Disparándole a la verdad

Disparándole a la verdad

Horacio

movil antiguo

Los fanáticos que se ufanan de estar abiertos a la cascada de versiones apócrifas, corazonadas y conjeturas sin rigor que llegan a los artefactos móviles obligan a quienes les escuchan a replantear la realidad a cada momento.

Por ellos se descubre que muchos «incontinentes» de la especie humana recurren a los canales de la permisividad extrema que no exige revelar identidad como quien ingresa sin tusas y sin papel a la caseta rural del hoyo de las heces.

De allí sale sonriente, escapado de la sanción social porque sus embarres no pasan de estar atribuidas a «fuentes no identificadas». Sobre el anonimato se han construido trincheras que, absurdamente, a veces dominan el debate.

Se vale rebuscar en el torbellino de los desahogos que la modernidad comunicadora permite a cualquiera eructar barbaridades que llegan a un gigantesco auditorio de navegantes prendados del morbo. Procede separar la paja del arroz, pues las buenas vocerías también existen. La idoneidad computacional está disponible en el planeta aunque el gusto por los desparpajos conceptuales suele darle carta de ciudadanía a cualquier bochorno oral o escrito.

Ningún insulto electrónico pasa desapercibido. Más bien logra los primeros lugares de la atención pública. Su poder de atracción tiende a eclipsar la decencia y agredirla desde las redes reditúa a unos focos de propagación.

Las manipulaciones con excelentes técnicas para condicionar electores no son una tontería y si lo dudan pregunten por lo ocurrido con las urnas hace cuatro años en Estados Unidos.

Conviene ponerles cuotas a quienes llegan hasta nosotros a repetir versiones captadas durante sus ocios receptivos a todo tipo de evacuaciones en línea.

«A ver, si se te hace inevitable, abusando de la amistad, regurgitar el chismográfico desayuno que hoy te tocó en el espectro de conexiones, sal pronto de las «maledicencias.com» y bríndame informaciones serias. Coge y deja, de por Dios, en la Internet».

Se corren riesgos al lanzarse rutinariamente hacia chorros de mensajes para pescar barrabasadas y «ampliar el conocimiento de la realidad» que incluso puede conducir hacia otros pescadores que lanzan anzuelos en busca de incautos e incautas para fascinarlos y que estafan y hasta asesinan tras complacerse con los desavisados.

Castillos de naipes de fabulosas herencias han movido multitudes hacia unos sueños de enriquecimientos instantáneos.

El Barón de la Atalaya es mito inalcanzable en el que muchos se empecinan en creer. Captación masiva de ignorantes indefensos que debe mucho de su éxito al ciberespacio.

Creer en todo lo que aparece en la pantalla en busca de salida a interminables solterías permite todos los días a cazadores de las peores intenciones atrapar presas para cargar con virginidades junto con todas las pertenencias de las aspirantes al altar.

La reincidencia en trucajes hace aparecer como verdad a la mentira. Cualquier descreído en vacunas, aun sin saber leer y escribir y sin la menor capacidad para juzgar la ciencia, encuentra tribuna para difamar hoy en día en las encantadoras formas de llegar al mundo de los portadores de artefactos cuyos mensajes entran a las mentes sin pedir permiso.

Millares y millares de personas son capaces de convertir en dogma lo que cualquier fulano invente , si las imbecilidades les llegaron por la magia de los chips multiplicadores de versiones a las que a veces se da más crédito de la cuenta por el solo hecho de llevar el sello del Cilicon Valley de las maravillas tecnológicas. Huirían de cualquier jeringuilla para caer en los brazos del virus SARS-CoV-2.

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