Discursos sin choque de ideas

Discursos sin choque de ideas

Sin particularizar sobre un montaje con silla vacía y mudo deprecio a contrastar ofertas electorales que acaba de verse, lo cierto es que las campañas políticas no suelen incluir la discusión democrática y analítica que permita con legítimo derecho a la sociedad presenciar que emitan consideraciones, “face to face”, o ante un panel, sus aspirantes presidenciales, un vacío de controversia que atropella a la opinión pública privándola de valorar por vía de la discusión constructiva a los políticos que quieren convertirse o ya son, grandes dirigentes de la colectividad o el poder. El debate entre candidatos es una institución en sociedades políticamente ejemplares.

El proselitismo sin polémica ante la nación, sin contendientes que se desafíen conceptualmente y se sientan obligados a ser sinceros y expresar criterios que normalmente prefieren ocultar, queda reducido al despliegue de palabras huecas, sin preguntas desafiantes; a la repetición de promesas poco creíbles. Campañas repletas de hipérboles en busca de aceptación con caravanas largas y ruidosas. A la cabeza de la permanente negación al careo serio y útil han estado sobresalientes personajes peledeístas: el presidente Danilo Medina y el expresidenteLeonel Fernández que en eso se igualan con usual huída ante llamados a contrastar argumentos con rivales o la prensa. El juego democrático dominicano está amputado de la grandeza del debate, cuatrienio tras cuatrienio.

¿Elecciones sin equidad?

No puede hablarse de condiciones de igualdad en competencia si unos contendientes emplean, superando a sus rivales, más recursos propagandísticos y difusiones que cuestan mucho dinero y constituyen ventaja para atraer gente a sus causas. Además de certificar los orígenes de recursos para velar por su legitimidad y legalidad, los límites para emplearlos deben ser de contundente vigencia. No importa cuánta aceptación o no tengan las ideas, aquellos con más poder para darlas a conocer estarían en mejor posición para ganar simpatía aunque no lo merecieran. Quede claro: el dinero y las posiciones y nexos que permiten obtenerlo a manos llenas para utilizarlo en el combate electoral pueden menoscabar la libre expresión de la voluntad popular, restándoles a los prosélitos capacidad de pasar por balanza el contenido fiel de las ofertas de gestión.

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