que existan personas jóvenes, como es el caso de Lidia Portuondo, quien me acompaña en esta mesa, que no vacilan en colaborar con un extranjero incapaz de comprender a los cubanos sin la ayuda de los propios cubanos. Me siento muy feliz de recibir las atenciones de los regidores de un municipio que ha jugado un papel excepcional en la historia de Cuba. En la Unidad de Investigación he descubierto un libro, de un poeta chileno titulado: Romancero de Bayamo. El autor vivió también en otra isla antillana, la de Santo Domingo; y participó en el movimiento literario de la Poesía Sorprendida. Su nombre es Alberto Baeza Flores. Las personas que escudriñamos en los archivos históricos logramos identificar las conexiones: sociales, culturales, políticas, que se establecen entre las islas de un archipiélago abatido por el mar y la codicia de las naciones poderosas”.

Aplausos, apretones de manos, palmadas de felicitaciones, cayeron sobre Ladislao y Lidia como un alud. Su primer día en Bayamo terminaba con una ceremonia a la manera tradicional en la provincia de Oriente. – ¡Sopla, Ladislao, yo no pensé que echarías un discurso como ese! – Lidia, este hotel parece queno ha tenido mantenimiento en muchos años. – No empieces a quejarte, disfruta de lo que hay; aquí no vinimos a sufrir. –

¿Por qué los antillanos son tan aficionados a los discursos? – Es una costumbre, Ladislao; una bonita costumbre. Bayamo, Cuba, 1993.

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